Arturo Vidal estaba en deuda con Colo Colo. En alguna medida, incluso, lo asumía. Había llegado como el gran fichaje del Cacique, y probablemente del fútbol chileno, en mucho tiempo, pero acarreaba varios meses de inactividad, producto de la cirugía a la que tuvo que someterse después de la lesión en la rodilla derecha que sufrió en septiembre, en el partido entre la Selección y Colombia.
Estaba en deuda Vidal. Y lo sabía. Es cierto que el oficio estaba intacto y que en los destellos de calidad que aún en desmejoradas condiciones era capaz de ofrecer incluso le bastaban para marcar diferencias, pero le bastaba una actuación plena. De esas que quedan en los registros, por la importancia del duelo entre cruzados y albos y porque, en definitiva, son las que se esperan de jugadores de la magnitud del Rey.
“No hay excusas”
“Estoy bien, ahora me encuentro al 100%, ya no hay excusas. Ojalá tener un partido intenso para mostrar lo bien que estoy, lo que hice ante Fluminense”, había dicho el ex mediocampista del Barcelona después de la caída alba ante Cobreloa. Antes, casi siempre hubo un motivo para atribuir un nivel por debajo de las expectativas a una preparación aún en desarrollo.
El Vidal del Santa Laura, de hecho, graficó que se siente mejor. Que está en condiciones de mostrar esa faceta intensa que le hizo conocido en el mundo entero. Almirón, que no estuvo en la banca, pero que tomó todas las decisiones antes del duelo, también realizó un ajuste clave para que terminara luciendo: añadió a Vícente Pizarro en el mediocampo, lo que permitió, además de ganar la lucha en un sector clave del campo, que el Rey estuviera más cerca de los delanteros, con más espacio libre, aunque, claro, el exjuventino siempre se las ingenió para apoyar en las labores defensivas.
En el comienzo, Vidal lo hizo todo bien. O casi. En los 23′, aprovechó una avivada de sus compañeros, y un preciso centro de Marcos Bolados, para anotar la apertura de la cuenta y, claro, para celebrarlo como corresponde, con una mezcla de alegría y desahogo. La validación, de hecho, demoró porque se analizó la influencia de un segundo balón en el campo de juego. Finalmente, Jona lo confirmó.
Cuatro minutos después, estuvo a punto de ampliar la ventaja, con un cabezazo en el segundo palo. Después, en la recta final del primer tiempo, en otra muestra de la confianza que sentía, intentó otro disparo sobre el arco de Thomas Gillier. Con la pelota en los pies, erró poco: alcanzó un 83 por ciento de efectividad en los pases. Acertó 20 sobre 24 (Dejó el campo con un 78 por ciento, 21 aciertos sobre 27 intentos).
Eso sí, el primer tiempo terminó con incertidumbre: un golpe en la pierna derecha lo mandó al suelo justo antes del pitazo final de Héctor Jona para ese lapso.
En el segundo tiempo, sin embargo, poco se le pudo ver. Y no por responsabilidad suya: en los 52′, probablemente por el choque ante Agustín Farías, o quizás pensando en el duelo del martes frente a Alianza Lima, por la Copa Libertadores, Almirón ordenó su salida del campo. Arturo Vidal ya había hecho lo suyo. Había vuelto a ser el Rey.