Desde los primeros meses de la pandemia, tener la vacuna se convirtió en el objetivo de todas las potencias mundiales. Ser los primeros en conseguirla no sólo entregaba una ventaja en términos de ventas al resto del mundo, sino que, además, otorgaba prestigio en un momento en que los liderazgos internacionales son muy cambiantes.

Así, en la primera semana de enero de 2021 había más de 80 vacunas en etapa de ensayos humanos, 20 de ellas en sus fases finales, siete reguladas para uso de emergencia y tres aprobadas para ser distribuidas y utilizadas sin límites.

Sin embargo, la carrera no paraba ahí. El gran problema es producir las vacunas a gran escala. Si todas requieren dos dosis, se necesitarían 15.000 millones de dosis para inmunizar a toda la población mundial, una cifra que el Serum Institute de la India -el mayor fabricante de vacunas del mundo- considera imposible de alcanzar en menos de cuatro años.

Con todas las dudas que existen en torno a las vacunas y sin tener la seguridad de que hay mercado, los privados no invierten en su producción. Por lo tanto, la responsabilidad de llevar la vacuna desde la fase de desarrollo a la de producción y distribución recae en los gobiernos, que asumen el riesgo de comprar millones de dosis que aún están en fase de pruebas con la esperanza de frenar la pandemia lo antes posible.

En China y Rusia, los laboratorios son apoyados directamente por los gobiernos a través de recursos, y participan en la toma de decisiones. En cambio, en los países occidentales, donde la industria farmacéutica es de privados, la estrategia es identificar las vacunas que presenten mejores resultados en las primeras fases de pruebas y entregar los recursos necesarios -miles de millones de dólares por adelantado- para producirlas a cambio de dosis para su población, aunque exista un riesgo de que los ensayos fracasen.

Pese a la incertidumbre que conlleva, es la estrategia que utilizaron inmediatamente Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de Occidente. Con la salud convertida en el mayor reto en cuanto a la seguridad y el desarrollo económico de los países, todos empezaron a crear sus propias estrategias para asegurar las dosis necesarias para su población.

Así, el gobierno del entonces Presidente estadounidense Donald Trump lanzó la operación “Warp Speed”, con el objetivo de producir y distribuir 300 millones de vacunas con las que cubriría a toda la población de Estados Unidos. Era una iniciativa público-privada que reunía a laboratorios, universidades, servicios de salud del gobierno, productores y al departamento de Defensa, con el fin de acelerar el proceso y asegurar vacunas para todos.

La UE tomó una estrategia diferente. La Comisión Europea y los Estados miembros acordaron negociar la compra y distribución en conjunto, según el porcentaje de población de cada país. Para garantizar la compra, se decidió avanzar el dinero a las compañías productoras como forma de pago anticipada por futuras dosis. El acuerdo logrado por la UE ha permitido a sus países obtener las vacunas en una cantidad y a un precio que hubiera sido imposible para la mayoría de los países miembros por separado.

Mientras que Estados Unidos ha tenido que invertir cerca de US$ 18.000 millones por su operación “Warp Speed”, Europa tuvo que habilitar un primer fondo de emergencia de 2.700 millones de euros (más de US$ 3.200 millones) para cubrir sus primeros compromisos, aunque la cantidad ya se ha multiplicado por cuatro.

Así, el afán por obtener una vacuna lo antes posible dejó de lado las preocupaciones por los precios, algo que ha beneficiado a la industria y que reclaman los países menos desarrollados.

Frente a la compra apresurada por parte de las economías más desarrolladas, la Alianza Global para la Vacunación (GAVI) puso en marcha la iniciativa Covax, que combina intereses públicos y privados. El objetivo del programa es que la vacuna exista, que sea asequible y que se distribuya en todo el mundo.

Sin embargo, se estima que la capacidad de producción el primer año alcanzará sólo a un 30% de la población mundial. La actitud “nacionalista” de algunas de las economías más grandes, que buscan obtener dosis para toda su población sin importar si el resto de los países se queda sin nada, complica aún más el objetivo.

Considerando que las primeras vacunas que salieron al mercado son complejas debido a su cadena logística y las condiciones que requieren, Covax está apostando por dosis más sencillas de transportar y distribuir, como las alternativas de AstraZeneca o Jansen. Aunque la vacuna rusa Sputnik V y la china Sinovac también son de fácil distribución, los gobiernos de quien depende su producción han empezado a venderlas bilateralmente a sus países amigos.

El mes pasado, Beijing reanudó la tramitación de visas para extranjeros de decenas de países, pero sólo si habían sido inoculados con una vacuna de fabricación china. Esta medida generó dudas sobre las motivaciones detrás de esta exigencia, dado que la vacuna china no está aprobada en muchos de los países a los que ha abierto viajes. A mediados del mes pasado, China había aprobado cinco vacunas para uso general o de emergencia.

Algo similar ocurre en otros países. “Quien dice Reino Unido, dice Brexit. Entonces para Boris Johnson es primordial encabezar esta carrera por la vacuna para demostrar que incluso por fuera de la Unión Europea, Reino Unido no perdió ni un poco de su capacidad de acción y puede activar palancas para proteger a su población de la mejor manera, incluso mejor de lo que lo haría Bruselas”, explicó a France Amandine Crespy, politóloga de la Universidad Libre de Bruselas.

El primer ministro británico, Boris Johnson, recibe una dosis de la vacuna AstraZeneca/Oxford en el centro de vacunación del Hospital St. Thomas, el 19 de marzo de 2021 en Londres. Foto: AFP

Así, las vacunas se han convertido en un arma más en la batalla geopolítica, donde Moscú y Beijing han tratado de llenar el vacío dejado por Estados Unidos tras la administración de Trump a través de acuerdos bilaterales que complementen la acción de Covax.

Un claro ejemplo de esto es lo que ocurre en Ucrania, donde la prohibición de exportación de vacunas de Trump dejó al país sin posibilidad de suministro directo de los estadounidenses, pese a ser aliados, lo que fue aprovechado por China.

Algo similar ocurrió en el norte de África. El ultraproteccionismo de Estados Unidos ha permitido a Beijing ocupar un mercado al que antes no habría tenido acceso. Rusia, por su parte, no sólo está distribuyendo millones de dosis entre sus países vecinos, sino que, además, ha logrado llegar a buena parte de los países latinoamericanos, como Brasil y Argentina.

Esta geopolítica de las vacunas trae recuerdos del pasado a los expertos. “Vemos bien que esta competencia estratégica tiene un aroma a Guerra Fría”, dice el geopolitólogo francés Pascal Boniface a France 24. “El hecho de que Rusia haya llamado a su vacuna Sputnik-V es todo menos una coincidencia”.

Hay razones para creerlo. Por un lado, los países occidentales sólo creen en sus propias vacunas y se las apropian, y por el otro, China y Rusia están intentando competir con las potencias de Occidente.