Por Paul Gleeson, embajador de Irlanda en Chile

Este es un mes de aniversarios muy significativos para Irlanda, país al que tengo la suerte de representar aquí en Chile.

El 16 de enero, Irlanda celebró el centenario de la independencia de nuestro Estado con un acto en el Castillo de Dublín, para conmemorar el traspaso de poder a una Irlanda soberana en esa fecha hace un siglo. Y ahora, el 22 de enero, Irlanda conmemora el 50º aniversario de la firma del Tratado de Adhesión por el que nos convertimos en miembro de pleno derecho de la Comunidad Europea (como era entonces, o la Unión Europea, como se conoce hoy).

Nadie podría discutir que el momento en que un país alcanza su independencia es el hito dominante en la historia de cualquier nación orgullosa. Sin embargo, nadie en Irlanda discutiría cómo nuestra decisión de entrar en la Unión Europea fue profunda y fundamental para el país hace 50 años. Y mientras Chile se embarca ahora en una nueva dirección, en un momento de reflexión bastante profunda y de gran oportunidad, puede ser útil pensar en cómo ese nuevo camino para Irlanda, que firmamos para emprender hace medio siglo, ha cambiado nuestra sociedad de manera significativa y duradera.

Paul Gleeson, embajador de Irlanda en Chile.

Una primera forma en la que la Unión Europea supuso una enorme diferencia para Irlanda fue a través de la inversión en nuestras infraestructuras y servicios públicos, ayudando a que Irlanda alcanzara el nivel de vida de otros miembros de la Comunidad en las décadas posteriores a nuestra adhesión. Entre 1973 y 2018 se pusieron a disposición de Irlanda más de 40.000 millones de euros en fondos de la UE, inversión que contribuyó a mejorar nuestras infraestructuras viarias y ferroviarias, a modernizar nuestra comunidad agrícola y a ofrecer experiencias educativas de mayor calidad a nuestros jóvenes. Hoy en día, Irlanda se enorgullece de ser un contribuyente neto a los fondos de la UE, en lugar de un beneficiario neto, lo que refleja nuestro importante crecimiento y desarrollo en los últimos 50 años.

Una segunda gran diferencia que causó la Unión Europea para Irlanda fue la de proporcionar estabilidad y previsibilidad a las empresas y a la inversión internacional, así como el acceso al mercado único más exitoso de la historia del comercio mundial. Esto ha sido una buena noticia para las empresas irlandesas que buscan comerciar y dar empleo en países como Chile, que tiene un acuerdo de libre comercio con la UE (y que esperamos que se modernice pronto). Y para los inversores en Irlanda -que ha conseguido atraer a muchas de las mejores empresas farmacéuticas y tecnológicas del mundo para que establezcan sus sedes europeas en nuestro país- significa un fácil acceso a un mercado de 450 millones de consumidores de la UE, y a una mano de obra de enorme talento procedente de 27 Estados miembros de la UE.

Una tercera contribución muy importante de la UE a Irlanda es el apoyo al proceso de paz en Irlanda del Norte, que ayudó a poner fin a más de 25 años de violencia. La UE -que es un proyecto de paz de gran éxito en sí mismo- ayudó a financiar la reconciliación entre comunidades en Irlanda del Norte y contribuyó a eliminar las barreras que obstaculizaban la cooperación transfronteriza en nuestra isla. Y cuando nuestros vecinos y amigos de Reino Unido -que se adhirieron a la Comunidad Europea el mismo día que Irlanda- eligieron un camino diferente con el Brexit, la UE y sus Estados miembros se esforzaron al máximo para garantizar que el proceso de paz quedara protegido en el acuerdo internacional posterior.

Una mujer pasa frente a las oficinas de Google cerca del centro de la ciudad de Dublín, el 8 de julio de 2013. Foto: Reuters

Por último, pero no por ello menos importante, la Unión Europea ha tenido un gran impacto en la vida de Irlanda al ayudar a lo que antes era una sociedad bastante conservadora y religiosa a volverse más tolerante, abierta y multicultural. La libre circulación de personas en la UE ha enriquecido la sociedad irlandesa con nueva creatividad, cultura e idiomas. La UE también nos ayudó en los primeros años de nuestra pertenencia a poner fin a la legislación discriminatoria que afectaba a las mujeres en el trabajo y nos animó a situar los derechos humanos en el centro de la agenda política. La Irlanda de hoy no es la sociedad cerrada de tiempos pasados: en 2015, por ejemplo, nos convertimos en el primer país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario en un referéndum, y lo hicimos por abrumadora mayoría. [Y curiosamente para los lectores chilenos, nuestra propia Convención Constitucional en Irlanda jugó un papel muy importante en el fomento de este cambio].

A medida que Chile traza su propio camino con el objetivo de invertir en infraestructuras y servicios públicos, de seguir siendo un gran lugar para hacer negocios y de continuar siendo más abierto y tolerante con personas de todos los orígenes, creencias e identidades, su nueva generación de líderes políticos y su pueblo pueden estar seguros de que Irlanda, y la Unión Europea, estarán con ellos en cada paso del camino. Al fin y al cabo, nosotros también estamos en el mismo viaje.