Cada vez que escucho el nombre de Arturo Fernández Vial es inevitable que la memoria no ofrezca la imagen de un joven Nelson Acosta vestido con la camiseta aurinegra. La sinapsis memoriosa yerra, claro, porque Acosta vistió la camiseta del Almirante cuando estaba cerca de cumplir los cuarenta años. De cualquier modo no es un error antojadizo: la imagen que la memoria registra es una de Acosta con la camiseta de Peñarol, el emblemático campeón uruguayo. Y aunque la historia de uno y otro club es distinta -en títulos y figuración internacional-, el espíritu de ambos equipos es el mismo (igual cosa se podría decir de la entrega de Acosta con una y otra camiseta).

Escribo del Vial porque, luego de nueve años jugando en Tercera División, el sábado consiguió su retorno al profesionalismo, ante más de diez mil espectadores que llegaron hasta el Ester Roa para ver cómo los aurinegros derrotaban por 5-0 a Brujas de Salamanca. Su regreso es una alegría porque pocos clubes tienen un arraigo tan grande en su hinchada como ocurre con Arturo Fernández Vial. Conocido como el Colo Colo del sur, los vialinos han construido una verdadera leyenda que va muy de la mano con la génesis de la institución allá por 1903.

Todavía recuerdo cuando en la transmisión de un partido -quizá la primera vez que se transmitió por televisión un partido del Vial-, Pedro Carcuro le solicitó al puesto de cancha de turno que le averiguara por qué el club se llamaba como se llamaba. El notero no tenía el dato a la mano y prometió averiguar. Minutos después entregaba la información, parcial y mezquina considerando ese tremendo personaje al que el club en el que alguna vez jugara Mario Alberto Kempes homenajea.

Sí, porque Arturo Fernández Vial no sólo fue parte del Combate Naval de Iquique, como guardiamarina de la Esmeralda, sino que también le cupo un rol destacado en esa batalla una vez que Arturo Prat cayó herido de muerte sobre la cubierta del Huáscar. Fue él quien subió por uno de los mástiles de la corbeta para fijar la bandera chilena, para dejar en claro al Comandante Grau, y a toda la tripulación del Huáscar, que los que quedaban en la Esmeralda no estaban dispuestos a rendirse, que pelearían hasta morir.

La historia le tenía reservado otro papel a Fernández Vial. Varios años después de la Guerra del Pacífico, cuando todavía era integrante de la Armada de Chile, debió controlar una huelga iniciada por los trabajadores ferroviarios y los estibadores del puerto de Valparaíso, que derivó en escenas de violencia y en la instauración del Estado de Sitio. La orden era meter a la cárcel a los revoltosos. Sin embargo, Fernández Vial intercedió por ellos ante el tribunal y logró controlar la situación sin que se produjese ni un solo herido.

Cuando se jubiló de la Armada desplegó toda su vocación social: fundó catorce escuelas nocturnas para obreros y varias sociedades que abogaban por disminuir la ingesta de alcohol. También fue un gran impulsor del atletismo y promovió conductas y estilos de vida sanos.

La vuelta del Almirante al profesionalismo recupera a un actor de fuste para el fútbol chileno, además de traer consigo el recuerdo de un hombre que siempre pensó en el país y en los otros antes que en sí mismo.