La muerte marcó mi infancia. Cuando tenía diez años murió mi abuela materna y, cinco días después, murió mi padre. Los dos de un tirón. Esas muertes marcaron la manera en que empecé a relacionarme con la vida y la muerte. Me quedé con la sensación de que cuando la muerte llega, no para. En ese momento, mi terror era que después de mi padre le tocaba a mi mamá. Finalmente ella también murió muy joven, a los 58, y yo me pasé la vida pensando que sólo viviría hasta los 50. Cuando cumplí 60, me pareció que era un regalo maravilloso. Hoy estoy más reconciliada con doña muerte.
Mi padre tenía una fábrica de cajas de cartón. Para mí era un lugar increíble, lleno de cosas divertidas, máquinas raras, olor a pegamento y, como había ratones, muchos gatos. Mi papá me llevaba a ver los gatitos recién nacidos, a pesar de que me daban unos tremendos ataques de asma. Mi mamá se enfurecía y se desesperaba, pero era él quien me cuidaba en las noches y me leía cuentos hasta que el ataque pasaba. El asma, como la mayoría de las alergias, son psicosomáticas. Cuando mi papá murió, la principal preocupación de mi mamá era cómo se las iba a arreglar en mi próximo ataque. Curiosamente, nunca más tuve uno. Me volvió cuando nació mi primera hija y se me volvió a quitar para siempre cuando me separé por primera vez. Arturo, mi marido actual y con el que llevamos más de 35 años, sabe que el día que me vuelva el asma, ¡está sonado!
De las cosas mejores que he hecho en la vida es una familia con los tuyos, los míos y los nuestros. Cuando mi hija se casó, todo el mundo se reía porque el abrazo más efusivo que hubo en ese matrimonio fue entre su papá y mi segundo marido, entre el papá biológico y el padrastro. Aquí todos son hermanos, no hay diferencias. Cuando conocí a Arturo le dije que la cosa era con mochila o nada. Él tenía dos hijos y, después tuvimos una en común, pero si me preguntan cuántos hijos tengo, digo cuatro. La clave para que todo nos resulte bien ha sido humor y paciencia, todo envuelto en amor por cierto.
Tengo una hermana que murió en Theresienstadt. Eso me marcó. Mi papá alcanzó a salir de Checoslovaquia antes de que empezara la guerra, pero dejó allá una hija de su primer matrimonio, que murió en un campo de concentración. Me siento completamente identificada con la comunidad judía. No soy creyente, pero soy muy judía. Ser judío es una cultura, es mucho más que la religión y creer en Dios, cosa que a mí me cuesta. Pero me importa que mis hijas sigan esta tradición y en la familia -más allá de lo que cree cada uno- se celebran las principales fiestas judías, como Yom Kippur, que es el día del perdón. Lo hago también para recordar a los míos. Hoy me preocupa el aumento del antisemitismo que se está viviendo a nivel global.
En la universidad fui simpatizante del Partido Comunista. Mi primer trabajo fue en la revista Ramona, que era la de las Juventudes Comunistas. Mi única militancia formal ha sido en el PPD, donde me inscribí para el plebiscito, pero nunca he sido una militante activa realmente. Nunca he renunciado porque no he hecho el trámite y porque durante años fui a votar por amigos que iban de candidatos, pero, salvo un breve período que estuve en la comisión de ética, nunca he participado realmente en el partido. Debe ser porque en algún minuto pensé que si uno era periodista tenía que ser más independiente. Porque una cosa son las ideas y, otra, militar y comprometerse en serio con un partido.
TVN está pagando la cuenta de malas decisiones que se tomaron durante mucho tiempo. Es un buque muy grande al que le cuesta adaptarse a los cambios. En algún momento, mucho antes de esta crisis, perdió el norte de lo que es un canal público. Como tuvo mucho éxito funcionando con las reglas del mercado, se quedó sentado en los laureles, y eso fue fatal. Aquí hay que tomar decisiones políticas. Este es un canal indispensable para la democracia y, por lo tanto, no puede seguir dependiendo solo del mercado.
Michelle Bachelet me convirtió al feminismo. Siempre comulgué con esas ideas, pero la lucha de las mujeres no era una de mis causas prioritarias hasta que vi el maltrato que, desde el minuto uno, recibió por su condición de mujer. A un Presidente hombre, nunca, nadie le hubiera dicho las cosas que le dijeron a Bachelet cuando asumió la primera vez. Era insólito. Si hasta decían que nunca más una mujer iba a poder ser Presidenta, o que los hombres hacían falta porque tenían más mano dura. Si esas barbaridades fueran ciertas, hace rato que los hombres no podrían aspirar a la presidencia, ¡si la mayoría de los horrores los cometen ellos!
Soy bien poco culposa. En general, no me arrepiento de las cosas que hago, tengo poca culpa en el cuerpo. Más bien me arrepiento de cosas que no hice, por ejemplo, de no haber acompañado más a mi madre a morir. Me habría gustado estar más con ella en sus últimos momentos, pero simplemente no era capaz de resistirlo, y me llené de cosas prácticas que había que arreglar en vez de estar con ella. Creo que eso es de lo que más me arrepiento en la vida. Y lo segundo, es no haber hecho el amor con mi primer amor. Fue un pololeo largo, pero en esa época uno no se iba a la cama tan fácil como ahora.
Mis hijos deben tener varias cuentas pendientes conmigo. Reconozco que hubo períodos en que por pega no estuve mucho con ellos. Cuando era directora de prensa de TVN, trabajaba de sol a sol. Arturo y los niños siempre han sido muy apoyadores, pero seguro que sentían la ausencia y, aunque no me lo hacían notar explícitamente, sí recuerdo que cuando dejé el canal mi hija de 14 años me vio en la cocina y gritó: "Ay, mamá, ¿tú sabes cocinar?". Me dio risa, me di cuenta que había estado muy ausente. Pero, sin dudas, era algo que valía la pena.
Quería hacer algo con las manos. Para mi cumpleaños, mis hijos me regalaron un curso de cerámica. Tenían todo listo, con profesora y todo, me costó harto preguntarles si podía cambiar a unas clases de pintura. Se rieron a carcajadas durante meses. Partí calladita y busqué un taller donde nadie me conociera -¡me moría de vergüenza- y empecé a pintar. Ya llevo 3 años en esto, y aún no me convenzo de lo que soy capaz de hacer. ¡Hasta un retrato de Arturo! Y ahora, después de un viaje a Turquía, ando pintando mujeres con burka.
Soy como Zalo Reyes: no me cambió de casa ni de marido. Voy a cumplir 35 años viviendo en mi casa de La Reina. Aunque los hijos ya están grandes y tienen su vida aparte, nos encanta vivir acá. Somos Arturo, yo y el Rocky, mi poodle con nombre de fiera, que ya va a cumplir 14 años y que, cuando suena el timbre, sale a buscar a la gente para guiarla hasta mi casa. Mi sueño es algún día vivir más en la casa que tenemos en Tunquén y construirme un taller de pintura allá.