La primera vez que Steven Spielberg fue a ver una película, no sabía que iba al cine. Previa promesa paterna de ir al circo, fue a una función de El espectáculo más grande del mundo, drama circense de Cecil B. de Mille. Una escena del filme habría inspirado, igualmente, su primera película casera, The last train wreck. Y otros visionados de infancia, como la serie El Zorro cabalga de nuevo, proveerían escenas casi calcadas en Los cazadores del arca perdida (1981).

Cuento corto, el consumo cultural de los primeros años viste el anacronismo orgulloso de las aventuras de Indiana Jones, que Spielberg llevó a la pantalla cuatro veces en tándem con George Lucas. En la última, sin embargo, y aunque la taquilla no amainó, la fórmula se vio fatigada. El ciclo oscuro y más bien adulto de películas tan relevantes como Minority report, Múnich y La guerra de los mundos era interrumpido sin mucha gloria, estrujando un limón que siempre da: el sabor de la aventura; la fantasía infantil del divertimento non-stop. Y el hombre insistió con el género. En estrecha complicidad con Peter Jackson (El señor de los anilos), tomándose todo el tiempo y amparándose en el dibujante belga Hergé (1907-1983).

El próximo jueves se estrena Las aventuras de Tintin - El secreto del Unicornio. La película, por de pronto, confirma su estatus de director con "estilo": capaz de hermanar forma y contenido a la hora de contar una historia. Y no cualquier forma, sino una de última generación. Y no cualquier contenido, sino las correrías de uno de los personajes más populares del cómic europeo.

Tomar el desvío

Dice Spielberg haberse enterado en los 80 de la existencia del joven y arrojado reportero Tintin, el rubio de jopo que viaja por el mundo junto a su perro Milú (y que en EE.UU. nunca ha sido famoso). Alguien habló de él en relación con su película. Y ya en 1983 trató sin suerte de comprar los derechos.

Por su parte, Hergé no consiguió interesar a Walt Disney en llevar a Tintin al cine, sin perjuicio de que fuera un admirador de Spielberg, de quien dijo: "Creo que este tipo puede hacer la película. No será mi Tintin, por supuesto, pero puede ser un gran Tintin".

Tras un cuarto de siglo, la película fue filmada en los estudios neocelandeses de Jackson, quien oficia de productor y probablemente dirigirá la próxima entrega tintinesca, anunciada ya al cierre de la primera. Spielberg venía con la autoestima magullada tras el naufragio de Dreamworks, que nació en los 90 como megaproyecto "alternativo" a las majors hollywoodenses y terminó vendiéndose de apuro en medio de las crisis de 2008. Estratégicamente, fue "a la segura" en un proyecto donde aplicó vuelo creativo y control del producto, aspirando a ganancias que en su caso alcanzarían al 30% de la taquilla, en conjunto con Jackson.

Y no reparó en gastos. Conoció en 2009 el estudio de James Cameron, quien trabajaba en Avatar a partir del principio del motion capture: se graba con actores y luego se anima a partir de sus cuerpos y sus gestos. Y gozó como niño con un artilugio que permite al director ver las escenas con los fondos animados y no con esas inexpresivas pantallas verdes de meteorólogo de TV.

Tintin nunca más se dibujará, porque su creador así lo estipuló. Y la película parte con un homenaje a Hergé, quien figura haciendo un retrato del protagonista del filme, el único "a lápiz" de la cinta, con la cara del personaje como la conocen millones de fans de sus 23 libros. Lo que sigue es que el muchacho busque y encuentre pistas, enfrentando variedad de enemigos, en tierra, mar y desierto, a la caza de un tesoro impensable: debe encontrar un barco enterrado, El Unicornio, que guarda la clave de una fortuna.

Es el juego que juega la película. A veces hasta abrumar, Spielberg deposita su fe en el ritmo trepidante y la simpatía de los personajes para contar una historia que apenas da respiro. Y con similar talento ha rehuido cualquier controversia a propósito de Hergé y los carteles de colaboracionista y racista que alguna vez le colgaron y que regresaron con el centenario de su nacimiento y el anuncio de la película. Mal que mal, Tintin contribuyó al tiraje del diario Le Soir, controlado directamente por los nazis, mientras sus ilustraciones de la negritud y el judaísmo son poco compatibles con los estándares actuales.

Pero Spielberg, basado en una historia que es puro correr, caer y tropezarse, tomó el desvió. No es primera vez que lo hace.