Germán Berger nació el 12 de noviembre de 1972, 10 meses antes del Golpe de Estado que cambiaría la vida de su familia. Hijo de la abogada Carmen Hertz y de Carlos Berger, ex director de la radio Loa de Chuquicamata y ejecutado por la Caravana de la Muerte a los 30 años, Germán se ha dedicado a reconstruir este pasado.

Buena parte de ese ciclo comenzó a cerrarse con su documental Mi vida con Carlos (2009), en el que trata de romper el silencio que en su familia rodeó la figura de su padre. El largometraje se muestra desde el 20 de septiembre en la cineteca del Centro Cultural La Moneda.

Su historia y la de su familia también revivieron la semana pasada gracias a la serie Ecos del desierto, de Andrés Wood, que narra la búsqueda de Carmen Hertz, una reconocida abogada de derechos humanos que trabajó en la Vicaría de la Solidaridad. En sólo cuatro capítulos, el trabajo de Wood fue uno de los más comentados a propósito de los 40 años del Golpe.

Desde Washington, donde vive hace dos años como director de la sección audiovisual de la OEA, Germán Berger Hertz cuenta cómo armó su vida.

“Mis primeros recuerdos son imágenes difusas. Son en nuestro primer exilio en Buenos Aires con mi madre, Carmen. Yo tenía uno o dos años. Puede haber sido 1974. Recuerdo una serpiente de colores, de juguete, que era muy grande para mí. Y yo la arrastraba. Por mi pieza, por todo el departamento.

No tengo conciencia de ello, pero sé que al mes o a los dos meses siguientes del asesinato de Carlos, mi padre, que fue el 19 de octubre de 1973, mi madre viaja a Buenos Aires en condiciones muy precarias, como la gran mayoría de los exiliados que salían después del Golpe. Allá, gracias a la solidaridad con los exiliados chilenos y con ayuda de la gente en la que confiaba, logra instalarse y arrienda un departamento muy bonito y pequeño. Entiendo que mi abuela materna me llevó a Buenos Aires, unos tres meses después.

En Argentina estuvimos hasta el Golpe de Jorge Rafael Videla, el 24 de marzo de 1976. Dada la brutalidad y el exilio que eso significaba para todos los opositores de la dictadura de Videla, y no sólo para los argentinos, mi madre decidió que partiéramos a Caracas. Y ahí es donde yo recuerdo un poco más.

Recuerdo que allá comencé a notar que algo raro pasaba, que faltaba alguien. Que los otros niños tenían a un hombre cerca y le llamaban papá. Le pregunté a mi madre qué era papá y si yo tenía uno. ‘Claro que tienes uno’ me dijo, ‘se llama Carlos’. Yo le pregunté qué pasaba con mi papa, que dónde estaba. Debo haber tenido unos dos o tres años. No recuerdo bien, pero creo que Carmen me sentó en su falda y me dijo que mi papá estaba muerto. Que habían llegado unos hombres muy malos a Chile y lo habían matado. ‘¿Por qué?’, le pregunté yo. ‘El defendía a los pobres y quería un mundo mejor, más justo. Y por eso lo mataron’, me respondió ella. Pero me dejó en claro que yo tenía papá y se llamaba Carlos. ‘De eso nunca te olvides’, me dijo con cariño.

Gracias a Carmen, yo siempre supe como niño lo que había sucedido. Y a medida que fui creciendo, fui teniendo más antecedentes de cómo había sido asesinado mi padre. Carmen nunca me engañó”.

“A Chile regresamos en 1978. Este era un país al cual yo temía. Entendía que era un país del cual yo tenía que protegerme, porque era perseguido. Ya tenía la noción de que de alguna manera estábamos en peligro. No sólo yo, sino todos los que pensábamos distinto.

Recuerdo que a nivel social y general, era un país muy oscuro, muy aislado. Vivíamos una realidad completamente a espaldas del mundo. No había películas, libros, ningún referente por el cual empezar a construir un acervo cultural. Esa fue una de las grandes deudas que tuve que recuperar después: ver y leer todo lo que no había podido en esa época.

Pero, a la vez, yo vivía en un entorno muy protegido, con mucho cariño. En mi vida no sólo tengo recuerdos tristes, también hay algunos muy bonitos. Por ejemplo, que fui a un colegio que me amparó. Estudié en el Francisco de Miranda, en Peñalolén. Mi colegio era una red de protección para todos los sectores agredidos por la dictadura. En el colegio vivíamos una realidad de hermandad y protección. Allí me sentía muy bien, como en casa. Fuera del colegio y fuera de mi casa, yo tenía que mentir sobre quién era. Debía tener mucho cuidado con quién conversaba. Yo sabía que nuestro teléfono estaba intervenido.

En ese ambiente y circunstancias, mi madre siempre me protegió. Con Carmen siempre hemos tenido una relación cercana. Nuestro núcleo familiar está constituido por nosotros dos. Y eso hacía que nuestra relación fuera muy fuerte. El contexto histórico en que nos tocó vivir no era normal y eso desarrolla vínculos. Te da fortaleza o te destruye por completo. Carmen tiene una gran lealtad y perseverancia y siempre intentó que yo tuviese una vida lo más normal posible. Yo tenía un horario muy estricto para estudiar, para acostarme.

Crecer en las circunstancias en las cuales nos tocó crecer a mí y a tantos otros niños chilenos, evidentemente dificulta un proceso normal y natural de crecimiento. Yo siempre supe lo que había pasado, pero evidentemente que cuando eres niño tienes fantasías y conceptualizas la realidad de una manera más ilusoria. Durante mi infancia yo tenía la fantasía de que algún día quizás mi padre podía regresar. Soñaba con que mi padre volvía y que lo conocía. Que estaba con él”.

En Mi vida con Carlos, hay dos imágenes en que Germán se detiene para explicar cómo sentía la ausencia de su padre. En la primera, es un niño de nueve años que dice: "Mi padre me ha hecho falta. No entendí por qué lo habían matado". En la otra, ya tiene más de 30 y recorre las calles en bicicleta, mientras un relato de fondo dice esto: "De niño odiaba el Día del Padre. Me recordaba todo lo que no tenía. Quería que la gente dejara de compadecerme".

Germán no podía imaginarlo, pero a partir de 1988 vendría un tiempo que lo marcaría hondamente. Primero fue el suicidio de su abuela paterna, quien nunca pudo superar la muerte de su hijo. La mujer se quitó la vida cuatro años después de que su marido hiciera lo mismo. Vendrían más remezones: ese mismo año, desconocidos entraron al hogar de Carmen Hertz en Santiago y degollaron a su empleada, Sofía Yáñez, quien tenía 23 años y estaba embarazada. Después de eso, Carmen y Germán, que le atribuyeron ese asesinato a la CNI, salieron del país. Estuvieron en París y en Barcelona. En Mi vida con Carlos se puede escuchar a Germán decir que "no aguantaba más. No quería que mi vida fuera así". Y que durante esa salida de Chile vio a Hertz descompensada. Saltando de hogar en hogar, vio que su madre también podía flaquear.

Hoy, Germán recuerda: “Imagínate cómo puede marcar a un muchacho de 16 años, que meses antes se había suicidado su abuela, que hayan degollado a su asesora del hogar. Yo estaba en plena adolescencia, vivía con el miedo constante de que me pudiese pasar algo a mí, a mi madre, a algún amigo. Esa era la vida en el régimen militar. ¿Cómo crees tú que uno puede vivir bajo esas circunstancias?”.

En 1991 Germán entra a estudiar Periodismo en la Universidad Diego Portales. Luego, Arte y Estética en la Universidad Católica. En 1998 regresa a Barcelona, con una beca, a estudiar Dirección de Cine en el Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña y, posteriormente, una maestría en Documental de Creación en la Universidad Pompeu Fabra. Su primer largometraje es de 2003 y se llama Viaje a Narragonia. En Barcelona, Germán se casa con la directora catalana de cine, Elsa Casademont. Tienen dos hijas: Greta y Amalia.

“Yo sentía que el horror del crimen de mi padre y todo lo que había ocurrido, me destinaba a mí un futuro negro. El éxito de ese horror fue que todos los familiares y todos los que estábamos en torno a una víctima, nos viniéramos abajo. Pero tuve la suerte de encontrar en el arte un espacio que me permitía reflexionar sobre mis emociones, sobre la vida. Eso me permitió alejarme de todo lo que injustamente fue implantado en la vida de mi familia.

Yo diría que el nacimiento de mi primera hija, Greta, marcó una inflexión en mi vida, porque me enfrentaba con la paternidad, con mis propios miedos, ausencias y quizás me dio la fuerza y me generó más necesidad de poder saber sobre mi padre. De poder sanar en lo personal un poco este dolor que me había acompañado toda mi vida, para poder transmitirle a ella quién era su padre en lo íntimo. Las consecuencias de este tipo de crimen en los familiares son interminables. Y una de ellas es que la víctima desaparece del entorno familiar. La familia deja de recordar a la víctima porque hay mucha pena y una gran incertidumbre. Entonces la persona desaparece y desaparecen su historia, los recuerdos, los sueños.

La pena impide poder hablar y referirse con naturalidad de un ser querido que fue asesinado. Me decidí a hacer Mi vida con Carlos con el objetivo de romper el silencio de mi familia. Y provocó muchas cosas. A partir de la película, fuimos capaces de volver a hablar de mi padre, de recuperar su vida, de no silenciarnos ante su evocación. Fuimos capaces de acordarnos de cómo era su sensibilidad. De por qué se reía. De las anécdotas de su vida. Pero el desafío era poder contar, a través de un relato familiar, la historia de miles de chilenos que en la dictadura padecieron en anonimato. Hacerlo fue un proceso difícil, porque significó exponer la vida de Carlos para universalizar esas nociones más íntimas. Y lo quiero dejar en claro, porque si no me habría hecho una terapia. Y no una película.

En cuanto a la serie Ecos del desierto, lo primero que tengo que hacer es darle las gracias a Andrés Wood por haber contado la historia de nuestra vida: la mía y la de Carmen. Evidentemente que pueden haber ciertas coincidencias con mi película. Mal que mal, estamos hablando de la misma familia y el director de fotografía y la montajista que trabajaron conmigo, también lo hicieron con él. Esas imágenes en la serie, de mi padre entrando al océano, que son como las del registro familiar de mi padre corriendo al mar con sus dos hermanos, que usé en mi película, me parecen muy potentes y logradas".

“Tengo que decir que Carmen siempre estuvo cerca. Nunca sentí una ausencia de ella. Tenía una presencia muy potente, pese a su muy poco tiempo ya que estaba ocupada con una realidad muy dura. Yo sabía lo que ella tenía que hacer, sabía lo que ocurría.

Sin embargo, el tiempo de la reflexión, el tiempo de poder hablar, el tiempo de poder expresar lo que a uno le pasaba, entonces no existía. Yo nunca supe cuáles eran los sentimientos que mi mamá tenía en lo más profundo de ella, respecto de lo truncado que resultó su vida personal. Que le hayan asesinado a su marido, que haya tenido que vivir lo que ella vivió. Es como aparece en Ecos del desierto, en una escena en que Andrés Reyes, el actor que me interpreta, le dice a Aline Kuppenheim, que interpreta a Carmen, que nos cagaron. Que si se hubiera hecho justicia antes, podríamos haber conversado más".S