Rafael Nadal consiguió el número mágico. Reescribió la historia del tenis en un partido histórico, legendario, único. No importó el hecho de comenzar dos sets abajo, ni el estar jugando más de cinco horas. El español venció por 2-6, 6-7(5), 6-4, 6-4 y 7-5 a Daniil Medvedev y se transformó en el hombre con más títulos de Grand Slam en el planeta: 21. Uno más que Novak Djokovic y Roger Federer. Lo hizo en Australia, el grande que más se le ha resistido. Hace cinco meses pensó en retirarse, hoy posa solitario en el Olimpo. Más arriba que todos.
El inicio del encuentro trajo todo lo que se esperaba de él. Un tenis rasante por parte de ambos, entregando todo lo que el tenis puede ofrecer. En solo tres juegos, la Rod Laver era escenario de una exhibición de talento y entrega. Paleteos interminables, subidas a la malla, aces y winners a las líneas.
Fue en ese momento de tenis total, cuando el ruso le quebró a Nadal y puso el set a su favor. Presionó con inteligencia al manacorí y este no tuvo respuestas. Fue una tónica en ese primer parcial. Rafa lo hacía correr, pero el moscovita era más rápido. El español le entregaba el protagonismo y Daniil devolvía tiros imposibles de contrarrestar. Así la lógica y lo que se veía en la cancha, terminaron por darle el set a Medvedev. 6-2 en 42 minutos de juego.
El número dos del mundo tenía un historial de 37-0 en Grand Slam de pistas duras cuando ganaba el primer parcial, por eso entró tranquilo al segundo set. Algo que el balear no perdonó. En el 2-1 quebró y se puso arriba por primera vez en el partido. Pero aquella superioridad era frágil. Pese a que Nadal tuvo una gran ventaja durante gran parte de esa manga, la sensación era de que en cualquier momento el nacido en Moscú iba a recuperar el dominio. Incluso cuando el español tuvo un set point en el 5-3, el campeón del US Open 2021 se mostraba con más protagonismo.
Tras recuperarse en el marcador, volvió su mejor tenis. Forzó el tiebreak y allí generó una distancia inalcanzable para el zurdo, quien en dos horas de juego aún no podía alcanzar el tremendo nivel que mostró en las semifinales ante Mateo Berrettini (7°). Fue 7-5 la definición para el tenista de 25 años.
Un tiro de gracia para el 99% de las personas y es que con una distancia de dos parciales por delante, todo lo que viene se hace muy difícil. Prueba de aquello, el hecho de que nadie, desde 1965, había logrado ganar el Open de Australia después de haber comenzado perdiendo 0-2. Nadal, por su parte, solo sumaba dos victorias tras haber caído en los dos primeros sets. ¿La última? Ocurrió en un lejano Wimbledon 2007.
Sin embargo, Nadal es un tipo especial. No se rige por las normas comunes y suele hacer lo impensado. Eso fue su motor de lucha en el tercer set. Uno donde encontró su mejor tenis. La clave de eso, su mejoría con el servicio. De estar bajo el 55% de primeros servicios en los dos sets iniciales, el manacorí llegó a un 82% en esa tercera manga. Un cambio que le permitió encontrar más profundidad y liderar los puntos. Fue un paso adelante, que terminó siendo premiado con un 6-4 que desató la locura en Melbourne Park. El público estuvo con él todo el partido, pero nunca rugió tan fuerte como cuando Rafa ganó ese parcial.
Algo que hizo explotar al ruso. Cuando el marcador se le vino encima, perdió la tranquilidad y se enfrascó en un constante duelo con los espectadores, quienes ya no solo iban por Nadal, sino que derechamente contra él. Los aplausos caían a montones cuando Daniil hacía una doble falta o cometía un error no forzado. Incluso, cuando fallaba el primer servicio.
Una locura que terminó pasándole factura y agrandando a su rival. Cuando la Fiera huele el miedo, ataca. Y eso hizo Nadal. Fulminante y crecido, jugó con el marcador durante todo el set, cuidando el break que cosechó en el inicio. Nuevamente 6-4. Todo al quinto. Cual guión preparado por el cineasta más dramático.
Allí, en el momento de la verdad, en la instancia que solo está hecha para las leyendas, el nombre de Rafael Nadal fue más grande. Demostró su clase y entrega. Su mentalidad y físico único. No importó el cansancio, el dolor del pie, ni la presión de que estaba a un set de ser el hombre más ganador de Grand Slam en la historia. Nadal fue Nadal.
Y cuando el reloj marcó cinco horas y 24 minutos de partido, el marcador mostró un 7-5 final. El manacorí, por su parte, mirando a su box, de pie, con lágrimas y sonrisas, aún asimilando lo que acababa de hacer. Consiguió su segundo Australian Open, tras 13 años sin sonrisas en Melbourne, tras haber perdido cuatro finales. Consigo le dice a todo el mundo que tiene 21 Grand Slams, uno más que sus némesis. El más ganador de la historia. Fue el final perfecto, para un acto dramático y tenso. Una demostración pura de lo que es el tenis a cinco sets. Rafa es una leyenda viviente.