La gente jura que quienes tienen plata son más felices. Eso es mentira. Sé que hay gente de mucho menos recursos que tuvo una infancia harto más feliz y mejor que la que tuve yo. Mi niñez la recuerdo como un período no muy feliz. Crecí en Villarrica y soy el tercero de seis hermanos. Mis papás se separaron cuando yo tenía ocho. A esa edad tuve que declarar para ver cuál de los dos se quedaba con la tuición de los hijos, y ganó mi papá. Pero antes de eso, ellos tuvieron una muy mala relación, en la que hubo mucho conflicto y un ambiente muy hostil. Recuerdo que en ese momento lo único que pedía era crecer y no seguir siendo niño.
Tengo dudas sobre la existencia de Dios. Cuando era chico le eché la culpa de mis males y de la crisis que pasaba mi familia. Le pregunté muchas veces: ¿Cómo puedes permitir que esto nos esté pasando, Dios? Pensé que él iba a estar ahí para ayudarme, pero no fue así. Me acuerdo de haberlo desafiado en un minuto: tenía siete años y estaba en el lago Villarrica dando vueltas en uno de esos recurrentes episodios críticos. Estaba muy deprimido, amargado y con rabia. Me senté y le planteé que si existía de verdad tenía que demostrarlo arreglando el problema. Si no, significaba que él era una ficción. Y no lo arregló. Por lo mismo, dejé de creer. Hoy soy bastante escéptico y agnóstico, aunque a veces, por si acaso, rezo.
Cuando me conocen y empiezan a hablar conmigo, caigo bien. Algunos no se imaginan lo buena onda que puedo llegar a ser. Pero prefieren meterme por mi aspecto en cajones prototipos de personalidad. Sé que lo mío es extremo: caigo muy bien o muy mal. La gente cree que soy Opus Dei, que estudié en un colegio católico del barrio alto y que milito en la UDI. Todo eso es incorrecto, pero a algunos no les cuadra en su esquema. La gente inteligente no emite juicios así de simplones, y es a ellos a quienes me interesa caerles bien o mal.
No tengo nada de ñoño. Soy bueno para el carrete, aunque en Santiago me da lata salir como lo hacía en Europa, pero igual lo hago. También me encanta bailar. Soy un intelectual atípico, porque todos tienen la fama de ser gallos fomes de los que si el resto baila, ellos se quedan sentados mirando cómo los otros lo pasan bien. Y ellos, los intelectuales, se quedan conversando de la inmortalidad del cangrejo. No tengo nada de eso. Soy de los que a partir de cierta hora me da lata la discusión intelectual y me voy a bailar a fiestas. Prefiero mil veces eso que estar pensando en temas intelectuales.
No soy pinochetista. Que defienda el modelo de Augusto Pinochet es distinto a ser pinochetista. Pasa que soy un defensor de la libertad. La Constitución que tenemos hoy, firmada por Ricardo Lagos, prácticamente no tiene ningún enclave autoritario del gobierno militar. Si quieren hacer una nueva Constitución -que será sin dudas socialista-, yo me margino de eso. En la izquierda hay una desconexión entre la gente del barrio alto, la izquierda y el pueblo: a la gente lo que le preocupa es que no la asalten, y que la educación y salud funcionen. Los ignorantes son los que quieren cambiar la Constitución. El que cree que cambiándola se arreglarán esas otras cosas, vive en un mundo de fantasía. Pero eso no me hace ser pinochetista.
Lo único que adoro más que la libertad son las mujeres. Nunca me han faltado, porque tengo algo de arrastre entre ellas. Eso sí, a mí me gusta que sean extranjeras y liberales, aunque eso es por defecto, porque las mujeres de otros países son liberales de por sí. Igual, no ando con cualquiera, soy muy selectivo. Si tengo que elegir entre salir a pasarlo bien con dos amigas a bailar o irme a juntar con un premio Nobel de Economía a conversar, prefiero irme con las amigas. Por suerte, nunca me ha faltado en ese ámbito. No me puedo quejar.
No me da lo mismo si un hijo mío sale homosexual, pero lo voy a querer igual. Tengo un ideal que me gustaría cumplir, pero eso no significa que no voy a querer ni aceptar a ese hijo. Tampoco considero la homosexualidad como algo tan grave. Y no porque tenga algo contra ellos, sino porque tengo una cierta visión del mundo y ciertas creencias porque me he formado así, pero aceptaría a ese hijo. ¿Si prefiero que mi hijo sea homosexual? No, preferiría que no fuera gay. Ahora, no creo que serlo sea un problema grave. Peor es tener un hijo deshonesto y que estafe.
Nadie tiene derecho a que alguien le financie la vida. La gente que me critica por haber estudiado con una beca, lo hace de mala fe. Tengo cuatro títulos y tres fueron pagados de manera privada. En la Universidad de Heidelberg me dieron una beca alemana, porque tengo la nacionalidad. Me la gané por mérito, pero una beca no tiene nada que ver con el derecho a la educación gratuita, son cosas completamente distintas. Por lo mismo, la gente que me critica por eso lo hace porque no entiende lo que lee. Una cosa es ganarse una beca y otra es que tú les des educación gratis a todos y tengas un derecho involucrado. Soy totalmente contrario a la educación gratuita y a estudiar cuando las personas quieran, pero las becas no tienen nada que ver con eso.
Me angustia la idea, con la que vivo todos los días, de que eventualmente haya que emigrar de Chile. Me asusta que el país se convierta en un lugar donde no vale la pena tener hijos. Creo que la gente no se ha dado cuenta de eso. Mis antepasados emigraron a Chile escapando de un continente que vivía en guerra, buscando oportunidades, y las encontraron. Pero el panorama de hoy es distinto. A mí no me gustaría que mis descendientes tuvieran que irse del país como sé que ya lo hablan muchos, porque este país se arruinó. Eso me angustia y me persigue todos los días.
Trato de jugar tenis, pero normalmente pierdo. Soy bueno para otras cosas: juego muy bien el pimpón. Pero también troto y nado para tener una vida más sana. No me gustaría morir a causa de enfermedades y, aunque no soy un obsesivo por los deportes, igual como sano, no fumo y tomo muy poco.
No descarto ser político. Si las circunstancias se dan, lo hago. Me han propuesto ser candidato a diputado y senador, pero no quiero serlo. Prefiero influir desde las ideas. Estoy bien dirigiendo la Fundación para el Progreso, aunque no estoy conforme con lo que he logrado. Quiero seguir avanzando y ojalá que esto se multiplique por cien. Ojalá el día de mañana mis ideas sean no sólo las más populares en Chile, sino que en el mundo entero. No sueño con andar en Ferraris, aunque me encantaría tener esa posibilidad, pero eso no me hará más o menos feliz. Yo, en realidad, sueño con cambiar el mundo.