El Camino al Volcán, llegando a la localidad de San Alfonso, luce irreconocible este gris primer lunes de febrero. Hace cuatro días, como todo el verano, por esta ruta desfilaban caravanas de turistas que comenzaban a reactivar el turismo local. Ahora, en cambio, todo lo que se aprecia es solo color marrón.
Piedras de todos los tamaños, troncos, escombros y barro, mucho barro, forman parte del desolador escenario con que esta precordillerana localidad ha visto sepultadas sus casas, vehículos y locales comerciales. Como nunca, el aluvión que esta vez los azotó se abrió paso por patios y casas, no por las calles, como ocurrió en 1993.
Cuando comenzaron las lluvias del viernes, bastaron apenas unas horas para que los cerros se desprendieran. “Era como si un río pasara por acá. Cuando escuché ese ruido de rocas y árboles cayendo supe que no teníamos mucho tiempo para actuar, así que subí con mi esposa y mi hija al techo, para no quedar sepultados”, narra Patricio Godoy (40), uno de los afectados por la catástrofe de San Alfonso.
Todo ocurrió en cuestión de minutos. A eso de las 18.00, el ruido de la montaña deslizándose fue seguido de inmediato por los golpes de rocas en la parte trasera de su casa. Él intentó evitar que el lodo ingresara a su hogar, pero la fuerza de la naturaleza no tuvo piedad. Afortunadamente, el sofá que tenía en el patio sirvió como barrera para cambiar el curso del barro. Allí decidió subir al techo. Gritó y clamó por ayuda, pero nadie podía oírlo, hasta que al final llegaron vecinos a socorrerlo.
Uno de ellos fue Pangal Andrade, el reconocido ex chico reality, que justo el viernes había inaugurado su hotel boutique Casa Primal. “Fue una locura, como un final del mundo. Vi a mi vecino con su familia arriba del techo, es algo súper fuerte pero por suerte, salvo lo material, no hubo algo más que lamentar”, cuenta. Como el hogar de Godoy, buena parte del hotel del deportista extremo aún está enterrado en el lodo.
Caminar por las calles de San Alfonso es un desafío mayor. El barro aún cubre varias de sus principales vías, por lo que enterrarse hasta casi la rodilla es inevitable. Su plaza, a diferencia del resto del pueblo, está prácticamente intacta, pero la calle Carmen Grossi está sepultada en rocas y escombros, igual que en O’Higgins, donde además corre un caudal de agua marrón.
En esta última, casi al final, están limpiando a pulso, con palas y carretillas, los Olivo Garrido. Son cinco familias, 25 miembros en total, que vieron cómo sus hogares quedaron enterrados. Patricio Olivo (47) muestra qué tan fuerte se desató la naturaleza contra ellos. “Estamos prácticamente solos limpiando todo. Por suerte la casa de mis papás quedó en pie, pero las otras cuatro casas se perdieron”, reconoce. Sus amigos, por ahora, son la única mano que se les ha tendido.
Ellos estuvieron a punto de quedar atrapados dentro de sus casas. Cuando recibieron la alarma de la Onemi decidieron evacuar; sabían que el peligro era real. Junto a niños y adultos mayores decidieron abandonar sus hogares, y mientras corrían por O’Higgins hacia abajo llegaron incluso a quedar atrapados por las primeras muestras de la avalancha. “No sé cómo logramos salir de ahí. Sentíamos las rocas en las piernas, mis sobrinos gritaban temiendo lo peor”, recuerda Alejandra Olivo, que por estos días no descansa, pues sueña con aquella escena. “Pero nos vamos a levantar. No sé cómo, pero nos vamos a levantar”, se reconforta, mientras bota la colilla de su cigarrillo y toma la pala para seguir limpiando.