Los programas presidenciales serán un factor clave
Los electores deberán evaluar con mucha atención qué proponen las candidaturas en materias de enorme envergadura como crecimiento, gasto público, educación o caída de la natalidad, porque en buena medida ello definirá el futuro del país.

Con la proclamación de la senadora Paulina Vodanovic como carta presidencial del Partido Socialista, la gran mayoría de los partidos políticos ya ha decantado por alguna candidatura. Mientras en el oficialismo se preparan para competir en la próxima primaria del 29 de junio, en la oposición de momento se ve improbable concurrir a dicha instancia. Lo concreto es que la carrera presidencial comienza a tomar forma, y aun cuando la campaña está recién empezando, tanto los candidatos como los electores deben tener presente que en estas elecciones se jugará bastante más que definir cuál de todas las fuerzas políticas asumirá el gobierno.
Como pocas veces en nuestra historia reciente, el escenario internacional y doméstico está cruzado por desafíos de enorme envergadura, de modo que el gobierno que asuma deberá hacerse cargo de exigencias muy complejas, lo que demandará miradas de largo plazo que en nuestro ambiente resultan preocupantemente escasas, al estar muy capturadas por el cortoplacismo. De allí que las propuestas programáticas están llamadas a jugar un rol esencial en esta campaña, y será responsabilidad de los partidos y de las candidaturas asegurar que los programas se hagan cargo de ello.
Desde luego, el contexto internacional se ha vuelto especialmente desafiante, no solo por las tensiones bélicas que cunden en distintas partes del mundo, y que peligrosamente abren la posibilidad de que las superpotencias puedan entrar en conflicto o vivan en permanente tensión, sino además porque las corrientes proteccionistas están emergiendo con particular intensidad, incluso de la mano de países que antaño fueron grandes promotores del libre comercio, como el caso de Estados Unidos, donde la administración Trump ha dado curso a una guerra arancelaria sin precedentes. Este complejo ambiente geopolítico exigirá contar con capacidades muy sofisticadas de negociación y por cierto evitar pasos en falso que para el país pueden terminar siendo muy costosos. Cabe no perder de vista que esta administración fue al comienzo muy renuente respecto de los acuerdos comerciales -pretendiendo ponerlos en revisión-, y aunque ello acertadamente ha sido dejado de lado, las candidaturas deberían ser muy claras respecto de cuál será su postura en materia de relaciones internacionales, variable que los votantes esta vez deberán aquilatar con sumo cuidado.
En el plano interno, los desafíos serán también muy complejos. En lo inmediato, el país poco a poco ha ido tomando conciencia acerca de las consecuencias que revisten las bajas tasas de crecimiento de la economía. Chile ya ha cumplido una década de un pobre desempeño, y para los próximos diez años sigue viéndose un potencial de crecimiento muy bajo. Es un tema del que todos hablan, pero aun así el debate sigue empantanado. De continuar con la tendencia de crecer a tasas del 2%, el país tardará del orden de 50 años en alcanzar el estatus de economía desarrollada. Las medidas que se tomen durante el próximo mandato -o las reformas que se dejen de hacer, que es otra manera de plantearlo- serán críticas para revertir esta tendencia, y por lo mismo los votantes deben conocer con mucho detalle cuál es la propuesta económica que se ofrece y ponderar la solvencia del planteamiento.
De la mano de lo anterior, cualquiera sea el signo del gobierno no podrá eludir hacerse cargo del severo déficit fiscal que enfrentamos y la necesidad de emprender recortes sin precedentes en el gasto. El Consejo Fiscal Autónomo ha planteado que en los próximos cuatro años serán necesarios recortes del orden de US$ 6 mil millones para estabilizar las finanzas públicas; es algo que candidaturas como las de Evelyn Matthei o José Antonio Kast han abordado, pero sin la suficiente profundidad que indique con precisión cómo se pretende llegar a ese objetivo. En las candidaturas oficialistas el tema de momento pareciera no existir -Carolina Tohá ha hecho algunas menciones, señalando que Chile no tiene ningún espacio para bajar la recaudación fiscal, por lo que descartó un recorte en el impuesto a las empresas-, escuchándose voces que, en cambio, buscan enfatizar la necesidad de profundizar el programa de “reformas transformadoras” que prometió este gobierno -hay sectores del Frente Amplio que resienten abiertamente las cesiones al programa que tuvo que hacer el Presidente Boric- o insistiendo en promesas de mayor gasto público.
Hay otros ámbitos sin duda cruciales que no admiten compromisos vagos o generales, como suele ocurrir en las campañas. En ese orden de cosas, es fundamental que las candidaturas precisen sus objetivos en materia de educación, donde desde ya es fundamental comenzar a cambiar los modelos educativos de modo de permitir a los alumnos desarrollar capacidades que les permitan moverse en un futuro que estará dominado por la inteligencia artificial (IA) y otros avances tecnológicos. El FMI ha estimado que la IA afectará a casi el 40% de los empleos en todo el mundo, reemplazando algunos y complementando otros. Pese a estas señales, nada de esto parece estar en el debate de hoy, muy capturado por el financiamiento de la educación superior o la extensión de la gratuidad.
Y aunque la alarmante caída en la tasa de natalidad que exhibe Chile se ve como un tema lejano y aparentemente sin mayores implicancias, no debería perderse de vista que hacia 2050 un tercio de nuestra población será parte de la tercera edad. Las recientes cifras que arrojó el Censo 2024 -donde el porcentaje de personas de 65 años o más ya representa el 14% de la población, mientras que en la medición de 1992 dicho porcentaje era apenas del 6,6%- deberían empezar a movilizar un conjunto de políticas públicas que preparen al país en el plano previsional, laboral y de salud pública, cuyo diseño e implementación tomará años.
Es inevitable que una campaña esté cruzada por las lógicas propias de toda contienda en que se busca conquistar votos y el poder, donde el factor emocional juega un rol importante. Pero si en definitiva esta campaña presidencial termina en las mismas promesas sin mayor contenido que han caracterizado otros procesos, sin hacerse cargo de los desafíos que marcarán al país en los años venideros, será una oportunidad perdida, confirmando lo riesgoso que resulta cuando la política se ensimisma y deja de conectarse con los problemas reales del país.
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