EL EJERCICIO es ineludible: cuando un hombre va a ser papá, el entusiasmo lo lleva a imaginarse desde los panoramas infantiles hasta el cartón profesional de su descendencia. Si el hijo que viene es hombre, los palmotazos de felicitaciones en la espalda van acompañados, además, con frases que van desde la posibilidad de que sea hincha del mismo equipo de fútbol hasta el honor de poder perpetuar el apellido.
Cuando el escenario es inverso y los hijos no llegan, las miradas van dirigidas hacia ella: la regla es ser mamá. Por la naturaleza de la mujer y porque los roles sociales así señalan. No tener hijos es sinónimo de "fallar" y el peso y el dolor de fallar se lo llevaría la mujer. Eso es lo que dice el sentido común. Sin embargo, un reciente estudio de Robin Hadley, de la Universidad de Keele (Reino Unido), desafía, en primer lugar, esa idea preconcebida de que las mujeres son más proclives a querer tener hijos que los hombres. Y en segundo lugar, echa por tierra el convencionalismo de que son ellas las que experimentan emociones negativas más profundamente que ellos cuando no tienen hijos. Al contrario, esta investigación señala que en ellos se manifiesta con mayor fuerza el aislamiento, la tristeza y la depresión.
Para este estudio, Robin Hadley entrevistó a hombres y mujeres que tenían hijos y que no los tenían. Cuando comparó al segundo grupo, lo primero que encontró es que el deseo de ser padres es similar en ambos sexos. Pero cuando fue al detalle de las emociones que les provocaba el hecho de no tener hijos, observó diferencias: el 50% de los hombres y el 27% de las mujeres habían experimentado una sensación de aislamiento; el 38% de ellos y el 27% de ellas había desarrollado una depresión; el 56% de los hombres había dado muestra de tristeza en comparación con el 43% de las mujeres; y el 56% de ellos y sólo el 46% de ellas sentía envidia de quienes eran padres.
En la investigación, los hombres entrevistados hablaron de presiones culturales, sociales y familiares que los llevan a sentirse así. Y en esa línea, Robin Hadley explica que en muchas sociedades existen ciertas expectativas sobre el deber ser de la masculinidad: una parte de lo que significa ser hombre está en la demostración de la virilidad. "Convertirse en padre es una prueba permanente de virilidad. Por lo tanto, si no se logra ese estatus, las consecuencias pueden ser muy profundas para algunos hombres", dice el investigador a Tendencias. Esto lo podemos ver con un ejemplo cotidiano: los típicos comentarios de familiares y amigos que reciben las parejas que llevan unos años juntos y que no tienen hijos. "¿Y? ¿Los niños cuándo?", "¡Demuestra que eres hombre, pues!". "Ahí no se está atacando la femineidad de la mujer, pero sí la virilidad del hombre", apunta Víctor Carvajal, sicólogo de parejas de la UC. Y eso tiene consecuencias.
Lo masculino también está definido por una marcada necesidad de trascendencia que tienen los hombres, de dejar un legado (el apellido es uno de los mejores ejemplos). Bien lo dijo Martin (70 años) en el estudio de Hadley: Si yo hubiera tenido hijos habría sido un buen abuelo. Tal vez, incluso un bisabuelo ahora.
No quiero
Hay otro punto que señala Hadley a Tendencias. Hasta ahora, el imperativo biológico de tener hijos se ha asociado con las mujeres y no con los hombres y, como tal, ha sido absorbido en las estructuras culturales y sociales hacia ellas. Sin embargo, esto no significa que los hombres no tengan una necesidad biológica: sólo que esto está poco investigado y escasamente reconocido. Por ejemplo, recién hace dos años un estudio de la Universidad de Northwestern probó que los hombres también están programados biológicamente para ser padres (la paternidad reduce los niveles de testosterona).
Y cuando ese deseo por ser madre y padre no se traduce en tener hijos, es más probable que ellas, por su mayor capacidad de elaboración, puedan ocupar su instinto maternal en otras tareas de cuidado (por ejemplo, en profesiones como enfermería o profesora) o bien, transferir esa necesidad hacia niños cercanos, como los sobrinos o hijos de amigos. Javiera Navarro, sicóloga y académica de la Universidad Alberto Hurtado, explica que, de alguna manera, para ellas sería menos desafiante poder subsanar la falta de un hijo e igual sentirse un poco mamás.
No es todo. Cada vez más las mujeres se están atreviendo a decir "no quiero tener hijos y qué". Junto con eso, la sociedad lentamente está abriendo espacios donde no las juzga. Por ejemplo, hoy sabemos que la tasa de recambio en Chile es de 1,7, que el 45% de los hogares chilenos tiene un solo hijo y estamos de acuerdo en que el problema es global y no de ellas.
Los hombres, en cambio, no tienen ese espacio ni se dan ellos mismos el permiso de rebelarse en ese plano. "Por sus limitaciones, era mucho más probable y esperable que la mujer se rebelara ante su rol que el hombre", agrega Carvajal. Es que ellos están haciendo el camino inverso: su "rebeldía" tiene que ver con sacudirse de su rol de proveedor y encontrarse con su mundo afectivo. Y qué mejor cable a tierra que la familia y los hijos.
Así entendemos ese 50% de los hombres sin hijos que habían experimentado la sensación de aislamiento Los últimos estudios (incluso en Chile, como el Informe del Pnud de 2010) dicen que ellos tienden a fijar más su identidad y realización personal en función de la vida familiar, tanto con la pareja como con los hijos.
Además, ellos no son capaces de crear redes. Ellas sí. Hadley dice a Tendencias que el estudio demostró que si las personas a su alrededor se están convirtiendo en padres, ellos se pueden llegar a sentir al margen de la comunidad. Si usted no tiene hijos o nietos, entonces esa dimensión de su vida no se encuentra más, dice George (60) en el estudio.
Y por estructura cerebral y experiencia social, sabemos que ellas responden mejor al aislamiento: sus redes neuronales son más completas y están entrenadas para construir vínculos afectivos. Y por las mismas razones (fisiología y sicología), ellos no encuentran el camino para expresar en palabras la frustración de no tener hijos. Sabemos que los hombres tienen la tendencia a la minimización y negación del malestar. Y esa es una parte de la explicación de por qué son más propensos a la depresión, el suicidio y las conductas de riesgo de salud, como la bebida y las drogas, concluye el investigador.