Soy de los hombres que cocinan. Me gusta inventar cosas. Hace un tiempo, hicimos un malón con amigos, y cada uno debía llevar un plato estrella. Yo llevé un ceviche tailandés. No tenía idea cómo hacerlo. Tomé una receta de internet e improvisé: mezclé distintos pescados, camarones, jugo de limón, naranja y pomelo, trozos de piña y durazno, y lo bañé en leche de coco. Dejé la escoba.

Cuando chico quería ser futbolista, era bueno. Jugaba de puntero derecho.

El único título profesional que tengo es Administrador en Hotelería y Turismo, del Duoc. No quedé en Teatro en la Chile, porque postulé mal: me fue excelente en la prueba especial, pero puse primero Periodismo y por eso la comisión me bajó puntos. Teatro estudié después, en un taller de dos años que dictaba una actriz que se llamaba Puri Durán.

Soy el hijo del medio. Somos dos hombres y tres mujeres. Me críe en el barrio Bellavista. Mis papás arrendaban una casa en Bombero Núñez, a pasos de la casa de mi abuela. A la salida del colegio, me pasaba el día con ella y en la noche me iban a buscar.

Mi papá era comunista. Trabajaba como constructor civil en la Corporación de la Vivienda (Corvi). Mi mamá era DC y trabajaba en el Ministerio de Salud, manejando las máquinas IBM para que los usuarios marcaran tarjetones.

Mi mamá tuvo alzheimer por 10 años. Yo veía cómo se iba convirtiendo en niña hasta que murió. Cada vez que iba a visitarla, yo era una persona distinta: pensaba que era un tío, un amigo de su papá, alguien de su infancia… Lo pasó mal hasta que tuvo conciencia, cuando traspasó ese límite llegó a una dimensión paralela y ya no sufrió.

Me habría gustado actuar en "La Naranja Mecánica". Esa película me hizo ver que me gustaba el teatro. Con mis amigos del liceo nos escapábamos al cine a ver películas medio eroticonas y nos encontramos con esta película que fue una lección: nos cuestionamos nuestra adolescencia, la violencia, nos ubicó en lo que queríamos y estábamos buscando. Para mí fue determinante para darme cuenta de que podía seguir en la actuación. Y para nosotros, como amigos, significó abrirnos en un diálogo en torno a los excesos y lo que nos pasaba como jóvenes.

Para el golpe de Estado yo tenía 14 años y estaba haciendo la cola del pan. Tenía que hacer todos los días esa cola a las 7 de la mañana, llevar pan a la casa e irme al colegio.

Con mi papá entendí lo que es el socialismo no a través de la teoría, sino de acciones. En marzo del 74 llegué del liceo y había dos pacos en el living tomando té con mi papá. En mi casa quedaban libros, revistas, la estatua de Lenin... Llevé a mi papá a la cocina y le dije: "Qué onda". Me dijo: "Esos carabineros están cuidando la casa del vecino, el coronel que se fue al sur". Y yo le dije: "Y por qué los traes al living. De pura suerte no te han agarrado y tú los traes a tomar once". Mi papá me dijo: "Están allí en la calle desde las 6 de la mañana y no han comido nada". Ahí entendí todo.

Al grabar "Los archivos del cardenal", varios momentos me emocionaron. Por ejemplo, cuando aparece la esposa de mi personaje, después de haber estado presa. Es una escena bonita y muy fuerte. Uno se quiebra. Al personaje, y a uno también, constantemente le están sucediendo cosas. Las discusiones con la hija también son duras. Parecieran ser peleas políticas, pero al final es un tema de afectos.

Tengo todo tipo de música. Escucho los valses peruanos de la Lucha Reyes, a Silvio Rodríguez, a la Amy Winehouse, a Led Zeppelin, a Pink Floyd. A veces me da con una canción y la tarareo todo el día.

No tengo placeres culpables. Nada de lo que me gusta o me alegra me da culpa. El día de la muerte de Pinochet me alegré mucho.

Me carga lavar, así que mando hasta los calzoncillos a la lavandería.

La situación más límite en mi vida fue cuando la CNI me paró en la calle. No entendía nada. Era 1983, tenía 24 años y actuaba en la obra "Lautaro". Fue a seis cuadras de mi casa. Un auto sin patente. Tenían metralletas cortas. Me pidieron el carné y me pusieron una pistola en la cabeza. Listo dije: cagué, cagué, cagué. Estaba seguro que me iban a matar. Pero estaban apurados y me dijeron ándate. Cuando te ponen una pistola en la cabeza, sientes algo muy helado que permanece.

Vivo solo en un departamento en La Florida. Cuando me separé, me fui a vivir allá para estar cerca de mi hijo. Julián tiene 16 años y me gusta estar con él, ir a buscarlo a las fiestas, saber quiénes son sus amigos, aunque a él le moleste que me pregunten por las películas. Lo hincho a veces. Me meto a la página web del colegio, veo que tiene prueba y le digo: "Ya, poh… tenís que estudiar".

Un viaje que tengo pendiente es irme al desierto de Atacama con mi hijo. No sé si con mochila, pero ir a chantarme al desierto un rato. Algo pasa allí, hay una energía rara.

La muerte me causa algo especial. Me inquieta lo desconocido. Cuando chico soñé que me mataban de un balazo y nunca se me olvidó. Uno se muere en el teatro, pero cuando veo la muerte en la vida real, cuesta. Mi padre murió de un ataque al corazón. Con el cuerpo tibio le tomé la mano y sentí cómo pasaba la película de su vida: nuestros viajes al norte, su vida de chico. La muerte está en una dimensión que me supera.