Parto por reconocer que hay muchas fórmulas para jugar y que con unas y otras se puede ganar o perder. Pero jamás me he sentido interpretado por el estilo que practica Rueda, reconociendo todos sus atributos personales. No se tome entonces este análisis como un ataque personal. Pero es mucho el tiempo transcurrido desde su llegada,  muchos los partidos disputados, suficientes jugadores probados y, al cabo, no se percibe ningún progreso.

Cabe preguntarse, en consecuencia, cuál ha sido su real aporte.

Comencemos por el rol desempeñado en las desavenencias y rupturas al interior de vestuario. Se pensó que su labor primera sería terminar con estos liderazgos negativos en su interior. Lejos de lograrlo, se ha mantenido más vivo que nunca. Y eso se refleja en los rendimientos individuales. Vidal hace lo que quiere, dentro y fuera de la cancha, y Bravo también se las trae, muestra falta de humildad y, sin querer queriendo, envía señales de un capitán frustrado. Unos y otros debieran haber sido llamados a terreno con mensajes directos y sin ambigüedades. El vacío de autoridad es nocivo para quien debe imponer orden.

En el análisis meramente futbolístico, el reciente empate ante Colombia es una buena síntesis de todas las dudas que sobresalen. A saber, jugadores fuera de puesto, cambios tácticos desorientadores, incorporación de jugadores que sencillamente no dan el ancho y, lo más grave, referentes que hacen lo que quieren en la cancha y que no parecieran pauteados en sus funciones específicas. Se agrega a todo ello descontrol y rudeza en algunos, mostrando un rostro desagradable.

Marchamos lenta, pero inexorablemente a una difícil y compleja participación en las clasificatorias al próximo Mundial.

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