Fumaba al ritmo de su respiración y las yemas de sus dedos tenían el color del tabaco. La voz de la poeta chilena Stella Díaz Varín era un ronquido en alza cuando hablaba. Su última gran decepción antes de morir, el 2006, luego de entrar de urgencia al Hospital del Salvador, fue cuando le arrancaron la banca de la plaza donde iba a fumar a metros de su departamento de la Villa Olímpica, en Santiago. Un episodio más para el mito que fue.
La musa de la generación del 50, la primera poeta punk del país, "la ruda, la bestia" -le llamaban-, vivió la bohemia de esa época a concho. Compartió mesa y discusión con los poetas Nicanor Parra, quien le dedicó el poema La víbora, y Alejandro Jodorowsky. Con ambos tendría un romance.
Por esas mesas también pasaban Pablo Neruda, Jorge Teillier, Enrique Lihn y Lafourcade, a quien dejó nocaut luego de hablar mal de ella. Los mismos que la llamaban la "Colorina" por su cabellera rojo fuego. Los lugares de encuentro eran los bares El Bosco, el café Iris y la Unión Chica.
Stella Díaz Varín sólo publicó cuatro libros a lo largo de sus 79 años de vida. El primero, a los 23: Razón de mi ser. Y el último, Los dones previsibles, en 1992, con prólogo de Enrique Lihn. La autora de Tiempo, medida imaginaria, tenía el brazo izquierdo tatuado con una calavera atravesada por una espada. Se lo hizo después que Gabriel González Videla impusiera la Ley Maldita en 1948, que perseguía al Partido Comunista y a sus miembros. Díaz Varín diría meses antes de morir en el documental La colorina, de Fernando Guzzoni: "El tatuaje también se lo hicieron Lihn y Lafourcade. Fue un pacto de sangre de la muerte de la muerte".
Díaz Varín ahora regresa a librerías con Obra reunida (editorial Cuarto Propio), a cinco años de su muerte debido a un tumor canceroso. El volumen incluye sus cuatro libros, además de La arenera, un tríptico inencontrable editado en 1987 (inspirado en la muerte de una trabajadora), y un apartado con fotografías de Paz Errázuriz, y varias inéditas, titulado Stella. Lleva textos introductorios de los poetas Eugenia Brito y Cristián Gómez.
Otro dato para cultivar más el mito: Stella extragaláctica es un libro que está inédito desde hace seis años. Anunciado en reiteradas ocasiones, el volumen son conversaciones con su amiga, la periodista Claudia Donoso. "Se ha insistido en que el libro es una biografía, pero son conversaciones y no tengo apuro en publicarlo", dice Donoso. Y agrega: "Tal vez no lo publique , para contribuir con la leyenda".
Derrame del infierno
Dos años antes de que Díaz Varín se tatuara el brazo vivía en La Serena con sus padres. Y a la mala se vino a Santiago, donde estaba su hermano. Vivieron en una pensión en Cumming con Alameda. Stella estudiaría Medicina, pero la bohemia y la literatura tiraron más fuerte. "Yo soy poeta, no poetisa", decía. Mientras, colaboraba en los diarios El Siglo, La Opinión y El Extra.
La leyenda de Díaz Varín comenzaba a fundirse con la realidad más gloriosa y siniestra. Su primer libro, Razón de mi ser, fue publicado en 1949 motivada por el editor de Morales Ramos. Un tiraje de 1.000 ejemplares que se agotó en tres meses.
En 1953 vino su segundo libro: Sinfonía del hombre fósil y otros poemas, con ilustraciones de quien sería su único marido, Luis Viveros, con quien se casó porque habían tenido un hijo y le asqueaban las habladurías.
Su poesía torrente, lírica, a veces tremendista, impacta en la época. "Me encanta Satanás. Pero le he hecho el quite, porque te engrupe y te vende la pomada", confesó en sus últimas conversaciones. Recién, seis años después, el Grupo Fuego de poesía publicó su siguiente poemario: Tiempo, medida imaginaria. Con epígrafe de Nietzsche se lee en el poema Breve historia de mi vida: "Uno ya no puede valerse de nadie./ Yo no puedo estar en todo;/ para eso pago cada gota de sangre/ que se derrama en el infierno".
Pasarían más de 30 años para que en 1992 editorial Cuarto Propio publicara Los dones previsibles, con prólogo de Lihn. "En el poema hablaba una primera persona que debía robarse con su voz todas las películas, empezando por la Biblia", anota Lihn. Y sigue: "Así, pues, Stella era, es, una tenebrosa cantante desconsolada también frenética, orgullosa de sus imágenes y negligente en relación al sentido de su canto".