A las 12:51 del martes 22 de febrero de 2011, Christchurch, en Nueva Zelanda, se remeció. Un terremoto de 6,3 grados de magnitud azotó la segunda ciudad más poblada del país, que cobró la vida de 185 personas y provocó que el 80% de su centro se redujera a escombros. Edificios desplomados y vidas interrumpidas por la catástrofe fue la tónica de esta ciudad ubicada al este del país oceánico, que en marzo de 2019 volvió a sufrir una tragedia con el ataque terrorista de un supremacista blanco a dos mezquitas, que resultó en 51 musulmanes muertos y decenas de heridos por los tiroteos.
Este lunes, 10 años después, justo a la 12:51, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, guardó un minuto de silencio para conmemorar a los fallecidos en el Canterbury Earthquake National Memorial, en el centro de la ciudad.
“Diez años parece mucho tiempo, pero muchos lo sienten como si ayer Christchurch y, en efecto, Nueva Zelanda, hubieran sido sacudidas por los eventos del 22 de febrero”, afirmó Ardern, vestida completamente de negro. De los 185 fallecidos, 87 eran extranjeros de 20 nacionalidades distintas. Banderas de Japón, Rusia, Estados Unidos, Australia, China, Filipinas y Perú representaron los países de origen de varias víctimas del terremoto.
Veintiocho estudiantes japoneses que estudiaban inglés en la escuela de idiomas King’s Education fueron parte de las 115 personas que murieron producto del colapso del Edificio de Televisión de Canterbury, de seis pisos.
Ardern recordó a cada uno de los fallecidos y a sus familias que “no han podido estar aquí por las restricciones a los viajes”, producto de la pandemia.
Además, socorristas y ciudadanos de Christchurch leyeron en voz alta los nombres de cada víctima, y se instalaron 185 sillas -obra del artista Peter Majendie-, cerca de la Iglesia Anglicana de San Lucas para conmemorar el hecho. Un grupo de personas decoró un muro memorial con coronas de flores y ofrendas y otros entregaron ramos al personal de defensa y de emergencia que participó del acto. Algunos tiraron flores al río Avon, que atraviesa la ciudad.
Si bien 10 años después del terremoto la ciudad está llena de movimiento y cada vez se nota menos que fue azotada por una tragedia de tal magnitud, sus habitantes reconocen que se ha transformado: algunos edificios de la ciudad aún están vacíos, todavía hay inmuebles destruidos, existen grandes extensiones de tierra para construir y se perdieron cientos de construcciones patrimoniales. Más de 1.200 edificios comerciales fueron destruidos y casi el 90% de las viviendas residenciales resultaron dañadas en algún punto, según estadísticas del gobierno.
En 2013 se estimó que el gobierno de Nueva Zelanda había invertido US$ 29 mil millones en recuperar y reconstruir la ciudad, que corresponde al 10% del PIB del país. Algunos de estos proyectos todavía siguen en curso y un grupo de residentes aún está envuelto en disputas legales sobre los pagos de seguros, según Reuters.
El plan de reconstrucción de la ciudad involucra 16 proyectos, que incluye un nuevo terminal de buses, un estadio de cricket y la vuelta de los comerciantes al centro de la ciudad. Además, el año pasado comenzó la reconstrucción de catedral, que costará US$ 79 millones y que ya ha sido azotada por cinco terremotos a lo largo de sus 132 años de historia.
Casi dos meses después del terremoto, el 1 de mayo de 2011, el gobierno neozelandés creó la Autoridad de Recuperación del Terremoto de Canterbury, entidad encargada de encabezar la reconstrucción de la ciudad. Muchas veces el enfoque adoptado para su restauración provocó descontento tanto en el consejo como en los residentes de la ciudad, que se sintieron marginados de la toma de decisiones, lo que provocó que se disolviera en 2016.
Además, el consejo de la ciudad inauguró en 2018 una nueva biblioteca central, que a petición de un residente, tiene una “escalera de Harry Potter”. El diario The New York Times destacó en 2014 la inauguración de una pista de baile comunitaria y la construcción de jardines en terrenos baldíos.
Residentes de la ciudad destacan que la segunda etapa de la reconstrucción se haya realizado tomando en cuenta sus deseos e ideas en el diseño de los nuevos espacios, y no solo construyendo edificios de vidrio y acero, como fue en el comienzo, según consigna el diario The Guardian.