El reimpulso de la arqueología a causa del crecimiento de las ciudades
Mientras megaproyectos remueven el subsuelo, son las universidades —especialmente en regiones— las que forman profesionales, resguardan hallazgos y aportan mirada crítica a un país que excava más rápido de lo que interpreta.
Durante las excavaciones para construir la Línea 7 del Metro de Santiago, en la comuna de Renca, se han encontrado más de 180 mil piezas arqueológicas. Los hallazgos pausan las obras y activan protocolos para documentar vestigios con más de 11.000 años de antigüedad. El caso no es aislado. Cada vez son más los megaproyectos que intersectan con el pasado y revelan una verdad incómoda: Chile está lleno de historia, pero tiene pocos arqueólogos para investigarla.
La arqueología de salvataje —aquella que se practica bajo presión, con plazos estrechos y al ritmo de la infraestructura— se ha vuelto cada vez más frecuente. En paralelo, las universidades han asumido un rol poco visible pero decisivo: formar profesionales, investigar en terreno, resguardar piezas y promover una arqueología que no se limite a inventariar lo encontrado, sino a interpretarlo.
Un país que necesita arqueólogos (y no los tiene)
Chile cuenta con un puñado de universidades que imparten la carrera de Arqueología: U. de Chile, U. de Tarapacá, U. Católica, U. Alberto Hurtado, U. Austral de Chile y U. Católica de Temuco. La oferta académica es escasa, y muchas de estas escuelas operan con bajos presupuestos, equipos reducidos y alta dependencia de proyectos externos.
“Hoy día necesitaríamos un ejército de arqueólogos y arqueólogas”, advierte Mauricio Uribe, director del Departamento de Antropología de la U. de Chile, y agrega: “Hay una demanda enorme por la presión de megaproyectos, pero no hay oferta suficiente. Eso encarece los costos y deja sin capacidad de respuesta a muchas zonas”.
La arqueología también se disputa en su sentido. Mientras gran parte de los estudios actuales responde a evaluaciones de impacto ambiental exigidas por ley, una arqueología distinta —reflexiva, investigativa y vinculada a la universidad— busca sostener preguntas de fondo. “La arqueología de impacto ambiental se ha vuelto una práctica extractiva. No parte de preguntas, sino de la necesidad de despejar áreas para construir. Se saca, se registra en un inventario, se embala y se guarda… pero no genera conocimiento”, señala Uribe.
Acento territorial
En el norte, la U. de Tarapacá ha consolidado una arqueología con fuerte raíz territorial, articulada en torno a sus dos museos: el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa y el Museo de Sitio Colón 10. Desde allí se forman generaciones de especialistas en arqueología andina, con énfasis en la investigación y el trabajo con comunidades aymaras y con los paisajes del desierto costero y altiplánico.
“Esta vinculación con las comunidades andinas no solo es necesaria para trabajar en sus territorios, sino también para devolverles el conocimiento que producimos sobre su propio pasado. En algunos casos, ese conocimiento les ha servido para defender su patrimonio o desarrollar circuitos turísticos”, señala Héctor González, director del Museo Arqueológico San Miguel de Azapa de la U. de Tarapacá.
La U. Católica de Temuco (UCT) ha articulado una propuesta formativa anclada en el trabajo de campo, los convenios con municipios y museos regionales, y la creación de espacios como el Depósito Arqueológico Luis Rivas del Canto. “Este espacio permite a estudiantes realizar trabajos de titulación con colecciones reales y está abierto a investigadores de otras instituciones”, destacan Luciana Quiroz y Gustavo Lucero, académicos de la UCT. Su programa de arqueología de alta montaña, junto a actividades de difusión con comunidades como Melipeuco, busca posicionar la región como un polo de investigación y educación patrimonial.
Además, la universidad ha impulsado mecanismos de acceso territorial mediante la reserva de cupos para estudiantes locales en las carreras de Arqueología y Antropología, con el fin de formar capital humano desde los territorios. Varias de sus actividades de divulgación han sido financiadas por fondos concursables adjudicados por los propios estudiantes, lo que demuestra una fuerte iniciativa desde la base.
Ciencia, memoria y territorio
En el sur, la U. Austral (UACh) enfrenta otro desafío: el centralismo que ha hecho invisible una región con enorme riqueza arqueológica. Sus investigaciones se despliegan en territorios como Los Ríos y Los Lagos, donde se documentan asentamientos prehispánicos, ciudades coloniales tempranas y continuidades culturales. “Las regiones del sur de Chile son las zonas con mayor cantidad y diversidad de sitios arqueológicos”, dice Simón Urbina, académico de la UACh.
La arqueología en ciudades como Valdivia, Osorno o Castro también presenta una dimensión única. No se practica en ruinas alejadas, sino justo bajo los pies de quienes las habitan. Así lo plantea Urbina al referirse a las “ciudades vivas” que conservan en su subsuelo vestigios de asentamientos humanos con miles de años de historia. “La continuidad poblacional y cultural de los pueblos indígenas, las distintas oleadas migratorias iniciadas en el período colonial y que persisten hasta la actualidad, se encuentran plasmados en múltiples vestigios y monumentos bajo el subsuelo como sobre la superficie”, sostiene.
En el extremo austral, la U. de Magallanes impulsa investigaciones arqueológicas desde el litoral fueguino hasta la estepa patagónica, con énfasis en ocupación humana temprana, cazadores-recolectores y arqueología subacuática. “Desde Magallanes hacemos arqueología desde el territorio, con enfoque interdisciplinario, colaboraciones internacionales y compromiso con las comunidades”, señala Víctor Sierpe, académico del Centro de Estudios de Historia y Arqueología, del Instituto de la Patagonia.
Para Sierpe, la arqueología desarrollada en la Patagonia no solo genera conocimiento científico, sino que también cumple un rol social y cultural: “La arqueología de la Patagonia chilena se convierte en una herramienta poderosa para el fortalecimiento de la memoria, la educación y el sentido de pertenencia en una de las regiones más singulares del planeta”.
Lo que se excava no es solo tierra
La arqueología también es un campo en disputa culturalmente. “En Chile no hay una valoración del pasado. No está en la escuela, no está en la conversación cotidiana. Por eso la arqueología sigue siendo vista como algo exótico, lejano, cuando es parte de nuestra historia profunda”, afirma Mauricio Uribe.
En ese paisaje simbólico, las universidades tienen un rol clave: conectar a las personas con su historia, visibilizar las memorias silenciadas y formar profesionales capaces de pensar el pasado desde el presente. Porque lo que se excava no es solo tierra: es identidad, memoria, soberanía científica y derecho al pasado.
Cuando los avances del Metro encuentran vestigios de historia
Mientras las máquinas le abren paso a las estructuras metálicas que le darán forma a las futuras estaciones de Metro, en el subsuelo de Santiago también emergen otros vestigios: el de vidas pasadas. Las obras de la Línea 7 -especialmente aquellas del eje del río Mapocho- han sacado a la luz más de 180 mil piezas arqueológicas, algunas con más de 11 mil años de antigüedad. Fragmentos del Período Arcaico, cerámicas alfareras tempranas, vestigios coloniales: capas de tiempo que emergen al ritmo de la infraestructura.
En la Línea 9, en tanto, los hallazgos remiten a otra temporalidad: restos históricos de los siglos XIX y XX -vidrios, cerámicas, estructuras domésticas, huesos de animales- que permiten documentar la vida cotidiana de una ciudad, entonces, en expansión.
Metro ha desarrollado un modelo para abordar el componente arqueológico de sus proyectos de expansión. Desde la etapa de tramitación ambiental, se realizan caracterizaciones con sondeos, excavaciones y análisis de sitio. Cuando se detectan hallazgos significativos, se activa un protocolo de rescate que busca documentar, preservar y trasladar el material al Museo Nacional de Historia Natural, en coordinación con el Consejo de Monumentos Nacionales. La empresa cuenta hoy con un área especializada en arqueología y ha promovido instancias de colaboración con universidades.
Uno de los casos más relevantes fue el sitio de Matucana, donde estudiantes de Arqueología de la U. de Chile participaron en visitas guiadas junto a sus docentes. “Este tipo de actividades permite acercar la formación académica a los desafíos reales del patrimonio urbano”, explican desde Metro.
En medio del debate por la escasez de arqueólogos en el país, experiencias como esta revelan una paradoja: nunca se ha excavado tanto en Chile, pero no siempre se interpreta lo que se encuentra.
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