Antifútbol
En una innecesaria ceremonia en el Estadio Nacional (bastaba con un telefonazo de la ministra Cecilia Pérez a Pablo Milad), el presidente de la República anunció el regreso del fútbol profesional para el 29 de este mes. Después de un arduo y concienzudo trabajo de una comisión médica integrada por profesionales vinculados a la actividad junto a representantes de los ministerios de Salud y Deporte, se elaboró un protocolo sanitario muy detallado y serio que culminó con el proyectado retorno a las canchas.
Han sido meses complicados para el balompié chileno, no sólo el profesional, también cadetes y el femenino, que viene funcionando a duras penas no desde marzo, cuando se desató el Covid-19 en Chile, sino desde el propio 18 de octubre del año pasado. Fue la única actividad económica que no pudo volver, siendo sistemáticamente atacada y boicoteada por malas y muy malas razones. Se dijo que el fútbol distraía a las masas, restaba gente a las marchas, daba una sensación de falsa normalidad, frenaba los cambios sociales, ayudaba al gobierno de Piñera, era cómplice de la represión y un largo etcétera de imposturas y burradas.
Muy curioso, en vez de cargar sobre la gran minería, el transporte de mercadería, los puertos o cualquier otra área sensible del aparato productivo, decidieron ir por el fútbol como si detenerlo significara algún cambio profundo en la estructura social del país. Además de joder los 30.000 empleos directamente involucrados, algunos de ellos para siempre, poco se logró en el derrotero político de Chile. Es decir, no se logró nada aparte de validar a los delincuentes de las barras bravas. Basta de mentiras y artificios retóricos y sociológicos.
Después vino la pandemia y la actividad, ya muy herida por el estallido, quedó al borde del nocaut. El ex presidente de Universidad de Chile, José Luis Navarrete, dijo apenas suspendido el campeonato en marzo que no se aguantaba seis meses de paralización. Van a ser cinco meses y medio. Pegó en el palo. De forma previsible, han aparecido voces reclamando que el regreso del fútbol es prácticamente una frivolidad, un capricho y una superficialidad, como si nadie viviera de ello y no fuera una pieza del engranaje, pequeña pieza, pero pieza al fin, del aparato productivo. Seguramente tendremos algunos payasos intentando impedir que se juegue.
¿Por qué tanto odio al fútbol? Primero, porque siempre ha sido sospechado, desde la intelectualidad de derecha e izquierda, como un mero juego, sin contenido, un negocio vil (como si el cine o el editorial no lo fueran, por citar actividades prestigiosas), falto de contenido y atontador. Segundo, porque en la dinámica de levantar la impostura de las barras bravas como luchadores sociales se dieron cuenta que el fútbol en la cancha era una molestia, les quitaba protagonismo, por lo tanto, debía ser suprimido. Tercero, y esto es lo más importante, porque Chile nunca ha sido un país futbolizado. El fútbol como juego, como mecánica, como ciencia incluso, como parte de la cultura popular, no interesa, nunca interesó. Acá lo que nos gusta es ganar, salir a celebrar y dejar la tendalada. Si la Selección no gana, entonces se acuerdan de que es alienante y fascista (los mismos que en 2015 saltaban como monos con epilepsia gritando el penal de Alexis Sánchez). Como dijo un amigo, es apenas una disculpa para ir a pelusear a Plaza Italia y agarrarse a botellazos bajo la estatua de Baquedano.
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