No firmó por los “Amarillos por Chile” que encabeza el escritor Cristián Warnken, pero sale en defensa de la iniciativa y -al igual que esta- prende una luz de alerta en torno al trabajo de la Convención Constitucional.
A Ernesto Ottone -escritor, sociólogo y exasesor de Ricardo Lagos en sus años como presidente- no le gusta el espíritu refundacional y de fanatismo que, dice, impera en este órgano. “Da la impresión de que la Constitución va a producir un corte con el país que ha existido hasta ahora”, afirma.
Y llama al mandatario electo, Gabriel Boric, no sólo a tomar un rol en la conducción del proceso -”el presidente y el gobierno que se instala tienen que tener conciencia de que es un problema de ellos, no solamente del país”-, sino a tomar una decisión respecto del tono de su futura administración: si será acorde a la “izquierda radical” o “la maduración hacia un reformismo profundo”.
En un manifiesto que promovió Cristián Warnken bajo el título “Amarillos por Chile”, se hace un llamado a la Convención Constitucional a no extremar posiciones, evitar el tono refundacional y fomentar el diálogo. ¿Se siente identificado con los amarillos?
Yo no suelo participar en iniciativas, pero miro como un hecho positivo que Cristián Warnken haya concretado esto. Creo que es bueno para Chile que surja este movimiento y que tenga éxito. Es bien importante el color amarillo. Siempre ha sido un insulto. El concepto de amarillo nace en la política moderna hacia 1890 en el sindicalismo. Entonces eran los sindicatos revolucionarios, los sindicatos rojos, por decirlo así, los que insultaban a los sindicatos reformistas, que estaban por generar acuerdos, que no se planteaban la lucha de clases como el elemento principal, no estaban por una revolución. Los amarillos no son, por decirlo así, la derecha o los empresarios, sino aquellos trabajadores que tienen una visión más bien reformadora. Después, la Tercera Internacional llamó así al movimiento socialdemócrata, es decir, siempre ha sido un insulto. En ese sentido, me parece muy bien que los insultados, con mucha ironía, tomen el insulto y lo transformen en virtud.
¿Qué le parece la reacción dura que ha generado en algunos sectores de la Convención? Se les acusa, por ejemplo, de haber participado en el poder y tener miedo de perderlo...
Primero, es muy injusto eso, porque no tienen miedo a perder el poder si lo perdieron ya, si piensas en esos términos. ¿Quiénes son la élite hoy día? La élite política es la izquierda radical. Ellos siempre usaron el concepto de élite -que es el concepto que usa Laclau y Chantal Mouffe para hacer el análisis del populismo de izquierda- y lo usaron como peyorativo también. En todas las sociedades hay élites, el problema no es si las hay o no, el problema es si esas élites tienen un origen meritocrático, legítimo o no, y actúan como élite.
¿Parte de esta crítica podrá tener como origen el que Warnken sea una persona de izquierda?
Por supuesto, entonces ahí entramos en un terreno muy complicado; cuando el concepto es ese, salimos del ámbito de la política y entramos en el ámbito de la fe, de lo sagrado. La democracia es la posibilidad de criticar, de dialogar y cambiar las posiciones a través del diálogo. Cuando niegas ese derecho, estás entrando en el terreno de la fe, de la doctrina religiosa, de algo que es “el bien” y lo que critica el bien es “el mal”. Robespierre creía que él encarnaba el bien, la virtud y era un hombre virtuoso en sus costumbres, en todo, pero la guillotina fue lo que más funcionó en ese período.
¿Y cuánto de eso ve usted en la Convención?
Lo veo, y creo que es lo contrario a la forma de convivencia democrática. La elección de la Convención se dio en un momento distinto a la elección presidencial y parlamentaria, en que los convencionales aparecieron como marcados por una cierta pureza, que se llamaba independencia. Se hicieron una serie de fórmulas en las cuales, bajo el manto puro de la independencia, apareció una izquierda radical. Todo esto del voto del pueblo, de la primera línea, de todos esos que aparecían como independientes, no lo eran y se vio al día después. Se formó toda una correlación de fuerzas -para usar los antiguos términos marxistas- en la Convención que no responde a la correlación en el país. Está sesgado hacia un sector, que es la izquierda radical, que plantea que la nueva Constitución es una refundación de la vida política y económica del país. Naturalmente, al estar sesgado, se produce una situación de desprecio al que piensa distinto.
¿En qué ve esa actitud refundacional?
En que son normas que no tienen historia. Chile tiene una gran tradición unitaria, y es un país extremadamente centralizado. Tenemos que descentralizar, pero lo convierten en una realidad fragmentada, donde no es claro dónde residen las atribuciones. Me parece rara la exacerbación identitaria, si Chile es uno de los países más mestizos del mundo por la forma como se dio la colonización. Yo no digo que no tenga que haber una preocupación por lo étnico y reparar injusticias, pero inventarnos una realidad artificial... Se inventa un idioma, en la Convención salen unas palabras rarísimas, que hay que tener un diccionario de la jerga. De pronto da la impresión de que la Constitución va a producir un corte con el país que ha existido hasta ahora.
¿Y cómo cree que se puede mejorar este clima dentro de la Convención?
El problema de la Convención es el peso del fanatismo, el peso de la convicción de poseer la verdad y el peso de la convicción de que a través de esto está el arma para crear un país de nuevo, para inventar un país, como dice José Maza. Para inventar un país sin historia, sin pasado, ‘empezó aquí’.
Varios convencionales plantean que se ha excluido a la derecha del diálogo al interior de la Convención, otros defienden que eso ocurre porque son minoría. ¿Es posible construir una Constitución duradera así?
Yo creo que no, tiene que haber un cambio en los contenidos, que se llegue a un compromiso entre cosas que existen, por todo esto del debilitamiento de instituciones que tienen 200 años, del Poder Judicial, del Senado. Los países que son unicamerales en general son países autoritarios. Yo lo que quisiera es que se dieran cuenta los sectores menos doctrinarios de que no es posible, de que vamos mal por este camino.
¿Cómo ve en ese sentido el rol del Colectivo Socialista y al Frente Amplio?
Yo no entiendo de un presidente del Frente Amplio, que es la coalición base del presidente Boric, que tenga las posiciones que tenga y no se abra hacia un debate democrático, en donde participen también quienes no piensan como él, incluida la derecha. No lo entiendo, porque eso no tiene que ver con el discurso de segunda vuelta de Boric. Y los socialistas, peor.
Con la decisión que tomaron respecto del Senado, en su propio partido quedó la escoba.
Pero si el Partido Socialista ha hecho parte importante de su vida histórica en el Senado. Allende se formó en el Senado, fue presidente del Senado. Entonces hay una historia que va más allá de una cosa de izquierda o de derecha, es la fortaleza de las instituciones.
¿Y qué rol debieran asumir el presidente Boric y su equipo más cercano? Él ha manifestado que hay una autonomía de la Convención.
Las autonomías en política son relativas y en democracia, por suerte, son relativas también. Entonces, yo creo que el presidente y el gobierno que se instala tienen que tener conciencia de que es un problema de ellos, no solamente del país. Es un problema de ellos, cómo van a gobernar ellos con una situación de enfrentamiento político tremenda, producto de los resultados de la Convención.
Si tuviera que elegir una sola, ¿cuál va a ser la principal dificultad que enfrentará Gabriel Boric?
Si tú me preguntas cuál es la dificultad más grande que tiene él, es la política. Él tiene que hacer una opción, que no se trata de renunciar a su origen o a su versión, aunque uno siempre va dejando los orígenes atrás con la experiencia. Pero yo creo que es el tono. Aquí no puede haber soberbia, que en la política es el peor consejero. La democracia necesita acuerdos, cierta humildad y unidad. En algún momento Boric tiene que definir cuál va a ser el tono de su gobierno, ¿va a ser el de la izquierda radical, despreciativa del tránsito democrático? ¿O va a predominar la maduración hacia un reformismo profundo? Eso significa que también los miembros del Frente Amplio que están en la Convención cambien o morigeren su discurso y entiendan la necesidad de la apertura. Y lo mismo tiene que pasar con los socialistas, con más razón. Él tiene que hacer una opción y de esa opción va a depender si se puede avanzar o si se va a retroceder, entendiendo que él tiene que avanzar con una mayoría sustantiva.