10 de agosto de 2007. En Quilín, el frío obliga a abrigarse. El entusiasmo generalizado, en todo caso, esconde la baja temperatura. El calor humano aporta otro tanto. En la sala de plenario de la sede del fútbol chileno hay mucha más gente que la que concurre habitualmente a las conferencias de prensa. En la primera fila, por ejemplo, Carlos Caszely ocupa un lugar destacado. El Rey del Metro Cuadrado tomaría protagonismo un poco después, pues el centro de atención de la jornada es, claramente, otro. Vestido con un buzo, Marcelo Bielsa ingresa al auditorio. Los ruidos de los flashes se alternan con las peticiones de los camarógrafos para conseguir una mejor toma. El rosarino se instala en el centro del mesón. Desde ahí se tomará el tiempo de responder cada una de las consultas. También para rebatir afirmaciones. Al ídolo histórico de Colo Colo le refutará, por ejemplo, que Miguel Riffo llegue a ser el mejor central del mundo. “Del único que he tenido esa certeza es de Roberto Ayala, Carlos”, le contestará, en un tono amable, cercano y respetuoso de su interlocutor.
En ese momento comenzará un nuevo ciclo del fútbol chileno. Si Bielsa estaba ahí era, por un lado, por convicción de que se necesitaba un cambio profundo. También por la necesidad de sentar nuevas bases. No solo futbolísticas, también disciplinarias. Habían pasado pocos meses desde que la Roja finalizara su participación en la Copa América de Venezuela envuelta en un bochorno. El denominado Puerto Ordazo, incidente que dio cuenta de la peor faceta de un plantel que siempre insinuó condiciones deportivas superiores al promedio, instalaba la alerta. Por lo pronto, le costaba el relevo a Nelson Acosta. Harold Mayne Nicholls, el presidente de la ANFP en aquella época iniciaría la operación más compleja, pero quizás la más fructífera de su gestión: convencer al ex técnico de la selección argentina de encabezar el proceso que debía reinstalar a la Roja en un Mundial después de 12 años de ausencia y, principalmente, capitalizar a una generación de jugadores que ya estaban dando que hablar.
La era del Loco
Aunque, legítimamente por cierto, muchos le atribuyen a José Sulantay el origen de la Generación Dorada, por su aporte en la conformación de los dos combinados juveniles que antecedieron a la reunión en la Selección, y especialmente por el recuerdo reciente de la actuación en el Mundial de Canadá, en el que Chile resultó tercero, lo concreto es que Bielsa es un hito clave en la línea de tiempo de la historia más reciente del fútbol chileno. Eso sí, si bien es cierto que Chile lo eligió, también lo es que el rosarino aceptó el reto solo después de analizar que contaría con los jugadores para llevar a cabo su idea. Quienes conocen su método saben que, entonces, no aceptaba un equipo si no tenía la certeza de que contaría al menos con 23 jugadores aptos para desarrollar su idea. En Chile los había.
Su llegada, de acuerdo con las expectativas, le dio a la Roja una nueva impronta. Pocos recuerdan, quizás por eso de la memoria selectiva, que el ciclo partió con una derrota, ante Suiza, el 7 de septiembre. El gol chileno en el 2-1 lo marcó Alexis Sánchez. La primera alegría se produciría cuatro días después, frente a Austria. En el triunfo por 0-2 marcaron Hugo Droguett y Eduardo Rubio.
Con Bielsa en la banca, Chile fue moldeando una nueva forma de jugar. El Loco, por ejemplo, no transa los tres delanteros ni perdona que sus dirigidos dejen de correr. Ya esos dos cambios fueron generando diferencias e identidad. Fuera de la cancha, en tanto, no estaban permitidos los deslices. Tampoco las pataletas. Lo supo, por ejemplo, Arturo Vidal, quien estuvo ‘cortado’ por reclamar mayor protagonismo, lo que Bielsa interpretó casi como un desacato. El Rey volvería más tarde, ya encasillado en el nuevo modelo. Los cambios abarcaron todo. Juan Pinto Durán se transformó en una fortaleza y fue rodeado con mallas negras, para evitar el espionaje. Los ‘alemanes’, muñecos inflables gigantes pintados en blanco y negro, eran parte de la escenografía de los entrenamientos.
El camino hacia Sudáfrica partió con una de las derrotas que suele contabilizarse en la planificación que antecede a las Eliminatorias. En el Monumental, Argentina se impuso por 2-0 a la Roja. En el siguiente encuentro, Bielsa celebraría su primera victoria: 2-0 sobre Perú. El siguiente duelo fue el empate 2-2 frente a Uruguay, un encuentro que se transformaría en emblemático por la arenga del preparador físico Luis Bonini a Humberto Suazo y por el doblete de Marcelo Salas. También por la señal que daba el equipo en el Centenario, ante un rival tradicionalmente duro. Chile ya no le temía a nada ni a nadie.
La última fecha de ese proceso en que Chile estuvo fuera de la zona de clasificación fue en la séptima, cuando se ubicó sexto. De ahí en más, ya no salió de entre los cuatro mejores. El fin del ciclo lo encontró en un segundo puesto que puede calificarse como histórico. En el formato clasificatorio vigente, Chile nunca había llegado tan alto.
El Mundial de 2010 puso a la Roja frente a rivales para todos los gustos. Desde la poderosa España, que terminaría consagrándose como campeona del mundo, la ya conocida y siempre compleja Suiza y la más débil, Honduras. La Roja venció a los helvéticos y a los centroamericanos y cayó frente a España. En los cuartos de final, el 0-3 contra Brasil abortaría la participación. De todas formas, quedaba una buena imagen.
El 5 de febrero de 2011, el ciclo terminó abruptamente. Bielsa ya no estaba cómodo en el país en que prácticamente todos lo ensalzaban. No le gustaba la forma en que se administraba el fútbol chileno y, a través de una conferencia, anunció su partida. “Sergio Jadue actuó para que yo entendiera que no debía confiar en él”, lanzó. Y prosiguió: “El objetivo fue desgastar mi imagen pública, engañar a través de los medios de comunicación y predisponer al público en contra de mi persona”. Si el plan del calerano era efectivamente ese, no lo consiguió. En el partido de despedida, ante Uruguay, los hinchas desplegaron un mensaje contundente y decidor: “Marcelo Bielsa, Chile le agradece”.
De Casilda a la historia
El relevo de Bielsa en la Roja lo tomó Claudio Borghi. El 24 de febrero, 19 días después del adiós de Bielsa, Claudio Borghi era presentado como el nuevo entrenador nacional. El Bichi llegaba avalado por los resultados que había conseguido en Colo Colo, donde fue tetracampeón y alcanzó la final de la Copa Sudamericana en 2006, y también en su país, donde consagró a Argentinos Juniors y dirigió a Boca Juniors. Por esos días, nadie dudaba de su capacidad y su estilo, bonachón y liviano, generaba adhesión. Sus logros, por cierto, estaban a la vista.
El paso del Bichi terminó siendo fugaz. La indisciplina reapareció en la Roja y los detractores del entrenador culparon a la cercanía y la mano blanda del técnico quien, sin embargo, fue el único que adoptó medidas ejemplares. Después del denominado Bautizazo, Jorge Valdivia, Arturo Vidal, Jean Beausejour, Carlos Carmona y Gonzalo Jara fueron sancionados con 10 partidos de suspensión y un descuento en los premios. Ese incidente, terminó siendo lapidario para su gestión. Paralelamente, Jorge Sampaoli deslumbraba en Universidad de Chile, a la que llevaba a conquistar la Copa Sudamericana. Mientras el exmediocampista aún estaba en su cargo, ya había acercamientos entre Jadue y el casildense. La caída del Bichi, que había sido incapaz de sostener un buen inicio en las Eliminatorias para Brasil 2014, en las que registró cuatro victorias y cinco derrotas, era cuestión de tiempo y de resultados. El revés en el amistoso frente a Serbia, en noviembre de 2012, en un partido que graficó la anarquía del equipo, le costó el puesto. Ni siquiera había alcanzado el 50 por ciento de rendimiento, aunque, en su estilo, dejó frases para la historia. “Bielsa dejó más viudas que la Segunda Guerra Mundial”, se le escuchó decir, atribuyéndole su inestabilidad al recuerdo de su antecesor, de quien también relativizó la herencia.
“Para el cuerpo técnico asumir la selección es un desafío importante. Tenemos la obligación de llegar al Mundial de Brasil”, declaró, el 3 de diciembre de 2012, Jorge Sampaoli. Ya estaba vestido con el buzo de la Selección, a la que encontró en el sexto puesto de las Eliminatorias, a apenas casi siete meses después de haberlas liderado. Ese día, el casiledense abrió las puertas a los jugadores marginados, aunque supeditándolo a la evaluación de cada caso. Lo concreto es que, con el tiempo, todos tendrían su oportunidad y se transformarían en pilares de una campaña histórica.
Con Sampaoli en la banca volvió la intensidad que había caracterizado los movimientos en el campo de juego durante el ciclo de Bielsa, a la larga, el elemento que había cautivado a los hinchas. Aunque más tarde el juego del equipo nacional mutaría por la influencia del estilo de Josep Guardiola, en el inicio de su gestión el ex entrenador de la U daba muestras concretas de su confesa admiración por Bielsa.
Los resultados acompañaron la labor del estratega. Ya en la duodécima fecha, Chile volvía a estar en zona de clasificación, de la que no salió hasta el final. Remató en el tercer puesto, con 28 unidades y logró la meta: la Roja asistía a Brasil 2014, su segundo Mundial consecutivo.
En la cita planetaria, el equipo capitaneado por Claudio Bravo, en el que ya brillaban Gary Medel, Charles Aránguiz, Jorge Valdivia, Arturo Vidal y Alexis Sánchez, entre otros, daría otra muestra de su evolución. El peak lo alcanzaría brindando una exhibición para vencer y eliminar a España, campeón del mundo defensor, por 2-0, aunque en el recuerdo también quedará la angustiosa eliminación por penales frente a Brasil. Ese día, Chile puso de rodillas al país más grande del fútbol mundial, aunque volvió a despedirse en los cuartos de final de la Copa del Mundo.
Esa tarde, en Belo Horizonte, surgió el juramento que marcaría a la Generación Dorada: la desilusión se vengaría en la Copa América de 2015, que se disputaría en Chile. Entre lágrimas, el plantel se proponía entrar a la historia, ahora sí, por la puerta grande.
La consagración y el odio
En efecto, la revancha de la Generación Dorada se produciría en el torneo continental que se disputó en Chile. No hace falta detallar una situación que forma parte del inconsciente colectivo. En Chile, no debe haber nadie que haya olvidado el Panenka con que Alexis Sánchez venció a Sergio Romero para conseguir la primera Copa América de la historia para nuestro país. Pocos deben haber olvidado, también, el furibundo festejo de Sampaoli al borde del campo de juego. La comunión parecía absoluta, pero no duraría tanto.
Ni bien la Roja había conseguido su primer éxito internacional trascendente, comenzaron los roces entre el casildense y la dirigencia que aún encabezaba Sergio Jadue. Los desacuerdos solían resolverse con cuantiosos reajustes en beneficio del seleccionador. Sin embargo, la caída en desgracia del timonel del fútbol chileno cortó de plano los beneficios y, de paso, terminó con la comodidad del seleccionador. El 20 de enero de 2016, después de intensas negociaciones con la mesa que ahora encabezaba Arturo Salah, el argentino deja el cargo, mediante un acuerdo que buscaba, también, la judicialización de la disputa. El técnico se mostraba decepcionado. “Ya no quiero trabajar ni vivir en el país. Nunca imaginé que, en tan poco tiempo, se iba a destruir la imagen de un ídolo”, decía. En efecto, varios de los hinchas que le habían profesado admiración, ahora le insultaban. Hasta se dudaba de su probidad. Sus contratos fueron expuestos y analizados públicamente. Había números y obligaciones incumplidas en el centro del debate.
Salah y su directorio eligieron a Juan Antonio Pizzi como su sucesor. La Roja se enfrentaba a un nuevo cambio de estilo, que los fanáticos nunca avalaron. Aunque consiguió la China Cup, celebró la Copa América Centenario, el segundo trofeo del fútbol nacional a nivel de selecciones, y llegó a la final de la Copa Confederaciones, Macanudo nunca logró encantar a los aficionados. Tampoco lo hicieron sus sucesores, Reinaldo Rueda y Martín Lasarte. La Roja no volvió a ser la misma que con Bielsa y Sampaoli. La Generación Dorada nunca tomó mejores decisiones que con sus principales cebreros detrás.