"BIENVENIDO, tiene que hablar bajito porque hay gente durmiendo". Son cerca de las tres de la tarde y me dirijo al centro de Santiago para visitar el primer "siestario" que se instala en la ciudad. Nada parece indicar que me acerco a un oasis de descanso en medio de las oficinas, los bancos y los negocios repletos de gente, que atiborran el sector, hasta que llego al tercer piso de un edificio en calle Moneda y me recibe un cartel que reza: siestario, mi espacio.

Porque al igual que en grandes capitales del mundo, como Tokio, Nueva York o Buenos Aires, la tendencia a dormir siestas de 30 minutos en medio de la jornada laboral comienza a instalarse en Chile. Al principio dudo, reconozco en la siesta mi deporte favorito y me cuesta creer que sea cierto. Hasta que entro y un espacio finamente decorado al más puro estilo del Feng Shui (con música de relajación en el ambiente, aromas de esos que se usan en terapias y una que otra cascada de agua como adorno) termina por convencerme de que el lugar es especial o, al menos, diferente.

La creadora de este bucólico espacio, Karin Schimer, relata que pasó cerca de un año investigando la tendencia en otros países, hasta que en septiembre de este año inauguró el siestario. Inducción del sueño, masajes y la anhelada siesta, forman parte de la oferta a la que se puede acceder en horas de oficina. Y yo sigo sin creer que esto me esté pasando. Veo la carta, con precios que indican que por cinco mil pesos se puede dormir media hora.

Un total de siete habitaciones están dispuestas para tal efecto, cada una con nombres de árboles nativos chilenos "porque el bosque tiene un efecto relajante y es nuestra inspiración", explica Schimer con un aire y mirada místicos muy ad hoc. La idea, agrega, es aprovechar el interés creciente en la siesta "terapéutica", sobre todo tras una serie de investigaciones que demuestran las ventajas que un descanso no mayor a 45 minutos durante el día reporta a nivel cerebral y cognitivo. Yo asiento con cara de interés, pero estoy pensando en la siesta.

El siestario recibe cada semana a un promedio de 30 personas, entre oficinistas, ejecutivos y gerentes que buscan un "aire" distinto en medio de la jornada de trabajo; políticos y hasta "candidatos presidenciales" han llegado a probar las bondades de este paraíso "cuasi onírico" desde que fue inaugurado hace tres meses.

Me dispongo a entrar a una de las habitaciones. Una atractiva mujer experta en masajes me acompaña, me explica el sistema y me invita a recostarme sobre una camilla, de esas especiales para masajes. Luego ella deja la habitación y me pide que cuando esté listo, presione un timbre para comenzar la sesión. Francamente relajante, paso los siguientes 30 minutos recibiendo la terapia, hasta que la joven se retira, baja las luces y me deja para comenzar la siesta.

Honestamente, no cuesta nada quedarse dormido después de semejante estímulo. Transcurre otra media hora cuando una suave voz me despierta: "Estire lentamente sus músculos, comience a sentir su cuerpo", dice. Honestamente, también, habría seguido durmiendo, pero no es lo que se recomienda para que la siesta sea "ventajosa", me explican. A mi lado, un té caliente me ayuda a reincorporarme.

Todavía relajado, salgo a despedirme y la dueña me cuenta que pronto piensan incluir alguna colación, obviamente en la onda liviana, para que más personas vean en el siestario una opción saludable a la hora del almuerzo. Me retiro del lugar, pero sigo relajado, al punto de sonreír solo mientras camino. Me pregunto si habrá sido un sueño. Y, literalmente, sí lo fue.