Siempre parte por el centro. José Santos Guerra, cada vez que inicia alguna de sus obras, comienza a pintar en la mitad de la superficie. "Es lo que tengo a la altura de mis ojos. Luego sigo hacia los lados, hacia arriba y abajo", dice.
Una imagen inicial. Por ejemplo, una vitrola antigua. Lo que viene después es un fluir de la conciencia (o inconsciencia): un quitasol de colores, un gato, un trapecista, una mujer con un pez en la cabeza que vive dentro de una sandía. Sus obras son fantasía pura, sin bosquejos o dibujos de antemano. "Yo mismo me sorprendo, no pienso ni en los colores. Entro en un estado muy especial de creación", cuenta este artista chileno, famoso por el sello onírico e ingenuo que imprime a sus obras.
Santos Guerra se inició tardíamente con los pinceles y acrílicos. Trabajó en una oficina en su natal Valparaíso, fue empleado público, pasó un tiempo en un laboratorio y como vendedor viajero de libros, entre otros oficios. Y al igual que en sus cuadros, la pintura llegó a su vida justo en la mitad, a los 43 años. Durante décadas trabajó en formatos pequeños, tablas de madera de 20 x 25 cm y en bastidores. Sin embargo, hace 15 años, sumó a sus creaciones grandes murales, la mayoría ubicados en bares y restaurantes de Santiago.
"El primero lo hice el 96 en la fachada del bar Liguria, en Pedro de Valdivia", cuenta Santos Guerra, quien se reconoce como autodidacta y un artista que no se preocupa de proporciones ni perspectivas. "Eso sí, para pintar murales tuve que aprender a subirme a escaleras y a estirar el brazo más arriba del hombro", explica.
Marcelo Cicali, uno de los dueños del Liguria, quien conoce a Santos Guerra desde hace varias décadas, recuerda al pintor afanado en su tarea: "Lo veía sentado, trabajando en silencio, humildemente. Siempre iba cuando había poca gente". Según Cicali, ya tenía cuadros del autor al interior del restaurante antes de encargar el mural. "Me interesaba mostrar su obra, pero integrada a la calle. Además, él representa el espíritu de la noche. En un bar, a las 2 de la madrugada, todas las mujeres son hadas, como las de sus cuadros", bromea el empresario.
Después del local en Pedro de Valdivia, realizó la fachada del Liguria en Av. Providencia con Manuel Montt. "Santos Guerra me contó que le estaban ofreciendo hacer murales en otros restaurantes. Le dije: hazlo, pero que te paguen bien", explica Cicali.
A partir de entonces, ya cuenta varias paredes intervenidas: una oficina del Registro Civil, cerca de la Plaza de la Constitución; en el restaurante Happening, en Av. Apoquindo; en la trattoria Da Noi, en el barrio Italia, y en El Ciudadano, en calle Seminario. "El presupuesto depende del proyecto, pero por un mural de 2,40 x 2,20, cobro cerca de $ 800.000", dice el pintor. Todos muestran mundos de ensueño, circenses y con animales, con su estilo pueril y lleno de colores intensos, ya una marca registrada. Lo último que hizo fue un mural en un departamento en Las Condes.
A Santos Guerra se le puede ver habitualmente en los locales que ha intervenido. "Así lo conocí yo, en el bar de un tío mío en Lastarria", dice Cicali. "Siempre viene al Liguria y es muy cercano a nosotros", agrega.
Cicali recuerda que alguna vez alguien le dijo que Santos Guerra había creado una "república de los sueños". "Durante un tiempo, él realizó comerciales navideños e interpretaba al Viejo Pascuero. Verlo ahí, entre los duendes, las estrellas y los niños, era como si habitara una de sus obras, el protagonista", finaliza.