Alejandro Tabilo (22º ATP) tuvo su bautismo en la Laver Cup. El tenista nacional se convirtió en el primer chileno en disputar en cancha el torneo -Nicolás Jarry fue suplente en 2018- y tuvo un estreno de alto nivel ante Grigor Dimitrov (10º) en Berlín. Sin embargo, el resultado fue amargo: 7-6(4) y 7-6(2) a favor del búlgaro.
Ale salió con la misión de desnivelar el marcador global de la serie entre Europa y Resto del Mundo. A primera hora el argentino Francisco Cerúndolo había derrotado al noruego Casper Ruud, mientras que el griego Stefanos Tsitsipas había dado cuenta del australiano Thanasi Kokkinakis.
Por cierto, el desafío no era nada fácil y ya contaba con un antecedente favorable al exnúmero tres del mundo. Ale no se achicó ante la instancia y mostró un muy buen nivel de tenis, mucho mejor de lo que venía mostrando en semanas anteriores, pero nuevamente los nervios le jugaron una mala pasada.
El primer set fue muy igualado y ofreció grandes puntos de ambos jugadores, que desataron la euforia del público que llegó al Uber Arena. No fue extraño que todo se definiera en el tie break, donde Dimitrov estuvo mucho más certero y comenzó a desnivelar con una notable devolución sobre la línea de fondo del chileno.
Increíble remontada
A pesar de la decepción de haber cedido el desempate, Tabilo logró aguantar el mal momento, salvó tres puntos de quiebre en el primer juego, y atacó en el momento preciso el servicio de su rival para quebrarle en dos oportunidades consecutivas, provocando la alegría de su capitán, el legendario John McEnroe (del otro lado estaba Björn Borg).
Combinó sus aciertos con los errores del búlgaro para ponerse en ventaja. Sin embargo, cuando estaba listo para forzar el primer super tie break del torneo, el zurdo no pudo aprovechar una ventaja de 5-1 y tres puntos de set a su favor. Bajó la intensidad, falló con sus primeros saques y Dimitrov comenzó a pegarle a la pelota más adentro de la cancha y a verse mucho más activo. Su fastuoso revés paralelo a una mano causó estragos y le dio réditos inmediatos tanto en lo anímico como en lo tenístico.
Como pudo, el pupilo de Horacio Matta ganó el duodécimo juego para llevar todo al desempate. Una nueva prueba de fuego para sostener la presión, un aspecto que más de alguna complicación le ha dado en los últimos años. Y esta vez nuevamente lo sintió. Más allá del juego demoledor del búlgaro, que incluso sufrió una torcedura, su suerte ya estaba echada y terminó cediendo un partido que pudo haber tenido otro destino.