Algunos de los sueldos más altos del deporte mundial son pagados por la NBA. Sus jugadores son estrellas seguidas en todos los continentes y por millones de seguidores, como lo han probado sus giras por China (no exenta de polémica, la más reciente). Tanto oropel, sin embargo, oculta esfuerzos desconocidos para la mayoría, pero que sí son asuntos conocidos y reconocidos por los ejecutivos de la liga y por la prensa que la cubre.

Uno de ellos es el desgaste que provocan los constantes viajes, con una desplazamiento promedio anual de 80 mil kilómetros para cada jugador, equivalente a cuatro viajes ida y vuelta entre Santiago y Vancouver. Además, concentran 82 partidos en los seis meses de cada temporada, con un media apenas superior a un juego cada dos días.

La consecuencia más importante es la de privación del sueño que sufren los atletas, de acuerdo con una investigación realizada por la matriz estadounidense de ESPN. "Pregúntale a cualquiera en este vestuario... (la falta de sueño) Es un asunto del que todos hemos hablado, como sucede con las conmociones cerebrales en la NFL (la liga de fútbol americano)", dice Tobias Harris, el ala-pivote de los Philadelphia 76ers.

Harris ha intentado combatir los efectos de la abrasadora rutina de los basquetbolistas. "Hay gente que bromea con esto, pero tú tienes que ser capaz de estar listo para rendir al máximo nivel al día siguiente", afirma. Para eso, el jugador tiene en su casillero un breathing belt (dispositivo de respiración) y un monitor cardíaco. Así, busca bajar rápidamente sus pulsaciones, regular su respiración y tratar de atenuar los efectos del cortisol que ha liberado su cuerpo debido al intenso ejercicio y que, consecuentemente, suprime los efectos de la melatonina, la hormona precisamente encargada de regular el sueño.

Harris es absolutamente consciente del cuidado que requieren las exigencias del alto rendimiento deportivo; tanto así, que aparte de los ya descrito, viaje siempre con una máquina de electroencefalograma para medir como está funcionando su cerebro. Todo eso es lo que se llama neurofeedback, una rutina cuyos efectos aún son objeto de debate médico, pero que el jugador cree que todo este conocimiento y control serán adecuados para combatir la fatiga.

Andre Igoudala, una de las estrellas de los Memphis Grizzlies, recurre a una receta más simple: es apoyado por un médico especialista en sueño, quien le ha recomendado medidas simples y cercanas al sentido común: evitar las siestas y en las noches poner su teléfono en modo avión y no encender el televisor en su habitación. "No es bueno dormir en los vuelos. Eso realmente no cuenta", dice el alero.

El escolta CJ McCollum, de Portland Trail Blazers, extremaba el sueño en sus años de universidad, con siesta más nueve horas de sueño de sueño nocturno. "La falta de sueño complica tu recuperación, te confunde cuando juegas, tu foco y tus funciones cognitivas, cómo te mueves en la cancha. Dormir es todo", explica.

El astro máximo en el presente decenio, LeBron James, gasta sumas de siete cifras en su acondicionamiento físico particular. Y respecto del sueño no transa: exige que las habitaciones en los hoteles tengan una temperatura de 20 a 21 grados celsius y que todo aparato electrónico en las cercanías sea apagado entre 30 y 45 minutos antes de que él llegue al lugar. "No hay nada más importante que un óptimo sueño REM (Rapid Eyes Movement, instante de mayor profundidad del sueño)". Para eso, además, en su teléfono escucha sonido de lluvia cayendo sobre hojas.

La situación ha sido analizada por más de un equipo de investigación universitario. Tal es el caso de la doctora Eve van Cauter, directora del departamento de Sueño, Metabolismo y Salud de la Universidad de Chicago. Sus resultados son concluyentes: la falta de una cantidad y calidad adecuada de sueño causa un decaimiento del rendimiento físico, de la coordinación ojo-mano y dificultades de concentración. Y todo eso puede conducir a inesperadas lesiones por movimientos o decisiones inadecuadas de los básquetbolistas.

El fenómeno, además, se expresa en la baja progresiva de la testosterona en los deportistas a medida que se desarrolla la temporada, con una caída de 24% al cabo de cinco meses, justamente cuando comienzan los playoffs.

"No hay trabajo en el mundo que se mueva en los horarios alterados en los que se mueven los jugadores de la NBA", dice Timothy Royer, neurólogo que trabaja con Orlando Magic. El debate, todo caso, recién comienza.