La semana pasada, cuando Europa lidiaba con un repunte importante de casos de covid 19 y el resto del mundo observaba con preocupación, una nueva alarma se encendió en Sudáfrica.

Ahí, un grupo de investigadores, preocupados por un aumento drástico en los contagios en ese país, descubrió una nueva variante del virus causante de toda esta pesadilla.

Bautizada como Ómicron, la nueva variante contiene más de 30 mutaciones respecto de la cepa original de Wuhan y parece mucho más contagiosa. Rápidamente el mundo reaccionó: la OMS la declaró como una variante de preocupación y recomendó a los mayores de 60 años y a quienes sufren enfermedades crónicas posponer sus planes de viajar. Más de 18 países en distintos continentes cerraron sus fronteras para cualquier viajero proveniente desde África, y laboratorios en todo el mundo se lanzaron a la carrera por caracterizar y estudiar al nuevo enemigo.

El hecho de que la variante Ómicron haya sido detectada en África pone de relieve un problema importante en la lucha contra la pandemia: la dispar distribución de vacunas en el mundo. Ese continente registra una tasa de vacunación de cerca de un 10% en promedio, lo que lo convierte en un caldo de cultivo natural para el desarrollo rápido de nuevas mutaciones del virus.

En todo el mundo, los expertos han advertido que aún es muy poco lo que sabemos sobre el daño que la variante Ómicron puede causar, y sobre la efectividad que el actual repertorio de vacunas puede tener frente a ella.  ¿Qué podemos o debemos hacer a la espera de esas respuestas? ¿Qué escenarios se abren como posibles? Conversamos con Valeska Vollrath, jefa de la sección de Biología Molecular de la Clínica Alemana.

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