“EL MODELO de Guzmán ya no sirve”, esa es -en síntesis- la tesis de una columna escrita en este diario el pasado martes 11 de septiembre, en la cual se afirma que el senador Jaime Guzmán habría elaborado una estrategia de defensa de la libertad contra el marxismo en un contexto de guerra fría que no tiene vigencia hoy.
Más adelante, no obstante, el texto admite que “Guzmán resguardaba la libertad del espíritu frente a lo que entendía como la esclavitud del materialismo”, con lo cual su autor -Hugo Herrera- reconoce en el senador una postura antropológica que iba más allá de los alcances del bienestar económico material que las personas pudiesen lograr. Precisamente, dicha advertencia hace parecer contradictoria la tesis de que el pensamiento del senador gremialista esté hoy agotado.
Nuestra convicción es exactamente contraria a la afirmación primera. Es decir, el modelo de Jaime Guzmán no sólo sirve aún, sino que es plenamente capaz de dar respuesta integral a los actuales -y permanentes- dilemas políticos, porque su propuesta esencial, fiel a la tradición occidental, era resguardar la libertad del espíritu frente a la esclavitud del materialismo. Ese materialismo tuvo siempre para Guzmán múltiples caras, las más visibles eran el colectivismo marxista y el individualismo de las sociedades de consumo.
El proyecto de Guzmán implicaba, por sobre todo, reconocer la profunda dimensión ética de la política -lo que no significa descuidar la creatividad técnica tan necesaria en el mundo actual- y, por tanto, como en los clásicos, una pregunta por la perfectibilidad humana. Esto se tradujo en su constante preocupación por la dignidad de la persona, la búsqueda del bien común como fin último de la acción política, la protección de la familia y el matrimonio, el valor de las tradiciones configurantes de nuestra identidad, entre otras cosas. En definitiva, la defensa guzmaniana de la libertad -y, dentro de ella, la subsidiaridad y la propiedad- puede haber sido instrumentalizada, pero ello no autoriza a reducirla injustamente, ya que, para el asesinado senador, ella era precisamente libre albedrío (y, por ello, reconocimiento de trascendencia) y no mera autonomía arbitraria. De esta forma, ante el advenimiento cada vez más fuerte del individualismo en los diferentes sectores, lo que la política necesita -en particular la derecha, que, como dice Herrera, anda desorientada y carente de contenido- es precisamente profundizar sobre el proyecto que Jaime Guzmán tenía para Chile.
Por tanto, parece un error no mirar su pensamiento de manera más integral y situada: tan importante es considerar el contexto como la complejidad del discurso guzmaniano. Así, ha tenerse en cuenta que el debate de los 70 y 80 fue principalmente económico, ya que la visión cultural tradicional era compartida por amplios sectores sociales y políticos, lo que hacía de sentido común alinearse con ella, cuestión que actualmente no sucede. Pero, además, aceptar que el campo de lo público se limita a la deliberación que tiene como referente último la autonomía individual, significa, precisamente, abandonar la política al positivismo de la tecnocracia o a la ideología del relativismo, distintas maneras del materialismo moderno que Guzmán buscaba superar.
Claudio Arqueros
Carlos Frontaura
Investigadores Fundación Jaime Guzmán