Ver mi casa en llamas es el primer recuerdo que tengo de infancia. Tenía siete años y fui el culpable del incendio, porque en aquella época estaban esas estufas a parafina largas que tenían patitas, y yo andaba con unos bototos que en la parte de atrás tenían un gancho. Me eché para atrás, me enganché y di vuelta la estufa y quemé parte de la casa. Mí mamá, muy valiente, agarró la estufa con una escoba y la sacó al patio, por eso se quemó la cara y sus manos. Gracias a Dios le hicieron cirugía y quedó bastante bien, pero el recuerdo es muy fuerte.

En el colegio pasaba suspendido, porque era extremadamente desordenado. Me acuerdo que nos hacía filosofía una monja. Yo, de malo, le hacía shows o le boicoteaba las clases; muchas veces grité "deisy" (Deyse) para salir de la sala y la pobre monja preguntaba asustada qué era lo que pasaba. Yo le decía que estaba traumado y que cada vez que sentía la campana creía que era porque estaba temblando y había que hacer operación Deyse, así es que acarreaba a mis compañeros para que se formaran en el patio y así capeábamos clases. Era bien malulo.

Siempre he tenido claro que soy feo. Todavía no se me quita, pero tuve hartas pololas cuando joven. Mi fuerte, estoy seguro, era el blablá, porque el físico nunca me acompañó mucho. Antes era flaco, súper flaco, con ojeras enormes, pero las niñas no se arrancaban de mí. Tengo tanto toyo, que ahora estoy viviendo mi segundo matrimonio. Con ella llevo más de 20 años y tenemos cuatro hijos: el mayor de 19 y la menor, de dos. Debo admitir que me ha soportado harto.

Cuando di mi primer autógrafo me enfermé de la guatita. Fue espantoso, porque me dio pánico escénico y tuvieron que reemplazarme hasta que me mejoré. Recuerdo que ese día se me acercó una señora en la calle y yo no sabía qué hacer, porque no me había tocado ver qué firmaban otras personas en los autógrafos. En mi histeria, dibujé una nube. Hasta el día de hoy la hago, y creo que hoy es algo que me distingue, es mi marca. Ahora, en todo caso, no es nada del otro mundo para mí. Ya no me duele ni me enfermo de la guatita cuando me piden un autógrafo.

La tragedia de Juan Fernández fue un golpe emocional tremendo en mi vida. Horas antes, yo había estado con Felipe Camiroaga y la Sylvia Slier y eso siempre me ha provocado sentimientos encontrados. Todavía los quiero mucho, aunque no estén y aunque el tiempo sin ellos siga pasando. Cuando se confirmaron sus muertes traté de reponerme rápido para apoyar al resto, porque estoy acostumbrado a eso: ponerme de pie a la fuerza. Las penas las paso igual, pero tengo que seguir adelante.

Soy un machista frustrado. Cuando me fui a vivir con mi señora le dije que todas las decisiones importantes las iba a tomar yo. Lo primero fue decidir dónde vivir. Le dije que nos iríamos a Pirque, pero a mi señora le gustó el Cajón del Maipo y terminamos allá. Ahora me gusta vivir ahí, así es que no nos vamos a mover. Lo mismo pasa con el colegio de los niños: lo decide ella. Soy machista, pero no he logrado torcerle la mano a ella. Soy fácil.

No soy de ir a la Iglesia, porque sus integrantes me han decepcionado profundamente. Son hombres y pueden equivocarse, lo sé, pero creo que todo tiene un límite y acá se ha sobrepasado. Creo en Cristo y en Dios, y trato de seguir, de alguna manera, los mandamientos. Tampoco soy cristiano inconsciente, porque los temas más modernos que se tocan actualmente no me molestan. Si hay algo que me complique, lo voy a respetar, pero no voy a participar.

El tema de hoy, más que la educación gratuita, es tener educación de calidad. Acá la discusión es turbia, pero el asunto es simple: en un país avanzado la educación debe ser gratis, pero no gratis para los que sí puedan pagar. Debe haber educación gratuita para el cabro que es súper capaz y que no tiene las condiciones económicas para pagar una educación superior. A ese cabro hay que premiarlo y guiarlo, pero si alguien tiene dinero, ¿por qué el Estado tiene que entregarle educación gratuita? Es mejor que esos recursos queden para los que tienen capacidades y pocos ingresos.

Soy poco futbolero. Se supone que me gusta la UC, porque a mi papá le gustaba, pero si me preguntas un jugador de ese equipo te voy a responder Toselli, aunque creo que ni sigue ahí. Pero sí me gusta el fútbol y ver a la selección chilena. Me gusta ver jugar a Alexis Sánchez. Mi segundo hijo quería ser futbolista, así es que lo metí un tiempo al Audax Italiano y un día me pidió que lo sacara. "¿Sabís, papá? Creo que soy muy malo como para ser futbolista profesional, así es que voy a seguir estudiando mejor", me dijo un día. A mis hijos no les gusta mucho el fútbol tampoco, hacen otros deportes.

Me emociono fácil y con cosas tontas. Cuando tocan la Canción Nacional, por ejemplo, me corren las lágrimas. Es una estupidez que no sé de dónde viene, pero me pasa. A veces veo un partido en que juega Chile y se me pone la piel de gallina. Cuando mis hijos actúan en el colegio, no pasan ni dos minutos y ya estoy llorando. Los cuatro partos me los lloré también. Son cosas puntuales, no es que llore por todo tampoco. Igual me da pudor, así es que trato de hacerme el leso y me pongo anteojos oscuros para que nadie me vea, pero son cosas que no pasan piola.

Tengo miedo de morir antes de que mis hijos se puedan valer por sí mismos. A eso le tengo pánico y me angustia seguido. Quiero seguir viviendo para verlos crecer y apoyarlos. No me preocupa perder el trabajo, porque puedo buscar otro, pero me importa mucho tener la posibilidad de acompañar a mis hijos hasta adultos. Con la menor no sé cómo lo voy a hacer, porque tendría que vivir como 100 años. Por lo menos me tranquiliza que los dos mayores van a cuidarla a ella y a su madre si es que algo me pasa a mí.