Los ejecutivos del Manchester United reunidos en Londres la semana pasada para participar en la subasta de los derechos de televisión de la Premier confesaron a sus colegas de otros clubes, durante una cena, que José Mourinho había puesto patas arriba la contabilidad que tan bien habían llevado hasta 2016. Lamentaron especialmente el fichaje de Alexis Sánchez, una operación que juzgaron desaforada por varias razones. Primero, porque suponía un gasto excesivo —más de 60 millones de euros— en un traspaso que habría salido gratis si esperaban a julio pero que el mánager se negó a postergar obsesionado por despojar a Guardiola del jugador que quería; segundo, porque rompía la escala salarial de la plantilla y esto generaba tensión en el vestuario, además de un proceso inflacionista difícil de contener. Los contables del United advirtieron que los Glazer, los propietarios, no quieren dejar de obtener beneficios anuales. Esto se convertiría en una quimera con fichajes como el de Alexis, que elevan a más del 60% la porción del pastel de los ingresos destinada a salarios.
Los dirigentes del club más rico de Inglaterra expresaron una problemática que afecta a toda la Premier. La venta a la baja de los derechos televisivos para el trienio 2019-2022 supone una señal de alarma. A partir de la temporada que viene, por cada partido emitido de la máxima competición inglesa las televisiones pagarán 9,2 millones de euros. Hasta esta temporada pagan 11,5. El recorte supone un duro golpe a las expectativas de negocio. El crecimiento descontrolado de los gastos, especialmente de los salarios, está reduciendo los márgenes y provocando pérdidas. Según el diario The Guardian, el United prevé al cierre de esta campaña unos ingresos de 650 millones de euros, de los cuales 400 serán destinados a salarios.
Burbuja salarial
El empeño de Mourinho en arrebatarle a Alexis al Manchester City, con quien el chileno firmó un precontrato, colocó al jugador en una posición negociadora extraordinariamente favorable. A sus 29 años, más cerca de la retirada que del inicio de su carrera, pasó de ganar nueve millones a asegurarse 25 millones de euros netos por año durante cinco temporadas. El salario más grueso de la Premier. Hace un año habría sido el futbolista mejor pagado del mundo, pero la burbuja no ha dejado de inflarse. Las consecuencias trascienden la economía.
Mino Raiola, el agente más agresivo que existe, no tardó en reaccionar. Al conocer el contrato de Alexis se apresuró a reclamar una mejora para Paul Pogba, su representado y hasta estas Navidades el hombre mejor pagado de la Premier con un salario neto de 17 millones de euros anuales.
Hasta la irrupción reveladora de Kylian Mbappé en la primavera pasada, Pogba, de 24 años, integró junto con Neymar la primera línea de elegidos a conquistar el Balón de Oro en la era post Messi-Cristiano. Los tasadores más prestigiosos lo señalaban —casi por unanimidad— como un prodigio de facultades psíquicas y técnicas.
Pogba, que se ve a sí mismo como un artista, se afilió al proyecto de Mourinho tentado por el dinero y por una promesa de juego espectacular que ya se desvaneció. Al cabo de año y medio, el francés comprueba que el régimen de pelotazos que impone su entrenador no solo no garantiza títulos y prestigio. Tampoco le permite muchos más alicientes que los crematísticos. Está decepcionado. Cree que debería ganar más que Alexis, que jamás entró ni entrará en ninguna quiniela del Balón de Oro.
Al olor de la reivindicación, Mourinho practicó su habitual terapia de choque. Dejó a Pogba fuera del equipo titular en tres ocasiones en los últimos cinco partidos. En Sevilla, el miércoles, en la ida de los octavos de la Champions, entró al campo cuando se lesionó Herrera. Este viernes, The Sun publicó que Pogba acudió al despacho del entrenador a pedir que —si no le sube el sueldo— por lo menos le deje tocar más la pelota y cambie sus planteamientos ultraconservadores. Mourinho lo despidió airado: "Mira lo que pone el letrero que hay en la puerta de la oficina cuando salgas".
Mourinho siente que su liderazgo se devalúa y procura restituirlo con carteles. Eleva la voz para recordar que él es el manager, el gaffer, el boss.