uando termine de hablar, Edmund Grasty va a subir a su departamento en el tercer piso de un edificio en Av. Américo Vespucio. Se va a sentar en su terraza. Va a jugar con las semillas de una palma chilena que guarda sobre un baúl de madera y va a mirar hacia el oriente. Grasty mira todas las mañanas hacia el oriente. Sus ojos azules atraviesan los árboles, los cables de la electricidad y se clavan en el bandejón central de Vespucio con Colón. Ahí está el resultado del trabajo de casi un año: un huerto de 4x8 metros que comenzó a plantar en septiembre de 2009.
Grasty, 60 años, está ahora frente a su engendro: "Empecé de a poco, primero puse girasoles, choclos, zanahorias y rúculas", cuenta armado de un rastrillo, vestido con sandalias y un buzo holgado. Son las 9 de la mañana de un frío día. "La menta es para los mojitos", dice, arranca una hoja y suma datos: "Después planté tomates, zapallos, perejil, menta, albahaca, paltas de cuesco y puerros".
El sabor de las hojas de menta fresca es mucho más intenso que el que podría encontrar en el supermercado. Es justamente lo que busca Grasty, un huerto sin químicos que alteren el sabor original de los alimentos. Su cruzada es también ir guardando semillas orgánicas y que otros vecinos se alimenten gracias a ellas. "La otra vez arrancaron dos matitas de albahaca y yo estaba feliz, porque a alguien le había servido. De eso se trata, de que esto se comparta".
Cuando su proyecto creció, pidió autorización a la Municipalidad de Las Condes y ahora el departamento de Aseo y Ornato lo ayuda a mantener el huerto. Se turnan el riego.
Hace poco más de un año, Javiera Quesney (35), diseñadora y dueña de la tienda Dolly Davis -donde fabrica distintos objetos a partir de los desechos que botan en Patronato- pensó lo mismo que Grasty cuando vio un pedazo de tierra muerta frente a su local, en el número 55 de la calle Loreto. Tomó pala y almácigos y formó su propio huerto público. "Me alimenté toda mi infancia de huertos en Calbuco y quería volver a sentir ese sabor. Una vecina quería hacer un radier, pero yo preferí poner tierra". A un paso de la calle, Javiera tiene papas, zapallos, menta, salvia y rúcula.
Una de las principales razones de construir estos huertos en la capital es la de empezar a habitar de otra forma la ciudad. Volver a lo natural, reemplazar pedazos de cemento por verduras. "Está partiendo una moda", reconoce Alvaro Pumarino, ingeniero agrónomo de Ecotempo, empresa que se dedica a asesorías y capacitación en agricultura orgánica y urbana. En su casa, en Los Dominicos, tiene cuatro huertos.
Sara Granados, consultora en Agricultura Sostenible de la FAO, cree que la aparición de huertos en la actualidad está relacionada con la conciencia ambiental; con la necesidad de proteger los recursos naturales de la ciudad. "También hay fines nutricionales ligados al autoconsumo y a la idea de mejorar la alimentación a partir de productos frescos e inocuos, como frutas y hortalizas", dice.
Y algo de negocio también ha surgido en esto. María Prieto, agricultora biodinámica y directora de uno de los sitios de sustentabilidad más leídos en Latinoamérica, www.veoverde.com, afirma que la crisis internacional de 2008 hizo ver este cultivo personal de los alimentos como una opción orgánica, pero también económica. Bertina Soto (77), por ejemplo, cultiva un pedazo de tierra que le pasó la Municipalidad de La Reina en 2005 y que está a un costado del Canal San Carlos, en pleno Larraín con Tobalaba. Lo que sale de ahí es para su consumo personal, pero también para vender. "Hace cinco años descubrí que lo que más me gustaba hacer era plantar y cosechar, y por eso me acerqué al municipio a pedirle un espacio para hacer lo mío", cuenta Bertina. En su sitio tiene de todo, hasta un Feijoa, un árbol brasileño que da frutos tropicales. De esta forma junta un pequeño monto de dinero que suma a su jubilación.
Los huertos son transversales y no son representativos sólo de un estrato económico. La Corporación Municipal Aldea del Encuentro de La Reina -donde estudió Bertina- lleva la delantera en esto. Comenzaron el año 2001 como una forma de generar empleo y hoy ya se ha transformado en una manera de promover el autoconsumo entre los vecinos. En 2.500 metros cuadrados, a la altura del 9.700 de Av. Larraín, 120 comensales trabajan su pedazo de tierra. "Es un sistema de mediería. La mitad de lo que producen es para ellos y el resto queda acá y lo vendemos", explica Julia Franco, a cargo de la iniciativa.
Los huertos en espacios abiertos están recién comenzando su camino en Santiago. A pesar de ser un fenómeno incipiente, Manuel Tironi, profesor del Instituto de Sociología de la Universidad Católica, cree que es una buena señal para la ciudad. "Habría que tener especial ojo en aquellas comunas viejas, como las de perímetro central de Santiago, Recoleta, Independencia, Santiago, Ñuñoa, Providencia, donde estas estrategias pueden ser útiles para integrar a la tercera edad. Donde hay poco espacio público, los municipios deberían favorecer los huertos urbanos para que los niños tuvieran otro contacto con la naturaleza. Esta es una forma de incentivar prácticas sustentables".
Es lo que intenta Grasty, que de pie, frente a las semillas de zanahorias, habas y arvejas que aún no se ven porque no germinan, mueve un poco los rastrojos que protegen a las lombrices, encargadas de oxigenar y abonar la tierra. Resume lo que muchos de estos activistas urbanos piensan cuando ponen una semilla en medio de la ciudad: "Yo vivo en un departamento y es fome, me aburre. Echaba de menos un lugar donde ensuciarme las manos, donde encontrar hortalizas de verdad orgánicas. Me encanta ver lo que sucede en un pedazo de terreno urbano que cambia".