Dentro de esas pasiones que nos acompañan durante toda la vida, siempre hay una primera imagen, un incidente de iniciación que nos convierte y transforma. Es probable que en el momento no nos hayamos dado cuenta del poder de esa imagen epifánica -generalmente ocurre en la infancia-, pero cuando uno mira hacia atrás es posible advertirla con una nitidez impensada. A mí el fútbol me ganó para sus filas cuando vi a Carlos Caszely anotar un gol de antología contra Emelec, por Copa Libertadores, en los ya lejanos días de 1973. ¡Se pasó hasta el arquero! De ahí en más, supe que podía encontrar en el fútbol fragmentos de tiempo luminosos como esa anotación de Caszely, además de intentar repetir -con vano afán-lo que le había visto hacer en la cancha del estadio Nacional.
Quizá por lo mismo es que, desde entonces, la figura del goleador y especialmente del 9 de área, se convirtió en el personaje más atractivo de esa obra de teatro que es el fútbol. En esos primeros años de espectador, además de Caszely, me acuerdo vívidamente de la elegancia del Flaco Jorge Américo Spedaletti, de la vocación por el juego aéreo de Julio Crisosto, del guatemalteco Selvin Pennant, que defendió por un par de años los colores de Deportes Aviación, y del poder goleador de Óscar Fabianni en el Palestino de fines de los 70.
Esos 9 que menciono poseían la virtud de tener la llave para salir del laberinto, para guiar a sus equipos en medio de un bosque impenetrable, de poner luz en la noche más oscura. En ocasiones, hibernaban durante casi 90 minutos, hasta que despertaban en el momento justo para hacer lo que mejor sabían: goles.
En los 80, irrumpió Ivo Basay. Encarador, corajudo y escurridizo, Basay se movía con soltura y liviandad. Iván Zamorano también descolló al final de esa década. Si ya era bravo por abajo, por arriba no tenía competidores: el mejor cabeceador chileno de la historia (que me perdonen Carlos Campos y Julio Crisosto).
Debí esperar un poco para ver en acción a Marcelo Salas. Para mí el más completo y espectacular, el más certero y vistoso. Aún recuerdo ese partido contra Italia en Francia 98. El cabezazo que le gana a Fabio Cannavaro. ¿Querías categoría, clase, oficio? Ahí lo tienes. Y ni hablar de lo que hizo en Argentina con River y luego en Italia jugando para la Lazio.
Con Alexis Sánchez me ocurre algo especial. Si bien su condición goleadora es evidente -más allá del momento por el que hoy puede atravesar-, lo mismo que sus condiciones y talento, cuando pienso en ese 9 a la manera de Caszely o del mismo Salas, no veo que Alexis encaje en ese prototipo. Su capacidad física y entrega le permiten posicionarse en otros sectores de la cancha, arrancar desde zonas más retrasadas y reclinarse hacia las bandas si las circunstancias lo ameritan. Se sale un poco del molde.
Digo todo esto a propósito de La Roja y de sus dos últimas incursiones. Y de esa añoranza, a medio camino entre la nostalgia y la necesidad, de un 9 como los de antes, de esos que pueden hacernos ver la luz en medio de la oscuridad. ¿Lo necesitamos? Creo que sí. Nicolás Castillo puede encajar en ese personaje -cuando menos contra los mexicanos irrumpió en el momento preciso-, pero aún le quedan horas de vuelo para alcanzar la altura necesaria. Por fortuna, queda algo de tiempo… No mucho, pero lo podemos esperar.