Un informe de la ONU dado a conocer ayer señala que, a pesar de todos los avances de desarrollo en los últimos años, seis de cada siete personas en el mundo sufrían sentimientos de inseguridad un poco antes de la pandemia. Esta cifra, ya para 2019, no variaba mucho entre los países pobres y ricos.
Este y otros datos sobre la seguridad se hicieron públicos en el informe “Las nuevas amenazas para la seguridad humana en el Antropoceno”, estudio desarrollado por PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), y que hace referencia a la época que, según los expertos, los seres humanos se han convertido en los principales impulsores del cambio planetario, alterando radicalmente la biosfera.
El documento aboga por cambiar la noción de seguridad y desarrollo, en miras a incorporar la solidaridad y la confianza como partes integrantes de este. “Uno de los aspectos fundamentales de acción práctica destacados en el informe apunta a fortalecer un sentido de solidaridad global a partir de la idea de seguridad común. Esta idea asume la noción de que la seguridad de una comunidad depende de la seguridad de las comunidades adyacentes”, señala un comunicado del organismo internacional.
Uno de los datos centrales de la investigación indica que no importando las condiciones económicas del país en el que se viva, la sensación de inseguridad ha estado creciendo a través de los últimos años, afectando a seis de cada siete personas. “A pesar de que el mundo disfruta de una riqueza sin precedentes, la mayoría de las personas sienten preocupación por el futuro, sentimientos que probablemente se han visto exacerbados por la pandemia”, dice Achim Steiner, administrador del PNUD.
En 2021, a pesar de alcanzar el más alto Producto Interno Bruto mundial de la historia, y aun con las vacunas contra el Covid cada vez más disponibles, la esperanza de vida mundial cayó por segundo año consecutivo, bajando del umbral de los 72 años al que se había llegado entre 2015 y 2016.
El informe también señala que hoy cerca de 1.200 millones de personas viven en áreas de conflicto, con casi la mitad en países que usualmente no eran “frágiles”.
El estudio apunta a que el cambio climático está profundizando las desigualdades entre países: los más desarrollados tienden a capitalizar más los beneficios de las presiones planetarias, y sufren menos sus consecuencias. Uno de los aspectos donde más se nota la diferencia entre países ricos y pobres está en los sistemas de salud: de acuerdo al reporte hecho por el PNUD respecto de la Universalidad del Acceso a la Salud, la desigualdad entre países con bajo IDH (Índice de Desarrollo Humano) y muy alto IDH empeoró entre 1995 y 2017.
Refiriéndose a los datos prepandemia, el secretario general de la ONU, António Guterres, indica en el reporte: “Nos enfrentamos a una paradoja del desarrollo. A pesar de que las personas viven en promedio más tiempo, son más ricas y gozan de mejor salud, estos avances no han logrado aumentar su sensación de seguridad. Esto es válido para países de todo el mundo y se venía observando incluso antes de la incertidumbre causada por la pandemia de Covid-19″.
El hambre también ha aumentado en los últimos años: si en 2020 afectaba a 800 millones de personas, en la actualidad 2.400 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria, tanto por los efectos socioeconómicos de la pandemia como aquellos que venían acumulándose antes de 2019.
Se espera que el cambio climático se vuelva una de las principales causas de mortalidad en los próximos años: “Aun con una reducción moderada de las emisiones, los cambios de temperatura podrían ocasionar la muerte de 40 millones de personas de aquí a fin de siglo”, apunta el reporte.
A partir de estos datos, y bajo las amenazas que ponen en riesgo la seguridad humana, el informe propone, si no cambiar la definición de desarrollo, al menos abogar por la integración de conceptos como la seguridad común y la solidaridad en este.
“Uno de los aspectos fundamentales de acción práctica destacados en el informe apunta a fortalecer un sentido de solidaridad global a partir de la idea de seguridad común. Esta idea asume la noción de que la seguridad de una comunidad depende de la seguridad de las comunidades adyacentes. Esto se observa claramente con la pandemia actual: los países se ven en gran medida impotentes para prevenir la propagación transfronteriza de las nuevas mutaciones”, detalla Asako Okai, secretaria general adjunta de las Naciones Unidas y directora de la Oficina de Crisis del PNUD.
En 1994, en el primer Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, se introdujo un cambio radical en la definición de “seguridad humana”: ya no se trataba solo de una seguridad territorial o armada, sino de la importancia de las necesidades básicas y la dignidad de las personas. Ahora, el informe de este año hace énfasis en la idea de solidaridad: “La solidaridad reconoce que la seguridad humana en el Antropoceno debe ir más allá de proteger a las personas y sus comunidades, de forma que las instituciones y las políticas consideren sistemáticamente la interdependencia entre todas las personas y entre estas y el planeta”, apunta.
Otro punto clave en las propuestas del informe tiene que ver con enriquecer la “confianza impersonal”. “Las personas que se enfrentan a una mayor inseguridad humana percibida tienen una probabilidad tres veces menor de considerar que otras sean dignas de confianza, una tendencia particularmente marcada en países con un IDH muy alto. La confianza -entre las personas, entre estas y las instituciones y entre los países- puede facilitar u obstaculizar la aplicación de estrategias de protección, empoderamiento y solidaridad para mejorar la seguridad humana”, concluye el informe.