En los estadios hermosos, impecables y coloridos de Tokio 2020, las luces previo a cada partida encantan solo a deportistas, acreditados, voluntarios y telespectadores, mientras las butacas brillan intocables. En recintos abiertos, en tanto, como el del canotaje o el skate, enormes galerías mecano, instaladas en vano, recuerdan el durísimo escenario actual. Carteles publicitarios, por su parte, dan el básico toque olímpico a calles por donde el olor de la cita de los anillos se respira poco y nada. Como sea, por la capital japonesa y sus sedes, se encuentra en rincones el slogan del evento que distrae al planeta: United by Emotion.
En un mundo en problemas como no pasaba hace décadas, y aunque suene adulador con una frase que al fin y al cabo busca marquetear, los Juegos Olímpicos han dado la impresión de que representaron fuertemente lo que a primera se puede interpretar de su lema. La suma de emociones del evento multidisciplinario unió a protagonistas y testigos a través de poderosos mensajes que se alinearon y, a veces, se impusieron a la discusión sobre quiénes ganaron los premios y los récords.
La salud mental de los atletas fue el pilar central de la discusión, con una Simone Biles que en pocos días reescribió la definición de superestrella olímpica. Su figura escaló en popularidad y no por las medallas que el mundo esperaba. Abandonó cinco de seis finales y aludió su automarginación a la falta de bienestar psicológico, evidenciado posteriormente la brutal desconexión de su cuerpo y su mente con videos de sus entrenamientos. Así se le dio tribuna máxima a un tema que está oculto en muchos deportistas de alto rendimiento, ya sean superclase o actores de reparto. Un tabú ante la presión por medallas y marcas a la altura.
Fue la tenista Naomi Osaka quien la precedió en Roland Garros, cuando se retiró del torneo parisino tras no querer asistir a las conferencias de prensa, situación por la que sería multada. Acusaba ansiedad. Luego, lo de Biles marca un antes y un después en el tema, ya que jamás en la historia un deportista de su talla desertó en una instancia tan importante a causa de sus problemas mentales. Aquella final por equipos de la que la nacida en Ohio se quitó, la ganaron las rusas (que compiten bajo la bandera de su comité olímpico, ya que el país está sancionado por dopaje), sin embargo, su meritorio triunfo jamás será recordado más que el caso Biles.
“La atención del mundo está puesta en los JJOO, que suena como una caja de resonancia. Es muy difícil hacerse el distraído cuando acaparan toda la prensa mundial. Hay abuso, maltrato, discriminación, y tantos otros factores que rompen con el bienestar de los atletas. Tenemos que pensar cómo desarrollar estructuras, estrategias y lenguajes, que permitan que atletas florezcan como personas, no solo como productores de rendimiento deportivo”, analiza el Dr. César Torres, docente e investigador de la Universidad del Estado de Nueva York, con especialización en el Movimiento Olímpico.
“El deporte de alto rendimiento no es sinónimo de salud, si no que lleva al cuerpo y a la cabeza a situaciones límite. Este año, la competencia se dio en un contexto de mucha incertidumbre, lo que aumentó los estresores e hizo que los atletas llegaran más vulnerables. Además, que este año no pudieron disfrutar a pleno de la fiesta, sin autonomía, libertad, ni completa interacción con pares de otros países, sin ver otros deportes”, señala Felipe Fuenzalida, único psicólogo en la misión olímpica chilena, que viajó por la Federación de Fútbol con la selección femenina. “Debemos cuidar a nuestros deportistas y entregarles las mejores condiciones posibles”. Ambientes con el que no se encontró Biles, enfrentada a la presión del planeta, que despertó a sus demonios.
Empoderando a minorías
Para combatir el estrés, Tom Daley practicaba su hobbie: aparecía tejiendo en las tribunas mientras observaba a sus colegas en las competencias de clavados en el Centro Acuático de Tokio. Los palillos y la lana no son solo cosas de abuela en mecedora, como sí dictaría el anacrónico estereotipo de una actividad que agarra popularidad y ya se ve muy cool. La imagen la entregó un campeón olímpico que en Tokio también rompió esquemas, no solo mostrando el chaleco que produjo con la bandera de Gran Bretaña y los cinco anillos. Lo del ganchillo es lo anecdótico.
“Me siento increíblemente orgulloso de decir que soy gay y también campeón olímpico. Cuando era más joven pensé que nunca lograría nada por ser quien era”, afirmaba Daley con el oro al cuello, durante unos Juegos que, según el conteo del sitio Outsports (especialista en deportistas LGBTIQ) agrupa a más atletas reconocidos por identificarse con la bandera arcoiris que en todas las citas juntas pasadas. Aunque su orgullo no es novedad, no deja de ser importante hablar fuerte a la audiencia mundial, más en la cara de China y Rusia, plata y bronce en la competencia de clavados sincronizados desde los 10 metros, que el inglés conquistó junto a Matty Lee. Precisamente, países donde la homosexualidad es reprimida: Beijing veta el matrimonio homosexual, calificando las relaciones de personas del mismo sexo como no ajustadas a la “condición natural” ni a las “tradiciones históricas y culturales”. El Kremlin, en tanto, subraya que mientras Vladimir Putin siga a la cabeza de Rusia, las familias seguirán formadas por madres y padres.
Desde la capital japonesa, algunos rusos han seguido con el discurso homofóbico e intolerante. En el canal estatal Channel One, dueños de derechos para transmisiones oficiales en Tokio, se escucharon conceptos como “psicópatas” y “pervertidos”. Además, uno de los presentadores usó una peluca para burlarse de Laurel Hubbard, la primera atleta transgénero participante de una cita olímpica. El COI respondió que la discriminación no tiene espacio en los Juegos y que celebra que Tokio 2020 haya llevado las banderas de la inclusión y la diversidad en el modelo olímpico. No hubo sanciones con el discurso odioso.
Con Hubbard, los Juegos entraron en otra dimensión, cuando la neozelandesa se presentó en el Foro Internacional de Tokio, a competir en la categoría hasta 87 kilos de la halterofilia, donde quedó eliminada con tres intentos nulos. Hubbard nació hombre y en 2012, a los 34 años, comenzó el proceso para reasignar su sexo. Para competir, debió someterse a un tratamiento para bajar sus niveles de testosterona, según la polémica exigencia del COI.
Con Hubbard, los Juegos entraron en otra dimensión, cuando la neozelandesa se presentó en el Foro Internacional de Tokio, a competir en la categoría hasta 87 kilos de la halterofilia, donde quedó eliminada con tres intentos nulos. Hubbard nació hombre y en 2012, a los 34 años, comenzó el proceso para reasignar su sexo. Para competir, debió someterse a un tratamiento para bajar sus niveles de testosterona, según la polémica exigencia del COI.
“En algún punto hay tensión con la injusticia y la inclusión. Hay que continuar debatiéndolas para permitir a todos desarrollarse plenamente a través del deporte”, señala el Dr. Torres, aludiendo a la política que no deja que una atleta como la doble campeona olímpica en 800 metros Caster Semenya, por ejemplo, pueda participar sin medicarse: “Hay una necesidad de ir más allá de lo biológico, en este aspecto, la inclusión sigue siendo muy lenta”. Christine Mboma es otro caso excluido. Los altos niveles de testosterona de la nacida en Namibia la quitaron de su prueba fuerte, los 400 metros planos. Se concentró en los 200 metros y ganó la plata.
“Estos Juegos son un parteaguas. Puede ser temprano aún, ya que los cambios no suceden en los 17 días que duran, si no que los impactos se ven a futuro, en procesos de largo aliento. Hoy podemos especular. Me gustaría pensar que el emergente de estos JJOO nos ayudará a repensar el deporte de élite, cuando de bienestar mental, inclusión real y rol de los medios de comunicación se trata”, comenta Torres.
Hay más imágenes imborrables con mucho sentido detrás. El oro del salto alto, compartido por el italiano Gianmarco Tamberi y el qatarí Mutaz Barshim, que puso en segundo plano la disputa en un ambiente hipercompetitivo. También la manifestación en el podio de la balista Raven Saunders, que con su medalla de plata levantó y cruzó los brazos, en apoyo de las minorías de las que es parte: a las mujeres negras, las lesbianas y a quienes sufren de problemas mentales.
Ver más competencias mixtas en los Juegos fue una foto de los avances en igualdad de género. Los entretenidos relevos 4x400 en el atletismo, así como innovaciones en el judo, la natación y el tiro con arco, entre otros, sirvieron como una positiva señal. Hubo 18 eventos con mixtura de géneros, y cuatro federaciones (tiro, halterofilia, remo y canoa) dieron el paso al equilibrio en sus pruebas.
Un evento tan grande, cuya realización estuvo en duda, se atrasó un año, y sobrevivió a las adversidades, dejó conversaciones que redefinen el deporte. Porque la salud mental y la inclusión no son temas ajenos a él. Los Juegos del virus cambiaron de nombre. Son los Juegos rompe paradigmas.