La mañana del 11 de abril de 2006 las fuerzas de seguridad italianas dieron un duro golpe a la Cosa Nostra: en una casa de campo de Corleone lograron arrestar a Bernardo Provenzano, "capo" de la mafia siciliana quien falleció ayer a los 83 años de edad. El arresto marcó no sólo una derrota para el crimen organizado sino también la captura de un hombre que estaba prófugo de la justicia desde hacía 43 años. De hecho, el fantasma de Provenzano se materializó ese día tras casi medio siglo de búsquedas.

Provenzano tenía en ese momento el aspecto de un hombre anciano, casi desvalido: una imagen completamente diferente a la del "capo" astuto y sanguinario cuyo rastro la policía italiana siguió a lo largo de décadas. Un hombre a la antigua, que hacía una vida espartana y que comía ricota y ensalada en su Corleone natal, pero que dentro de Cosa Nostra tenía la fama de ser un jefe implacable y con la habilidad suficiente para seguir estando prófugo.

Como buen "padrino", Provenzano sospechaba de todo y de todos. Pedía a sus amigos hablar en voz baja y controlar si los lugares donde estaba había micrófonos o cámaras escondidas.

También transmitía sus órdenes con breves mensajes escritos en papelitos: los célebres "pizzini" preparados con una máquina de escribir con lenguaje codificado y un italiano primitivo, pero muy expresivo. Esas hojitas explican lo que era su mundo: algo que uno de los mafiosos arrepentidos, Angelo Siino, describió a la justicia como un "sistema" de empresas, licitaciones, negocios, dinero reciclado a través de los canales de la economía legal.

Provenzano logró escalar dentro del "holding Cosa Nostra" a partir del influyente grupo mafioso de Corleone y a través de amigos de infancia, como por ejemplo Totó Riina, el "capo de los capos", y Luciano Liggio. Fue el mismo Liggio quien lo definió como a un hombre que disparaba "como un Dios", pero que tenía "el cerebro de una gallina", razón por la cual nunca faltó a las operaciones más sangrientas.

Este fue el camino utilizado por Provenzano para llegar, paso a paso, al vértice de Cosa Nostra. Por años fue de hecho el "número dos" detrás de Totó Riina.

"Riina y Provenzano son la misma cosa", se afirmaba en los ambiente mafiosos, aunque la verdad es que la visión que los dos "capos" tenían sobre como administrar la Cosa Nostra fue muy diferente: impulsivo y sin tapujos el de Riina, reflexivo y más riguroso el de Provenzano.

Provenzano puso en evidencia su enfoque "moderado" tras el arresto de "don Totó", el 15 de enero del 1993. Ese fue el momento más duro para la Cosa Nostra, después del contraataque impulsado por el Estado italiano de la mano de las investigaciones de los dos fiscales símbolo de la lucha a la mafia, Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, ambos asesinados por sicarios en 1992.

Esos homicidios y otros ataques pasaron a la historia como la "ofensiva de las masacres" con los que el crimen organizado siciliano reaccionó a su vez a la contraofensiva del Estado.

Con el tiempo, Provenzano fue corrigiendo esta estrategia: en otras palabras hizo cesar el fuego mafioso y puso fin a los ataques. Impulsó una estrategia que no apuntaba al corazón del Estado, sino a dos objetivos.

Por una parte, permitió que la Cosa Nostra volviese a sus negocios tradicionales y por la otra abrió una "negociación" con el Estado incluso al costo de "entregar" a Riina: las interceptaciones de la policía demuestran las sospechas que "il capo di tutti i capi" tenía de Provenzano.

De una u otra manera, con Provenzano al frente, la mafia cambió de rumbo: su fuerza militar pasó a segundo plano y abrió las puertas en cambio a profesionales insospechables y a sectores de la política, hecho que permitió así suculentos negocios en áreas como obras públicas y la salud. Tras ser capturado, Provenzano se presentó a la justicia como un anciano que había perdido la memoria: y en efecto en los últimos años fue perdiendo no sólo su poder dentro de la mafia sino también su fuerza física y mental.