El 6 de julio de 2003, Cobreloa y Colo Colo dirimían el título del Campeonato de Apertura. Si esa situación ya le daba al encuentro que se jugaba en Calama la suficiente cuota de simbolismo, había otra que lo recargaba: en la final de vuelta que se disputaba en el entonces estadio Municipal (la denominación Zorros del Desierto llegaría muchos años después, con la remodelación del recinto) Iván Zamorano buscaría su primer título nacional. Y lo haría con la camiseta alba, la que había elegido defender después de una brillante trayectoria, que incluyó gloriosos pasos por Suiza, España, Italia y México y que supo de momentos históricos con las casaquillas del Real Madrid y el Inter de Milán, las más prestigiosas que defendió. Y por cierto, con la tricota de la Selección.
Bam Bam era, entonces, un ídolo. Lo sigue siendo, pero en ese momento el recuerdo de sus hazañas estaba más fresco. Había despertado los sueños de muchos y ahora se aprestaba para cumplir el propio. Lo hacía, también, pensando en el recuerdo de su padre, Luis, colocolino tan acérrimo como él. En el partido de ida de la final, albos y naranjas habían igualado sin goles. Para la vuelta, la esperanza del Cacique la albergaba un recuerdo reciente: hacía poco más de un año habían vuelto a ganar en la ciudad minera, después de una espera que había partido en 1979. Si la tierra cuprífera había sido inexpugnable, ya no lo era. Y menos si la ofensiva alba la lideraba uno de los mejores delanteros chilenos de todos los tiempos. Eso pensaban todos, pero nada fue como se presumía.
Decepción y escándalo
Han pasado 20 años desde ese día. El partido es historia y, como en toda narración de ese estilo, tuvo protagonistas, antagonistas y villanos invitados. Cobreloa se alzó con la corona al imponerse por 4-0. El héroe fue Patricio Galaz, autor de dos tantos, y sus principales escuderos Luis Fuentes, quien abrió el marcador, y José Luis Díaz, quien marcó el segundo tanto. Para los naranjas, esa página es una de las más gloriosas de un tomo que contiene muchos capítulos destacados.
Zamorano, en cambio, la querría sacar de cuajo de su libro. No solo porque perdió la definición y vio como el anhelo de toda una vida se le iba de las manos. También porque, inesperadamente, ese encuentro terminó marcando el abrupto y bochornoso final de su carrera. El histórico capitán de la Roja terminó expulsado por agredir al juez Carlos Chandía. No fue el único, porque Miguel Riffo y Marco Villaseca recibieron la misma sanción. Sin embargo, su caso fue el más resonante. Y, por cierto, el que fue castigado con mayor dureza.
Chandía se sorprende con el paso del tiempo. “¿20 años ya? No recordaba que había sido en esta fecha. La situación, sí, como si fuera ayer, en realidad. Iván se salió de madre. Me trató de ‘huaso conchetumadre’. ‘Sin el parche de la FIFA no valís nada’, recuerdo que me dijo. Yo le dije que era huaso a mucha honra. Me tiró un patada al tendón de Aquiles, que casi se me había cortado. Me tiró a pisar. Esa lesión me había tenido complicado. Y dos combos cortitos. Uno por la espalda y uno al estómago”, relata el actual alcalde de Coihueco a El Deportivo.
El ex árbitro internacional también relata con nitidez el motivo de la expulsión del centrodelantero. “Eso le pasó por empujar a Villaseca contra Rodrigo González, mi asistente. Por eso se fue Zamorano. Se habían ido Villaseca y Riffo, por pegarle dos cachetadas a González. ‘Dos veces offisde, conchetumadre’, le había dicho Riffo. Se fueron los tres. (Marcelo) Espina trataba de calmar los ánimos. El partido terminó 4-0. Un par de goles se comió el Etiqueta Negra, como le decía a Johnny Walker. Se reía cuando se lo decía”, rememora.
La locura, la sospecha y el pacto
La convulsión traspasó el campo de juego. Llegó, en efecto hasta los vestuarios. “Jaime Pizarro (entonces técnico albo, hoy ministro del Deporte) fue siempre un caballero y fue a disculparse al camarín. Le acepté las excusas. También le hablé de Zamorano. ‘No me quiero encontrar con ese weón. Si lo pillo, le saco la reconchesumadre. Así, tal cual. Ahí va a ver lo huaso que soy. Carabineros nos tenía un pasillo. Los jugadores estaban arriba del bus”, añade el ex juez internacional.
Los indicios de que sería una jornada extraña habían partido antes. “Hubo un error desde el principio: nos mandaron en el mismo vuelo. Ahí empezó todo. Enrique Aguayo, el sicólogo de Colo Colo, cuando llegamos a la cinta para dejar el equipaje, me dice que los jugadores estaban muy contentos porque los iba a dirigir yo y que Iván me tenía la camiseta de regalo”, revela el exjuez. “‘Dígale al weón que tiene fuerza, que empuje el avión’, le contesté”, añade. La camiseta, por cierto nunca llegó. “No era el momento, tampoco”, dice el emblemático hombre de negro.
Aunque muchos entendieron la decisión de Chandía, hubo otros tantos que dijeron no haberla entendido. El exárbitro aclara que no recibió amenazas. Y sostiene que pudo ser mucho más lapidario en su informe. “Se le terminó la carrera. Y que agradezca que no lo denuncié a la FIFA, porque ahí le habría salido más salado. Al final, le dieron 11 fechas”, recuerda.
En efecto, el castigo pudo ser mucho mayor, pues el rango por la agresión a un juez llega hasta los 50 encuentros. En ese tiempo, también. Teóricamente, la menor sanción obedece a la irreprochable conducta anterior de Zamorano y a que el Tribunal no logró formarse la convicción de que se había tratado de una agresión, propiamente tal, pues solo se observó un mínimo puntapié en uno de los tobillos del juez, además de los insultos. Las agresiones de Héctor Toledo a René de la Rosa, de Ignacio González a Enrique Osses son ejemplos, en el sentido de golpes más concretos y en los que los victimarios fueron sentenciados con mayor energía. Chandía expone, eso sí, una teoría más controvertida. “Se negoció con él para que se retirara. En ese tiempo, el presidente del tribunal era Ángel Botto. El castigo a Zamorano fue negociado. Botto se lo puede explicar”, desclasifica.
Perdón y olvido
El tiempo curó las heridas. “No me siento defraudado de nadie. Podría sentirlo de mis hijos, de mi señora. De Iván sigo teniendo la imagen de un luchador, de un guerrero, de un tipo que le ganó a la vida”, enfatiza Chandía para referirse al maipucino. “A mí no me generó inconvenientes con hinchas ni nada. Me dio pena, porque Zamorano no merecía un final así y yo tampoco la humillación”, profundiza.
El paso de los años dio espacio al reencuentro. En septiembre de 2005, Fernando Cornejo se despidió del fútbol en un festejo a la altura de su trayectoria, exitosa y simbólica, sobre todo para el pueblo minero. Chandía y Zamorano estuvieron entre los invitados. “Me acuerdo de que nos encontramos para la despedida de Fernando Cornejo, en Calama. Ahí nos arreglamos. Se había disculpado. El tema pasó al olvido salvo cuando me lo recuerdan, como ahora. No es que me recuerde siempre de lo que pasó. Coincidimos en el hotel Diego de Almagro de Calama. Fue ameno. Tengo una foto con Elías Figueroa y Mario Soto, riéndonos. No tengo un mayor recuerdo del diálogo con Iván. Hubo un saludo, cariñoso. Eso sí”, rememora.
El final fue digno de una novela con un término feliz. “Luego nos vinimos juntos en el avión a Santiago. Yo estaba en proceso de pretemporada en Curacaví. Aprovechamos de hablar. Nos tocaron los asientos 1A y 1B. Capaz que alguien haya sido el de la idea. Ahí hablamos. Se disculpó otra vez. Y ahí el tema quedó para mí. Ya está solucionado”, asegura el encargado de impartir justicia en esa inolvidable jornada.