En sus primeros Juegos Olímpicos, nadie imaginó que Marlene Ahrens, la joven abanderada que portó el emblema patrio en Melbourne 56, sería una de las cuatro medallas que Chile se colgaría en la más exitosa cita olímpica de su historia, hasta Atenas 2004.

Con 23 años, llegó al atletismo arrastrada por un talento innato para todos los deportes que se proponía practicar (hockey césped, vóleibol y gimnasia, hasta ese momento). Fue su esposo, Jorge Ebensperguer, quien la instó a probar con el atletismo tras un hallazgo casual.

“Yo jugaba hockey y todos los años y cuando terminaba la temporada íbamos a la playa. Entonces me puse a lanzar piedras hacia el mar y mi marido vio que lo hacía incluso más lejos que los hombres. Observó que ahí había una lanzadora innata y me recomendó al entrenador del Club Manquehue. Así partió todo”, relató la deportista en una entrevista a La Tercera.

Entrenó apenas unas semanas y logró el segundo lugar en el Sudamericano de Sao Paulo (1954), demostrando un talento que no dejó de llamar la atención. Pero el posterior embarazo de su primogénita, la periodista Karin Ebensperguer, en marzo del 55, la tuvo fuera de la alta competencia por más de un año.

Pero la navidad de ese año, y pensando en el sueño olímpico, su esposo y su padre decidieron regalarle la primera jabalina, encargada especialmente desde Estados Unidos para prepararse a conseguir la marca para los venideros Juegos de Australia. Desde ese momento, comenzó a lanzarla todas las tardes en el campo de su familia, en San Felipe. Su técnica, bastante rústica, mezclaba la sincronización, velocidad del brazo y golpe del torso.

Regresó a competir en el Sudamericano de Atletismo Santiago, donde demostró estar tan vigente como antes, colgándose el oro con una marca de 48,73, el récord nacional de la época, pese a no contar con un entrenador de cabecera y una preparación más bien amateur.

Fue así como llegó a Australia, cargando la bandera chilena como la única mujer en una delegación de 13 deportistas. Su cabellera rubia y sus 1,75 metros de estatura la hicieron resaltar entre sus compañeros.

El 28 de noviembre, el día de su competencia, pasó a la historia grande del deporte nacional y sudamericano. Chile ya había obtenido tres medallas en la cita gracias al boxeo: una plata, de Claudio Barrientos, y dos bronces, de Carlos Lucas y Ramón Tapia. Pero Marlene tenía preparada una sorpresa.

Luciendo el 607 en su vientre, fue en el segundo intento cuando alcanzó los 50,38 metros de distancia, rompiendo el récord nacional y sudamericano en la jabalina, superada en la prueba solo por la soviética Inese Jaunzeme, una de las favoritas para quedarse con el oro, que la dejó con la plata tras lanzar 53,86 metros.

Con La Tercera también recordó una graciosa anécdota que ocurrió después de la competencia. “Me dejaron un escrito que tenía que contestar. Me preguntaban cuántas horas entrenaba al día; cómo dividía mis horas; cómo me alimentaba. Yo contesté todo, no tenía entrenador. Sólo el fin de semana. El resto de los días entrenaba sola durante una hora. No me creyeron y me mandaron a llamar para decirme que era una encuesta seria. Les dije que era la verdad. Yo entrenaba a mi manera, a la ‘brutanteca’”, narró entre risas la única medallista olímpica que ha tenido Chile hasta ahora.