Es un suspiro. Casi el aliento es el que besa la boquilla. Raúl Lizama es un experto en esto. Su jornada de respiración diaria crea 220 piezas de cristal. Empezó a soplar el año 60 y con este ritmo de vida ha suspirado tanto como para crear más de dos millones de copas, vasos, ceniceros, botellas, envases para cosméticos, ensaladeras, floreros y hasta patos urinarios para algún hospital. Jamás logró sacarle una nota a una flauta dulce, pero nació para soplar. "Todo es técnica. No hay que dejar los pulmones en esto. Es apenitas, si no, no haces nada", dice fuerte, enfundado en un overol azul.

Raúl (67) es uno de los seis sopladores de la empresa Cristal Art, la única en el país que produce todo a mano. Mientras en China una industria es capaz de reproducir en una máquina 20 mil unidades por hora; en esta empresa nacen 1.500 artículos por día. Sólo para que se haga una idea: en la elaboración de una copa, en Cristal Art participan nueve personas.

Lizama es el trabajador más antiguo de la fábrica. Llegó el 14 de junio de 1965 al mismo lugar donde está hoy, en calle Lo López, Cerro Navia. Entonces tenía 21 años y un hijo de cinco meses. Al poco tiempo sumó un desafío extra al de mantener una familia: hacer jarros y vasos finos. "No es fácil, es más complejo que otras cosas, por las terminaciones", dice serio.

El proceso para hacer un artículo de cristal a mano es más o menos así: primero, se junta la materia prima en una gran mezcladora: cuarzo, carbonato de calcio, carbonato de potasio y colorante.

Luego, esa mezcla va a un gran horno a más de mil grados, donde después de pasar 15 horas, adquiere la misma consistencia que la miel. Caben 650 kilos de esa mezcla en el horno.

Hasta el crisol llegan los operarios con una caña de fierro de 1,40 metros a sacar lo que necesiten para crear una pieza. Por ejemplo, para un vaso pequeño deben recoger 400 gramos. La punta de la caña que entrará en contacto con el vidrio tiene acero térmico. En el otro extremo hay una boquilla que puede ser de plástico o bronce. Es por donde debe soplar Lizama. Así, va dando forma al pedazo de vidrio. Al salir recién del horno no parece otra cosa que una bola incandescente, pero luego, a cada aliento, con cada soplido, se va inflando y va apareciendo el vidrio transparente. "Es en este momento en que logra el peso que debe tener el volumen", dice Lizama. Luego de esto, otros terminan de dar forma a ese volumen para transformarlo en alguna pieza. Posteriormente, lo cortan y lo llevan a otro horno donde se templa. Así se convierte en pantallas de vidrio, vasos, floreros, etc. "Este último proceso es fundamental. Es que si no, se quiebran en cualquier parte si los dejas a la intemperie", suma datos Omar Lizama, primo de Raúl y jefe de operaciones de la empresa, quien explica que en este paso, las piezas se contraen, se dilatan, pero como están a alta temperatura nunca se quiebran. Al contrario, se afirman para salir al mercado.

Pero toda esta historia tuvo un antes. Antes incluso del año 1964, cuando fue fundada Cristal Art. Es la historia de Renzo Fenzo, un inmigrante veneciano que aprendió el arte del vidrio en Murano y llegó a Chile en 1956 como gerente técnico de otra empresa de cristales. Después de nueve años en ese cargo, creó su propia firma. La primera factura es del 26 de agosto de 1965 por un monto de 2.591 escudos. ¿La venta? Doscientas copas de cristal. El veneciano manejó su compañía hasta el día de su muerte. El 25 de enero de 2001, mientras el fuego ardía en el horno y seguramente Raúl Lizama, el soplador, pensaba en cómo mejorar el diseño de un jarro, don Renzo murió a los 78 años de un infarto cerebral, sentado en la misma silla de respaldo alto, en la oficina que ocupó toda su vida desde mediados de los años 60.

Sus hijos decidieron continuar con la empresa. "Esto es una pasión, porque no es tan rentable, pero la mantenemos. Mi padre era un visionario… Sabía que esto sería un trabajo en extinción", dice Renato Fenzo mirando el gran fogón.

Esta empresa familiar vende sus productos a Almacenes Paris y Ripley. También hacen la cristalería de la Armada de Chile y los logotipos en oro de Carabineros de los trofeos o recuerdos que entrega la institución. Además, hacen otros trabajos a pedido.

¿Pero qué tiene de diferente una empresa como ésta a una de producción en serie? "Aquí hacemos cosas raras que no hacen las máquinas. Por ejemplo, nos encargaron una botella de siete litros para una promoción especial de un vodka. Esas cosas que no se hacen a escala, las creamos nosotros", contesta Renato.

Lizama apoya a Fenzo e incluso mira en menos las producciones en serie, al menos en calidad. Lanza toda su experiencia cada vez que va a tiendas de retail y se encuentra con una copa china: "No tienen nada que ver con lo que nosotros hacemos, hay una forma de comprobarlo, y si las señoritas se acercan y me preguntan 'qué necesito', yo les explico por qué está mal hecha esa copa, porque voy a mirar, no a comprar", sonríe, pero sin querer perjudicar a nadie. "Que se entienda que yo no tengo nada contra los chinos, porque lo que ellos hacen, lo hacen muy rápido. Yo puedo hacer 40 copas en una hora y ellos como 250", remata.

Eso sí, y aunque lo suyo sea soplar, hay algo que nadie le puede pedir a Raúl Lizama, dueño de una buena descendencia -15 hijos, seis nietos y un bisnieto-: parar un cumpleaños a punta de soplidos. "Ahí sí que no, aunque tengo buenos pulmones, para esas fechas que los globos los inflen otros".

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