Ataque directo contra elaboración
El enfrentamiento ideológico entre Hoyos y Guede en el Nacional arroja al análisis una serie de variables importantes a considerar.
Los dos entrenadores se hermanan en la cercanía hacia su plantel, pero se disocian en la toma de decisiones respecto a quiénes deben y quiénes pueden ser titulares en la alta competencia. La cercanía hacia el plantel nunca debe alcanzar tanta proximidad como para dejar al DT atrapado y sin libertad de poner o sacar a un futbolista.
Uno de los elementos que no pueden ser transados es la intensidad, pues es la puerta obligada para competir. Y mientras la U ofrece esta característica, Colo Colo es sinónimo de cambios de ritmo esporádicos mezclados con una circulación de la pelota cadenciosa.
El equipo de Hoyos frecuenta las transiciones cortas y ataques más directos, abusando en muchas ocasiones del pelotazo frontal, aéreo y sin ventaja, debido a la tentación que significa el cabezazo de Pinilla. La debilidad del equipo de Guede es abusar del pase al zapato y alejarse del pase al espacio, transformándose en un equipo extremadamente elaborador y con poca explosión en el último cuarto de cancha. Entregando de pasada el tiempo suficiente al contrario para reordenarse defensivamente.
Colo Colo siempre sale limpio y a ras de piso desde el fondo. Su bloque posterior exhala seguridad y habitualmente lo hace con borde interno y cabecita levantada. La U ha sufrido en este expediente, ya que en ocasiones abusa de esta herramienta sin tener a todos sus intérpretes capacitados y termina sufriendo errores de principiante.
Mientras el estratega azul ha elegido no regalar metros y salir a recuperar la pelota más arriba, el DT de los albos ha preferido la reagrupación defensiva en torno a Orión como instrumento para recobrar la pelota. El primero se moviliza hacia adelante, genera el duelo territorial y busca recuperar por anticipo; el segundo retrocede, cede cancha y busca retomar el control del juego achicando los espacios hacia atrás.
El colectivo social se prepara para el partido del semestre. Los jugadores, sin pensar en el concepto, se adhieren a que los clásicos son especiales, que no importa cómo llegan los equipos sino cómo se despiertan ese día. Y los entrenadores apoyan esta idea y ratifican el slogan. Como si lograr un funcionamiento fuera gratis, como si las horas de acierto trabajadas en implementar un sello futbolístico pudiesen ser pasadas por alto o como si las prácticas exitosas fuesen descartables. Cualquiera puede ganar, sí, pero no cualquiera gana jugando bien y adueñándose del control mediante la posesión.
Es muy poco probable que un equipo desordenado juegue ordenado de la noche a la mañana, que un lento se transforme en rápido o que un jugador se duerma como holgazán y despierte como trabajador.
Un clásico es un partido distinto, especial y único, pero de ahí a prescindir de lo que se viene haciendo me parece muy permisivo para el equipo que no ha logrado mejorar facetas de su juego en el trabajo analítico semanal o en la seducción que debe ofrecer el mensaje del entrenador hacia su camarín.
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