El mismo día y en un lapso de apenas cuatro horas, los dos grandes zares del fútbol planetario, Messi y Cristiano, fueron expulsados de Rusia. Sus selecciones, Argentina y Portugal, fueron en rigor las eliminadas tras caer en sus respectivos duelos de octavos ante Francia y Uruguay. Pero la gran derrota individual y mediática fue suya. La última oportunidad (o al menos la penúltima) para ambos de alzar al cielo el trofeo más preciado del mundo se esfumó de forma prematura. Sufre la mercadotecnia. Bajones de oro.
No fue el certamen de Messi, cuya dramática sequía con la selección ha adquirido ya tintes de auténtico estigma. Tampoco el de Cristiano, que se marchó de su cuarto Mundial mejorando sus guarismos goleadores, pero sin dar alcance al récord de Eusebio, sin lograr estrenarse en rondas eliminatorias y sin sacar, en su ya clásica pugna con el argentino por el Balón de Oro, ventaja alguna. Empataron a cero en ese sentido los delanteros de Barcelona y Real Madrid y, por si fuera poco, no ofrecieron casi nada en el día de su despedida.
Fue el capitán de la albiceleste el primero en entrar en escena. Saltó a la cancha del Kazán Arena con la mirada perdida,tratando de encontrar, quizás, la inspiración, terminando de asumir que el que iba a comenzar tenía que ser su partido.Y supo de entrada que no sería una jornada fácil. El circuito defensivo francés funcionó de buena manera y la Pulga simplemente desapareció. Inició como media punta, pero pronto acabó aislado, viendo su influencia en el juego reducida al máximo.
La tempranera ventaja gala menoscabó aún más su ánimo y el crack argentino empezó a caminar por la cancha mirando al piso, perdido, visiblemente desconectado, irreconocible. El empate de Di María y el fortuito gol de Mercado elevaron la moral argentina y también la de Messi, que, con su equipo en ventaja, tuvo un par de minutos de lucidez. Un oasis, pues Francia revirtió sin problemas el marcador haciendo aumentar la frustración del 10, que en el tramo final se limitó a presenciar, como un espectador más, la circulación de balón de los franceses, y a acompañar desde la distancia los contragolpes de su equipo. Con el pitazo final abandonó la cancha en silencio y sin hacer declaraciones, tal y como había entrado, con la mirada perdida y meditando, tal vez, qué tan lejos queda Qatar 2022.
Dos horas después del naufragio argentino y a 1.900 kilómetros de distancia, Cristiano pisó el césped del Olímpico de Sochi. Pero en el día marcado en el calendario como el de su redención definitiva en la Copa del Mundo, CR7 completó una de sus peores presentaciones en Rusia. Mucho más parecida a la del duelo ante Irán que a la firmada contra España. Y puede que aún más intrascendente.
Apenas cinco minutos (saldados con un disparo al arco y cierta participación en el juego ante las pifias mayoritarias de la tribuna) duró su protagonismo, pues el férreo marcaje charrúa y los largos tramos en que su equipo marchó en desventaja terminaron por sacarlo de quicio. Un llamativo gesto de solidaridad, auxiliando al lesionado Cavani en su camino hacia los camarines, en el 70'; un horrible remate sin sentido desde 30 metros, en el 90; y unas airadas protestas en el tiempo de adición que le valieron una amarilla; completaron su terrorífica performance. Frustrado, silente y con esa cara de póker que le acompaña en todas las derrotas, abandonó el líder luso el estadio. Y Rusia terminó quedándose sin balones de oro y sin zares, pero con un sueño mundial, el de Francia y Uruguay, que vive y continúa.