Hace unos días, más de 294 mil personas rindieron la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) Regular, seis mil inscritos más que el año pasado. Según cifras del Ministerio de Educación, en 2024 los alumnos de primer año se concentraron en tres áreas: tecnología (29%), administración y comercio (20%) y salud (18%). Si se repite la tendencia, este año un número creciente de jóvenes optará por disciplinas ligadas a estas áreas.

Los motivos de estas preferencias son tan diversos como fundamentales. La revolución tecnológica y la irrupción de la inteligencia artificial, los riesgos a la salud integral, la necesidad de insertarse al mercado laboral y las expectativas de empleabilidad asociadas son elementos que contribuyen al interés por estas áreas. Esta inclinación no es casualidad, sino un reflejo de los desafíos globales emergentes y del cambiante panorama laboral.

La necesidad de comprender los fenómenos sociales en coherencia con los desafíos productivos y tecnológicos inciden adicionalmente sobre la preferencia por carreras relacionadas con las ciencias sociales. En este contexto, la elección de carrera es una decisión que trasciende las motivaciones individuales, refleja las expectativas familiares y representa una apuesta por el futuro.

Hoy, los líderes y las instituciones educativas tenemos la oportunidad de transformar la formación a través de la articulación de niveles educativos y la transversalización de saberes y conocimientos. Este desafío no solo involucra la creación de nuevas tecnologías productivas y sociales, sino que además fomenta una convivencia social armoniosa y el bienestar de las comunidades.

Más allá de los perfiles disciplinarios se precisa un enfoque transdisciplinario que permita a los profesionales abordar de manera colaborativa los problemas concretos en la complejidad de las demandas de la sociedad. Esta visión integral es clave para formar personas capaces de contribuir significativamente a la economía, a la cultura y a la convivencia y sostenibilidad socioambiental del país en el concierto global.

Frente a estos desafíos, es imperativo que los decisores políticos y las instituciones educativas diseñen estrategias que promuevan una educación de calidad. Esto incluye invertir en recursos, generar condiciones educativas, actualizar continuamente los programas académicos y fomentar la investigación aplicada que responda a las exigencias del desarrollo, el bienestar y la sostenibilidad social y ambiental.

Sin embargo, este cambio plantea desafíos significativos para nuestras instituciones educativas. La flexibilidad curricular y la adaptación de los métodos de enseñanza a las necesidades de una generación digitalmente nativa son cruciales. La gestión de la docencia debe ser lo suficientemente ágil para incorporar avances tecnológicos y formar profesionales que no sólo entiendan la teoría, sino que también puedan aplicar estos conocimientos de manera práctica y eficiente. Chile se encuentra en un momento crítico. Es esencial que todos los actores involucrados trabajemos conjuntamente para asegurar que la formación de nuestros jóvenes no sólo sea accesible, sino también pertinente y relevante, preparándolos para liderar el desarrollo futuro del país y de la región.

Por Jenniffer Peralta, vicerrectora de Desarrollo Estratégico de la Universidad de Tarapacá.