EN MOMENTOS como los que atraviesa Chile lo que más se echa de menos es cierto realismo, tratar las cosas tal como son. Que se nos dijera, por ejemplo, que la Presidenta se enteró de esto o aquello por los diarios, al igual que el resto de los ciudadanos, fuera de que nos pone en una disyuntiva incómoda -¿le creemos o no?-, es simplemente no realista.

Sabemos, gracias a Maquiavelo, que los que manejan el poder suelen mentir, y aun cuando ello es reprochable éticamente, no condena per se (la política se regiría por códigos no morales). El problema se viene a presentar cuando se los pilla mintiendo, cuando el engaño ya no resulta eficaz. El gobernante no sabe disfrazar bien las cosas y sus días están contados como autoridad. Podrá seguir apostando a que habrá suficientes cándidos que quieran ser engañados, podrá sentirse confiado que tiene la fuerza del Estado, se creerá aún imbatible, pero si llega a perder la confianza y se asienta la duda su situación es terminal. El gobernante pierde credibilidad (haya mentido o no), se desacredita y aunque siga gobernando será sin apoyo o fe a su favor. Le sacarán en cara su falta, lo perseguirá para siempre, en fin, sellará su trayectoria política.

En escenarios de este tipo, los políticos son los últimos en dar su brazo a torcer; se autoconvencen que tienen siete vidas, que nadie muere en política (no les queda más remedio que refugiarse en el cliché). Los hombres comunes y corrientes (y no hay nadie más común y corriente que los políticos, de lo contrario no salen elegidos en democracia) tienen serias dificultades a la hora de encarar la realidad. De ahí que prefieran filtrarla y dosificarla por televisión, el medio y pantalla de humo por excelencia de los políticos. No pasa lo mismo con los historiadores, novelistas y artistas, quienes soportan mejor la realidad. Lo sostiene T. S. Eliot y refrenda Isaiah Berlin. En efecto, es lo que apreciamos en Shakespeare, Goya, Balzac o el mismo Maquiavelo cuando escribe historia. No le tienen miedo a la realidad, han visto de todo: he ahí su obra.

Otra frecuente falta de realismo político es creer que las crisis se pueden manejar. Normalmente se sortean, puede que se anticipen, pero ¿qué pasa si son sistémicas y prolongadas? Según Fukuyama todos los sistemas políticos -pasados o presentes- son vulnerables, decaen, incluso no habiendo alternativa que los reemplace (lo dice respecto a la democracia liberal). Justamente lo que estamos viendo. No hay sustitutos a los modelos político y económico hegemónicos actuales, pero ello no significa que no se les intente deslegitimar. En situaciones así pretender que se puede “refundar” un sistema mediante constituciones es una clásica falacia leguleya. El realismo político aconseja en tales casos desconfiar; quizás otros fines y aprovechamientos no explícitos están en juego, y lo de la Constitución es pura treta. Ignoro si Ricardo Lagos está al tanto de lo de Fukuyama, presumo que no. Lagos viene siendo parte de la crisis hace rato.