Bose cantaba en medio de los 80, con voz aguda, cintillo en la cabeza y baile coreografiado, "ser tercero es perder, ser segundo no es igual, que llegar en el primer lugaaaaar". En ese tiempo le tendimos a creer; por estos días tenemos la certeza de que se equivocó en sus juicios. Y si no le parece, póngase a revisar las fotos de premiación de los Juegos Olímpicos que acaban de terminar: el ganador de la medalla de bronce tiene más cara de felicidad que la de cualquiera que tenga colgada una de plata. La causa, una cuestión de pura expectativa y la pesada carga del "lo que podría haber sido".
Es decir, cada vez que un deportista que llegó en tercer lugar subió al podio de premiación, realizó un proceso mental llamado contrafactual, en el que comparó su logro con “lo que podría haber sido” y ese “podría” está marcado por la fatalidad, como lo aclaró hace poco el sicólogo de la Universidad Estatal de San Francisco, David Matsumoto, quiso analizó si el efecto de la medalla de bronce influía en los jugadores de Judo en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004. Para ello se tomaron datos de 84 atletas en 35 países y en tres momentos diferentes: después del partido, cuando se situaron en el podio y cuando recibieron la medalla. ¿Resultado? En total se descubrió que 13 de 14 ganadores de oro sonrieron inmediatamente después del partido ganador, mientras que 18 de 26 medallistas de bronce sonrieron en esa misma instancia. ¿Y los ganadores de plata? Ninguno sonrió una vez finalizada la prueba. Del total de ganadores de plata, 43% demostró tristeza, 14% desprecio y 29% no mostró ninguna expresión.
Pero los efectos de la medalla de bronce, no sólo han sido estudiados por la U. de San Francisco. Y tampoco es exclusivo de los atletas. En 1995 la sicóloga de la Universidad de Cornell, Victoria Medvec, junto a otros investigadores, sometió a un grupo de estudiantes a observar grabaciones de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. Los participantes debieron calificar -con una escala de 10 puntos, en donde 1 era sentimiento de agonía y 10 de éxtasis- la alegría demostrada por cada uno de los competidores que recibieron medalla. Al concluir el estudio, a los medallistas de plata se les dio una calificación de 4,8, mientras que a los ganadores del bronce se les anotó un 7,1, y después, al ser evaluados en el momento de la premiación, las caras de los ganadores del bronce siguieron marcando más puntos. Estos datos estadísticos demostraron que tanto inmediatamente después de haber ganado así como más tarde, en la ceremonia de premiación, los ganadores del tercer lugar fueron visiblemente más felices.
Y hay más. En 2003 un grupo de sicólogos de las universidades de Boulder y Berkeley, Estados Unidos, sometieron a un grupo de personas a que les aplicaran una prueba de escritorio sin mayores dificultades y les ofrecieron una recompensa con una diferencia mínima: al ganador se le darían 7 dólares, al segundo 3 dólares, al tercero 2 dólares, y al último, nada. Eso sí, los expertos hicieron creer al segundo lugar que podía salir primero y al tercero que podía perder. Al momento de premiar, los investigadores constataron que la decepción de los segundos era muy notoria porque tenían la expectativa (inducida) de ganar; en el caso de los terceros, en cambio, aumentaba la satisfacción, ya que entre sus posibilidades estaba el no ganar nada. La idea fue demostrar los poderosos efectos de las expectativas sobre la felicidad humana.
Y el mejor ejemplo de esta teoría se pudo constatar en los Juegos Olímpicos de Londres, cuando la gimnasta estadounidense experimentó los dos estados: el “lo que podría haber sido” y el podio por el bronce. Tras su rutina en suelo Alexandra Raisman quedó en el cuarto lugar con una cara que hablaba de la derrota. Pero, tras un reclamo a los jueces, la atleta logró la medalla de bronce y la cara de mayor felicidad que se le haya fotografiado.