FABRIZZIO Dasso avanza por calle Monjitas montado en su particular triciclo. Su paso no deja a nadie indiferente, en especial transeúntes curiosos intrigados por el contenido de su vehículo: "Recicla o muere", reza una leyenda escrita como colgando en el cielo sobre la imagen de una urbe gris, dibujada en el contenedor que lleva. Se detiene en la esquina de Mosqueto, justo a la salida del Metro y, en cosa de segundos, el triciclo se ha transformado en una tienda.

Esto es Konvert, una de las iniciativas que se inscriben dentro del movimiento mundial llamado upcycling o "supra reciclaje", que busca dar nueva vida a los objetos en desuso transformándolos en piezas de diseño exclusivo: desde accesorios como billeteras hasta adornos para decorar la casa, pasando por todo tipo de carteras y joyería. Las posibilidades son infinitas. En muchos casos, el nuevo objeto llega a competir con el original, como las billeteras hechas a mano por Fabrizzio y que son elaboradas con desechos de la industria de zapatillas Converse.

Se trata de una tendencia que comenzó a instalarse hace unos cinco años en Chile, de la mano de diseñadores que empezaron a trabajar la idea del reciclaje en diversas ferias a través de Santiago, así como también en talleres itinerantes como los del proyecto Salva la Tierra, de Neurona Group, que difunde estas iniciativas en escuelas del país. Hoy es más que una moda verde: ha comenzado a profesionalizarse de la mano de proyectos comerciales como el de Fabrizzio y una serie de iniciativas llevadas a cabo por diseñadores, publicistas y artistas visuales.

El concepto empezó a masificarse a partir de la década pasada de la mano de publicaciones como De la cuna a la cuna, Rediseñando la forma en que hacemos las cosas, del químico Michael Braungart y el arquitecto William McDonough, libro publicado en 2002 y que se transformó en un verdadero manifiesto para los seguidores del upcycling. Pero lo cierto es que la reutilización ha sido durante siglos la materia prima de artistas de la talla del francés Michael Duchamp y una forma de vida en el mundo previo a la Revolución Industrial.

En una sociedad más consumista y con más disponibilidad de materiales, la reutilización puede ser una moda, pero antes era una forma de supervivencia. El año pasado, por ejemplo, el hallazgo de una túnica perfectamente conservada bajo el hielo en un glaciar de noruega comprobó que la pieza de 1.800 años había sido rediseñada para ser usada varias veces y por más de un dueño a lo largo de unos cuantos siglos. Pero el advenimiento de la era industrial y la producción en masa de a poco fue haciendo que nos olvidáramos de este concepto y que ganara terreno la idea de lo desechable.

Valeria Ginsberg, profesora de Diseño Industrial de Duoc UC, Sede San Carlos de Apoquindo, y magíster en diseño sustentable, explica que desde hace unas décadas la industria comenzó a trabajar la idea de la "obsolescencia programada", base de la cultura del usar y botar que hoy predomina. "En la época de nuestros padres íbamos al servicio técnico. Hoy cuesta mucho encontrar uno", ejemplifica.

¿El resultado? Toneladas de basura y desechos que se acumulan en el mundo con el consecuente daño ecológico que eso tiene. En Chile, por ejemplo, se estima que se recicla sólo el 10% de todos los desperdicios que se generan. Por eso desde hace algunos años ha comenzado a aumentar el interés y la preocupación por reciclar. Pero tal como explica Ginsberg, reciclar no es lo mismo que reutilizar. "Esta última busca cambiar la identidad de un objeto, se modifican o mezclan con otros materiales para crear algo completamente nuevo, de alto valor", dice.

Es lo que hace Fabrizzio. En su taller ubicado en el último piso de una antigua casona en Providencia -en rigor una buhardilla pequeña, con una máquina de coser, algunas plantas y una ventana que da hacia la calle- junta las zapatillas viejas de lona que obtiene gracias a un acuerdo con la marca Converse. "Buscaba hacer algo funcional y que tuviera invención detrás", explica. Cuenta que la idea surgió cuando trabajaba en un hostal en calle Londres hace un par de años. Tras hacer su primera billetera usando estas zapatillas, la puso en el mesón de la recepción para ver cómo reaccionaba la gente. "El interés fue inmediato. Todos la tomaban, la miraban, preguntaban".

Publicista de profesión y apasionado por todo lo que tenga que ver con sustentabilidad, Fabrizzio comenzó a trabajar en su idea, hasta que tras meses de intentar consiguió que la firma le cediera parte del material que desechan. "A ellos también les convenía, porque reutilizando las zapatillas viejas pueden alargar la vida de sus productos, a través de un objeto distinto pero que lleva su marca", dice. Recientemente apareció en una campaña de una conocida marca de agua mineral que destaca proyectos innovadores. Entre jueves y sábado se instala con su "tienda móvil" en Mosqueto con Monjitas. Tal ha sido el éxito que hasta incluyó una máquina para que sus clientes puedan pagar con tarjeta de débito.

Según el Primer Reporte de Manejo de Residuos Sólidos en Chile, de la Comisión Nacional de Medio Ambiente, de los 16,9 millones de residuos sólidos que se generaron en el país en 2009, 10,4 millones de toneladas corresponden a residuos industriales. De ahí también la relevancia de otros emprendimientos que siguen esta línea, como el de la artista visual Consuelo Riedel. Ella también utiliza desechos de la industria textil para crear bolsos, estuches, bananos, accesorios para recién nacidos, cojines, puff y alfombras. En su taller ubicado en la casa de su madre en La Reina, cuenta que hace ocho años comenzó con su camioneta recorriendo Patronato y recogiendo productos que desechaban de fábrica para transformarlos.

De a poco fue perfeccionando su trabajo, hasta que en un viaje a Brasil conoció la técnica de tela y punto, eje de su trabajo actual. Mientras muestra accesorios para niños diseñados por ella, mudador incluido, relata sus comienzos itinerantes para dar a conocer sus productos. "En Navidad, por ejemplo, recorríamos las ferias en Cachagua, Santo Domingo y vendíamos todo. A la gente le llama mucho la atención este trabajo". Consuelo trabaja con tres personas más, que la ayudan en la confección de los productos y cada una lo hace desde su propia casa.

Ya no tiene que salir en camioneta a buscar insumos, porque cuenta con el apoyo de la fábrica de textiles Lineatré, que cede parte de sus desechos. "Todos ganamos, yo no compro telas y ellos dan un buen uso al material que no ocupan", explica. Además de las ventas a través de su página web, pasó de las ferias en la costa a vender en tiendas de La Serena, en Reñaca y en Casa Villaseca, de Buin (que sigue un concepto parecido también desde el punto de vista arquitectónico).

Otras iniciativas de upcycling se enfocan en la reutilización de materiales como el plástico: de las 350 mil toneladas de desechos plásticos que se producen cada año en Chile, sólo el 12% se recicla. La Bolsa Loca, por ejemplo, comenzó hace cuatro años por iniciativa de tres estudiantes de artes visuales que por aquellos días se manifestaban contra las hidroeléctricas en el sur. Decidieron que la mejor forma de defender la ecología era con un proyecto sustentable, y fue así que llegaron al concepto de la reutilización de bolsas plásticas.

En la casa taller que hace poco instalaron en un departamento de dos pisos de Carlos Antúnez, todo está hecho de material reutilizado: mesas y estantes de madera hechos con pelet, bolsas y envases de plástico y decenas de cajas de material tetrapack. Todo forma parte de la misma materia prima que usan en sus productos.

Mientras teje, Gisella Ramírez, integrante de La Bolsa Loca, explica que no está usando hilo, que el material no es otro que una bolsa plástica que fue transformada en una madeja. "Para hacer un cojín reutilizamos, fácil, unas mil bolsas plásticas", explica. El dato no es menor, en especial si consideramos que una bolsa plástica demora cerca de 150 años en degradarse. "Utilizamos la técnica del termofundido del plástico. Se funde la bolsa con calor, se derrite, se expande y se transforma en una tela que además es impermeable", agrega Gisella.

Las encontramos por estos días trabajando en una nueva técnica. Esta vez se trata de reutilizar plástico de mayor densidad como el de las botellas desechables, que demoran hasta 300 años en degradarse de manera natural. "Nadie recicla un bidón, un envase de champú o uno de cloro y son súper contaminantes", dice Gisella, apuntando a una ruma de botellas apiladas en el taller y que esperan su turno para ser transformadas.

Otro ejemplo es el de Vanessa Silva, que en su proyecto Artesanosas transforma los CD en un material prácticamente idéntico al vidrio para crear lámparas y joyería. Estudió para ser entrenadora, pero decidió dedicarse a la sustentabilidad. Hoy recibe su materia prima de donaciones y se mantiene fabricando y comercializando los productos con el vidrio ecológico que diseña. ¿Sabe cuánto demora el vidrio real en degradarse? Nada menos que cuatro mil años.