Lo advirtió Javier Mascherano antes del inicio, cuando todos auguraban el continuismo de la posesión como paradigma dominante y exitoso en Rusia. "En los últimos años el fútbol ha ido para el lado de las transiciones", expresó el mediocampista, adelantando el nuevo orden que veríamos en la copa. Es decir, aquellas selecciones que manejaran de mejor manera las reconversiones defensa-ataque y ataque-defensa, serían las que a la postre obtendrían resultados positivos.
A la luz de los partidos (y eliminaciones) que se han dado en el certamen, queda claro que el diagnóstico de Mascherano se está volviendo realidad. Basta repasar por ejemplo lo sucedido en los octavos, donde cinco de los ocho clasificados tuvieron menos posesión que su rival. Y hay más: solo uno de esos ganadores clasificó en tiempo reglamentario. Fue Bélgica, y en el último minuto, y a la contra, ante Japón.
En el cierre de la década, los cerrojazos y la transición rápida suceden a la tenencia. En su gran mayoría, porque simplemente se sienten más cómodos agazapados. Otros, derechamente porque renuncian a la posesión en pos de aprovechar algún esporádico contragolpe.
En los dos últimos mundiales gobernó la posesión. Así llegaron al título España en Sudáfrica y Alemania en Brasil. Lo sucedido en Rusia a los dos últimos campeones confirmó el cambio de tendencia. Se ha encontrado el antídoto contra la posesión masiva hasta ahora ganadora. Las defensas han convertido en mala la fórmula de la posesión, han logrado que sea un arma poco profunda y finalmente baldía. Un bocado apetecido para jugadores como Mbappé, Griezmann, Cavani e incluso Neymar, quienes han sabido atacar los espacios que genera el dominio rival saliendo rápido en velocidad.
La prematura eliminación de Alemania encendió las alarmas para los amantes de la posesión. El modelo germano, que tuvo su consagración en Brasil 2014, se derrumbó en Rusia ante la insistencia de Löw de no buscar un plan B. El último campeón del mundo se entregó mansamente al pase por el pase, sin velocidad, sin profundidad, sin remate.
Lo mismo padeció España, que se metió en un pantano fútbolístico del cual no pudo salir nunca. Ambos controlaron el balón sin ocupar bien los espacios, el origen del juego imprevisible que, de diferentes formas, llevó al éxito a la propia Alemania en el Mundial de 2014 y a España en 2010.
En Rusia, los números hablan por sí solos: España (71,3%), Alemania (67,3%) y Argentina (62,8%) fueron los tres seleccionados que más tuvieron la pelota hasta acá. Los tres ya quedaron eliminados. Sus sistemas están hoy bajo sospecha.
En cuartos de final hay elencos que apenas promedian 20 minutos y 54 segundos (Suecia), 22'59'' (Rusia) o 26'25'' (Uruguay) de posesión. Están muy lejos de los finalistas de Brasil 2014, que promediaron 35'12'' (Alemania) y 33'01'' (Argentina). Incluso, esa vez, otros elencos como España (32'23''), Chile (30'53'') y Holanda (30'04'') tuvieron la pelota más tiempo en su poder. Ya se ha visto lo que ha pasado con todos ellos. Los tres primeros están fuero. Los otros dos ni llegaron.
La vía Simeone gana adeptos y suma orgullosos y exitosos exponentes en el Mundial de las sorpresas. Los agazapados han tomado el mando.