La inteligencia artificial y los algoritmos son capaces de hazañas impresionantes: los computadores pueden barrer con un tablero del concurso televisivo Jeopardy, calcular Pi en un grado asombroso y tuitear cada palabra de un idioma sin desarrollar síndrome del túnel carpiano. Pero cuando salen del ámbito de las matemáticas y entran en el sutil dominio de la comunicación humana, su inteligencia a menudo se tambalea. Y eso es ser amable: el entendimiento que tienen los “bots” del humor es tan débil y poco desarrollado que a menudo es en sí mismo una broma.
Por ejemplo, cuando Siri - el asistente digital que opera en equipos como el iPhone- equivocó una solicitud de canción, le comuniqué mi irritación con un tono sarcástico: “Siri, eres fantástica”, dije inexpresivo. “Aw, gracias”, respondió con seriedad. Su ignorancia es uno de los ejemplos de cómo los robots de chat y los sistemas operativos de voz, que sirven como indispensables sistemas digitales y extravagantes distracciones, son bastante deficientes en el ámbito de la comedia.
¿Podremos alguna vez esperar inteligencia artificial capaz del sarcasmo? Los ejemplos de ficción son tentadores: en la película Ella, de Spike Jonze, Scarlett Johansson es más graciosa y ácida en sus afirmaciones que su propio compañero humano. Y en el universo de Star Wars, R2-D2 es capaz de ofrecer burlas mordaces sólo a través de pitidos y silbidos.
Según Noah Goodman, profesor asistente en la Universidad de Standford y especializado en sicología, ciencias de la computación y lingüística, los humanos necesitan primero consolidar su propia comprensión del sarcasmo. “Antes de que puedas programar una computadora para hacer algo cool, tienes que comprender qué es cool”, dice Goodman. “Estamos recién empezando a entender los difíciles matices de la comunicación humana”.
El sarcasmo es engañosamente complejo, concuerda Elisabeth Camp, profesora asociada de la Universidad de Rutgers, quien estudia la filosofía del lenguaje y la mente. “Hay un montón de temas, como las dinámicas sociales y de poder”, agrega, etiquetando al sarcasmo como algo “profundamente, profundamente humano”.
Es el contexto en que se desarrolla el sarcasmo el que lo hace funcionar, explican Goodman y Camp. Pero para las máquinas, el profundo marco de las experiencias pasadas y el subtexto emocional puede ser una piedra de tope. Colocar ese nivel de conocimiento en un robot requiere mucho más que escribir unas pocas líneas en un código, por mucho estilo y eficiencia que tenga este, dice Goodman. Y es por esta misma razón que no encontramos robots que coqueteen o entiendan una hipérbole.
Inteligencia artificial
Los sistemas existentes que unen comedia e inteligencia artificial funcionan hasta cierto punto, comenta Goodman, pero sólo rudimentariamente. “Usualmente su trabajo se basa en reconocer o generar plantillas muy limitadas”, explica. Es por eso que un bot puede decir una broma estilo “tu mamá es tan...”, pero actuar completamente carente de humor al momento siguiente. Oren Tsur, un investigador de postdoctorado en las universidades de Harvard y Northeastern y especializado en el procesamiento del lenguaje natural y las redes científicas, desarrolló un algoritmo de busca-sarcasmos unos años atrás. El programa podía detectar el sarcasmo en las reseñas de Amazon y los tuits, dice, pero fue incapaz de hacerlo en conversaciones más coloquiales y humorísticas. En lugar de ello, aprendió a identificar cientos de patrones de texto.
Missy Cummings, profesora asociada en MIT y que se dedica a estudiar la interacción humana con sistemas artificiales, dice que los bots sarcásticos no son posibles con la tecnología actual. “Los robots aún tienen dificultad para entender con claridad distintos comandos que son bastante más simples que las matizadas diferencias que se dan en el sarcasmo”, dice. Un robot sarcástico sería el “santo grial”, explica. “Puedes hacer todo el aprendizaje automático del mundo en el lenguaje hablado, pero el sarcasmo está a menudo en el tono y no en la palabra”, agrega. “O en las expresiones faciales. El sarcasmo tiene un montón de señales no verbales”.
Cummings también nota, con cierta ironía, que los ingenieros tal vez no sean los mejor preparados para descifrar el sarcasmo y transformarlo en código: quizás requieran la ayuda de comediantes. “Necesitamos pensar más sobre cómo hacer de este un proceso colaborativo entre diferentes tipos de investigadores”, plantea.
Es una idea a la que John Lutz, comediante que escribe para “Late Night con Seth Meyers” y que interpretó en la comedia “30 Rock” al torpe J.D. Lutz, está completamente abierto. “Sé que el mundo está clamando por un robot Lutz-400 y quién soy yo para negárselo”, comenta. Además, nota Lutz, la inteligencia artificial ya está hoy en los programas estelares de la televisión. “Creo que Bill O’Rilley está haciendo un buen trabajo” (aquí, una computadora entendería su broma literalmente). Por su parte el comediante Keith Powell, quien también protagonizó “30 Rock”, dice que los robots no necesitan entender el sarcasmo: ya han prácticamente conquistado el mundo y han hecho un excelente trabajo acabando con la interacción, humana o de cualquier tipo. “Cuando espero en la fila para comprar un café todos están mirando sus teléfonos”, dice Powell. “A este ritmo, los robots no tendrán que reconocer el sarcasmo en una conversación, porque simplemente no habrá conversaciones”.
Si los robots descarnados y graciosos están lejos de existir, ¿pueden los científicos dar una fecha tentativa de su llegada? “Estamos sumamente lejos de inteligencia artificial con sarcasmo, ironía u otro tipo de emociones más sutiles”, dice Cummings. “En el mundo académico, diría que 20 años, por lo menos”. Goodman es menos tajante. “No me siento cómodo poniéndole fecha a nada”, dice. Pero nota que las máquinas más astutas no pasarán inadvertidas, porque llegarán de la mano de robots marcadamente más inteligentes que los de hoy.
Hay quienes, sin embargo, no quieren un robot sarcástico. Imagínese: un auto tan inteligente que no quiere prenderse porque no tiene bencina premium en el estanque. “Lo último que quiero es que mi robot sea sarcástico”, dice Sebastian Thrun, experto en robótica con pedigree de la Universidad de Stanford y Google. “Quiero que sea pragmático y confiable, igual que mi lavavajillas”.T