Mayo del 68 implicó grandes cambios culturales en la sociedad francesa, y mundial. También los supuso en la vida de Michel Wieviorka (París, 1946). Entonces veinteañero, vacilaba si dedicarse a la economía o la sociología. Pero esa experiencia lo llevó a preocuparse de las configuraciones y los cambios sociales. En las casi cinco décadas desde entonces ha investigado los movimientos obreros (incluyendo un estudio detallado de Solidaridad en Polonia), la globalización, el multiculturalismo, la violencia en sus distintas formas (política, social, individual, colectiva), el terrorismo, el racismo. Aunque el matemático Henri Poincaré afirmó que la sociología es la ciencia con más métodos y menos resultados, el trabajo de Wieviorka podría matizar esa afirmación.

¿Qué significó para usted Mayo de 1968 y sus posibles tensiones entre revuelta y sistematización?

Mayo del 68 es, como dijo Edgar Morin, una brecha. No tiene nada que ver con el estructuralismo y el pensamiento de los años 60 y 70. Fue un movimiento estudiantil, cultural, de emancipación política. Los actores estaban muy lejos de, digamos, Althusser. Fue también un movimiento obrero (después de los estudiantes). Pero se acabó en junio de 1968. Los años 69 y 70 fueron muy politizados y de un izquierdismo en que los estudiantes tenían mucho menos importancia. Yo soy muy favorable a Mayo del 68 y mucho más crítico del izquierdismo de después y del marxismo de los años posteriores.

Pero en su relación con Manuel Castells y Alain Touraine había algo de esa tensión.

Es cierto. Manuel Castells fue mi profesor. Es un personaje muy complejo. De un lado era un pensador marxista cercano a Althusser. Pero, de otro lado, era un sociólogo de los movimientos sociales. Tiene una doble cara: estructuralista y "accionalista", lo que no siempre es fácil de integrar, pero él lo hace muy bien. Alain Touraine no es menos complejo, pero es mucho más homogéneo. Los dos fueron mis maestros. Y tuve un tercero: en esos años yo dudaba entre economía y sociología; en economía fui alumno de Jacques Delors. Tuve de profesores a grandes figuras en sus áreas.

¿Y qué pasó con los movimientos obreros entonces tan influyentes y ahora casi desaparecidos?

Hoy en día no son sólo los movimientos obreros, sino los obreros mismos los que desaparecen de los medios, del imaginario colectivo y también de la ciudad (antes estaban en el centro de la urbe; después, en sus alrededores; ahora, muy lejos). La nuestra ya no es una sociedad industrial, como en los años 60 y 70. Se ha hablado de una sociedad posindustrial (no es un buen concepto; no dice nada de lo que es), y actualmente, de una sociedad posmaterial, de consumo, de redes. Como sea, el corazón de ella ya no está en la industria ni en los obreros. Ellos representan un porcentaje de la población (quizá un 20 o 25%), pero no hay movimientos obreros, los sindicatos son débiles y no es con ellos que se mueve la sociedad. Los obreros en Francia, por ejemplo, están olvidados o invisibles. Pero existen. Y es la extrema derecha (Jean-Marie Le Pen) la que más habla de los obreros. De manera que el camino obrero de Mayo del 68 hasta hoy es el de una declinación, desaparición y reaparición en lugares políticos que no se podían imaginar hace unas décadas.

Ha estudiado el racismo y el multiculturalismo en países desarrollados. ¿Cómo es que se dan juntos esos fenómenos opuestos?

El racismo de hoy es la cara negativa o negra del hecho que las sociedades son multiculturales. La diversidad cultural es un hecho. Pero hay muchos grupos. Si ellos son capaces de vivir juntos y hay un cierto reconocimiento de las minorías, no habrá problemas, pero si cada grupo puede ser víctima o autor de actos de segregación, si ellos no aceptan la convivencia o consideran que un grupo, el dominante o el minoritario (poco importa), es un peligro para su propio grupo, entonces aparecerá el racismo. De manera que, efectivamente, racismo y multiculturalismo tienen conexiones.

¿Cree posible plantear una teoría general de la violencia?

En parte, ha sido mi trabajo de los últimos 20 años. Es decir, he intentado conceptualizar la violencia con nuevas ideas. Las nociones clásicas sobre la violencia en las ciencias sociales se desenvuelven al interior de tres familias: la primera, la instrumental (es para obtener algo); la segunda, es la reacción agresiva ante una crisis y los cambios que conlleva (lo que es cierto a veces); y una tercera, la vincula a la personalidad y la cultura. Todas tienen algo de verdad. Pero para mí la violencia es la ruptura, cuando no hay capacidad del sujeto de actuar de otra forma. Esto tiene mucho que ver con la pérdida del sentido, con la imposibilidad de institucionalizar el conflicto y con los procesos de subjetivación. No es una teoría, hoy la sociología tiende a no proponer teorías (es peligroso), sino que es una manera de estudiar experiencias concretas de violencia.

En Otro mundo se abordan los movimientos antimundialistas, los que ya no son necesariamente antiimperialistas.

Los movimientos "altermundistas" no se oponen a la globalización, sino que quieren una globalización distinta. Y, efectivamente, no son antiimperialistas. Es más, yo creo que cuando el antiimperialismo es fuerte, estos movimientos se debilitan. Se puede criticar a Estados Unidos y a las agresiones imperialistas, pero es muy diferente de estar interesado en el cambio climático o de lograr proponer una visión global del mundo que uno quisiera.