El juez Pitana marca el final del partido. Uno de los asistentes al Estadio Croata se levanta y comienza a aplaudir. De inmediato, la mayoría se levanta y lo siguen con las manos. "Croacia vicecampeón. Gracias a esta selección por unirnos. ¡Viva Croacia!", dice una especie de animador. Pese a la derrota, las sonrisas abundan, los niños no paran de jugar y los abrazos entre las múltiples generaciones de descendientes croatas no cesan. Se vivió una fiesta durante el mundial y hoy llega a su fin. ¿Caras largas? Solo algunas.
"Esto es una fiesta familiar. Es inédito. Hay más de ochocientas personas. Nunca habíamos vivido esto en la comunidad croata chilena. Esto es la unión de toda la colectividad. Si no somos campeones, sigue siendo un orgullo tremendo estar acá y celebrar junto a este equipo que ha tenido una garra espectacular", explica María Angélica Zulic, presidenta del Estadio Croata y agrega: "La ilusión es tremenda. En menos de 24 horas se agotaron los setecientos cupos que teníamos disponibles".
En las afueras del Estadio Croata la expectación es alta. Más de cien personas aguardan en la fila para poder hacer su ingreso. En su mayoría son familias. Desde la tercera edad hasta recién nacidos. Los autos que pasan por la Avenida Vitacura le tocan la bocina a los hinchas croatas en forma de apoyo, estos aplauden, agitan sus banderas y gritan con sus caras pintadas. A la entrada hay cerca de seis vendedores que ofrecen banderas de Croacia y jockeys que tienen estampado el nombre de las máximas figuras: Modric y Rakitic. Una verdadera fiesta.
"Yo tengo bastante fe. Es por lejos la mejor generación de jugadores que ha tenido este país. Están para ganar la final", dice Juan Ignacio Olivares Eterovic, desendiente de padre y abuelo croata. El optinismo reina en el Estadio Croata, la mayoría cree que este grupo de jugadores puede coronarse campeón del mundo por su lucha. "Son cabros que no la tuvieron fácil. Muchos de ellos crecieron con una violenta guerra. Tienen una garra tremenda y de seguro que ninguno de ellos está cansado", opina Boris Bursic, quien tiene padres croatas y vivió dos años en el país.
"Chi chi chi, le le le, los croatas de Chile", gritan animosamente los presentes en el Estadio Croata. En el salón está todo listo. Dos pantallas gigantes, múltiples asientos, cervezas para los adultos y algodón de azúcar para los pequeños. Expectación altísima y concentración máxima. La mayoría se inclina para entonar el himno nacional. La pelota ya rueda y el nerviosismo es protagonista en los descendientes helvéticos. Cada aproximación, por más mínima que sea, desata los gritos de "!Uuhhh!"en el salón. El autogol de Mandzukic baja la efervescencia. "Sin hacer nada, van ganando", reclama una asistente, mientras agita sus brazos.
La ansiada alegría llega para los croatas. El golazo de Perisic despierta a todos. Las banderas comienzan a flamear y los gritos de ceacheí caen uno tras otro. Silencio. Los gritos animosos se interrumpen. Las pantallas muestran a los jugadores franceses mientras le reclaman a Pitana. En el salón del Estadio Croata solo hay murmullos. Al ver las imágenes, se dan cuenta que el penal es inminente. Griezmann convierte el 2-1 para Francia. Se confirma el silencio.
El entretiempo sirve para demostrar que el evento en el Estadio Croata es una fiesta. Los adultos conversan sobre el partido, niños juegan en los juegos inflables y otros bailan al ritmo de la Tambura, instrumento de cuerdas típico de Croacia.
En el complemento llegó con el tercero y el cuarto para los franceses. Del Estadio Croata nadie se movió. De hecho, el descuento de Mandzukic ensendió una pequeña luz de esperanza. "¡Vamos, vamos Croacia, que esta tarde tenemos que ganar!", cantaron. Para la fiesta no fue necesaria la obtención de la copa. El regreso a casa fue con una sonrisa y con la cara pintada de azul, blanco y rojo. "Simplemente no se pudo", dice Ivo Radic, uno de los socios más longevos.