Corrupción, desmoralización, mala gestión: las fallas que permitieron el rápido avance de los talibanes

Estados Unidos y Afganistán estaban convencidos de que, cuando las tropas internacionales comenzaran su retirada en mayo, el Ejército afgano podría responder a los ataques de los insurgentes. Pero no ocurrió, ya que el domingo se tomaron Kabul, la capital.


El rápido avance de los talibanes tomó por sorpresa a las capitales provinciales de Afganistán, que una a una fueron cayendo a manos del grupo insurgente. El golpe final lo dieron el domingo con la toma de la capital, Kabul, y la huida del Presidente Ashraf Ghani.

Si bien los expertos habían advertido sobre un fortalecimiento de los talibanes una vez que el Ejército estadounidense se retirara, e incluso un reporte de inteligencia norteamericano había señalado en junio que el gobierno afgano iba a colapsar en seis meses luego de que se completara la salida programada para el 31 de agosto, todo ocurrió en cuestión de semanas.

Estados Unidos y Afganistán estaban convencidos de que, cuando las tropas internacionales comenzaran su retirada en mayo, el Ejército afgano podría responder a los ataques de los talibanes. Con cerca de 300.000 miembros y un equipamiento mucho más avanzado que el de los insurgentes, las tropas del gobierno estaban listas.

“Es muy poco probable que los talibanes se apoderen de todo y sean dueños de todo el país”, dijo el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a principios de julio, cuando afirmó su determinación de completar la retirada de las tropas. “Entregamos a nuestros socios afganos todas las herramientas, permítanme enfatizar, todas las herramientas, entrenamiento y equipo de cualquier Ejército moderno”, añadió.

Pero en terreno la realidad era distinta. Los expertos dicen que las Fuerzas Armadas afganas estaban corroídas por la corrupción, la falta de entrenamiento y la desmoralización. De hecho, el Ejército resistió la ofensiva de los talibanes en el sur, en Lashkar Gah, pero sin el apoyo aéreo y militar de Estados Unidos no pudieron combatirlos. Muchos soldados del gobierno, incluso unidades enteras, desertaban o se rendían, dejando libres las ciudades a los talibanes.

Las primeras señales de este avance rápido se observaron el año pasado, cuando los talibanes firmaron un acuerdo de paz con Estados Unidos y entablaron negociaciones para compartir el poder con el gobierno afgano y acordar la salida de las tropas extranjeras. Sin embargo, se lograron pocos avances en las conversaciones entre los afganos. Así, a medida que el Pentágono retiraba sus fuerzas restantes del país, los rebeldes aumentaron los ataques contra civiles, tomaron el control de cruces fronterizos críticos y expandieron dramáticamente su presencia en todo el territorio.

En julio de 2021, el grupo controlaba casi el 54% de los distritos afganos, según la Foundation for Defense of Democracies Long War Journal. Sin embargo, apenas unos meses antes alcanzaba a sólo el 20%.

En un reporte escrito en noviembre de 2020, el analista del Centro para el Combate del Terrorismo, Seth Jones, examinó la ideología, los objetivos, la estructura, la estrategia y las tácticas de los talibanes afganos y concluyó: “Sin un acuerdo de paz, la mayor retirada de las fuerzas estadounidenses probablemente cambiará el equilibrio de poder a favor de los talibanes. Con el apoyo continuo de Pakistán, Rusia, Irán y grupos terroristas como Al Qaeda, los talibanes eventualmente derrocarían al gobierno afgano en Kabul”.

Talibanes

En un artículo publicado ese mismo mes por el diario The Wall Street Journal, se señalaba que, pese a que las tropas aún no se retiraban, ya existían señales de que el gobierno afgano estaba perdiendo el control. “Las calles se vacían al anochecer en las afueras de la capital, a medida que las fuerzas de seguridad se preparan para una creciente ola de asesinatos producto de los atropellos en vehículos. Los insurgentes talibanes han pegado anuncios en las vitrinas de las tiendas en los que advierten que el Emirato Islámico, como se llama a sí mismo el movimiento, arrestará o ejecutará a secuestradores, saqueadores y ladrones”, indicó el periódico.

“Cuando se vayan las fuerzas estadounidenses de Afganistán, los talibanes implementaremos nuestra ley en el gobierno afgano, ya sea mediante el diálogo o la fuerza”, dijo al periódico Azizi, un joven combatiente del grupo insurgente. Y así ocurrió.

Según diversos informes de expertos, los talibanes habían comenzado a tejer acuerdos y pactar rendiciones mucho antes de su ofensiva relámpago de mayo. Desde soldados hasta responsables locales de bajo nivel, e incluso gobernadores y ministros, los insurgentes presionaban para buscar nuevos acuerdos.

El número de miembros en las fuerzas de combate de los talibanes es difícil de determinar con precisión, pero varias fuentes estiman que serían unos 60.000 milicianos, una cifra que puede variar entre el 10% y 20%, aproximadamente. El estudio público más sistemático sobre el tamaño de los talibanes de 2017 concluyó que la totalidad de tropas del grupo supera los 200.000 integrantes, que incluyen alrededor de 60.000 combatientes, otros 90.000 miembros de las milicias locales y decenas de miles de facilitadores y unidades de apoyo.

Estas cifras representan aumentos considerables respecto de las estimaciones oficiales de Estados Unidos en 2014, que hablaban de alrededor de 20.000 combatientes. Según el Centro para el Combate del Terrorismo, esto ilustra la capacidad del grupo para reclutar y desplegar nuevos combatientes en los últimos años. También destaca la capacidad de los talibanes para soportar bajas significativas, estimadas en el rango de miles por año.

Exoficiales militares occidentales y académicos independientes dijeron al diario Financial Times que el colapso de las Fuerzas Armadas afganas refleja la desilusión pública generalizada con el gobierno del Presidente Ghani, la corrupción crónica y la mala gestión dentro del Ejército, y una absoluta falta de confianza entre las tropas de que podrían ganar contra los talibanes, sin el apoyo militar y de inteligencia de Estados Unidos.

“El problema con el Ejército no fue la falta de entrenamiento ni de armas. Lo más importante en la guerra es la política”, dijo al periódico Mike Martin, un exoficial del Ejército británico y autor de un libro sobre el conflicto de décadas de Afganistán, An Intimate War.

Martin dijo que Ghani, un tecnócrata del Banco Mundial que escribió un libro sobre la reconstrucción de Estados fallidos (Fixing Failed States, de 2008) antes de ser elegido presidente en 2014, carecía de las habilidades políticas para mantener a los diferentes grupos étnicos del país leales a la idea de una causa nacional.

Ante una inminente retirada estadounidense, los lazos étnicos, tribales e incluso familiares más tradicionales de muchos afganos eclipsaron cualquier lealtad que pudieran sentir hacia el naciente Ejército afgano, lo que permitió a los comandantes provinciales talibanes negociar la rendición prácticamente pacífica de muchas tropas.

“La franquicia política de los talibanes fue capaz de despegar partes del gobierno porque el gobierno no atendió lo suficiente a sus electores: las tribus, los clanes, las milicias y las etnias. Ese es el tema fundamental“, dijo Martin. “Los comandantes del Ejército simplemente se rindieron a cambio de una amnistía, que los talibanes les concedieron y los dejaron irse a casa”.

“El problema que tenía el gobierno afgano es que el Ejército no era lo suficientemente efectivo para repeler a los talibanes. Hay fuerzas especiales que han sido bien entrenadas, pero las fuerzas especiales hacen operaciones especiales, no hacen el trabajo del Ejército de forma diaria y, por lo tanto, ellos van a enfrentar esos desafíos. Lo otro es que el gobierno pidió lo que se conoce como la movilización nacional, pero no tienen los recursos para hacer frente a los talibanes y el factor final de todo esto es quizás lo más importante: quién respalda a los talibanes. Y ese es Pakistán, el Ejército de ese país siempre ha respaldado a los talibanes”, explicó a La Tercera Sajjan Gohel, académico de la London School of Economics y experto en terrorismo.

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