Había mucha tensión y expectativas en el Gimnasio de Ariake. Pero sobre todo, un clima de mucho aliento hacia una figura deportiva que tuvo que combatir sus fantasmas mentales en Tokio, y que puso en boca de todos el tema de la salud mental de los atletas.
Simone Biles llegaba la capital de Japón con la misión de darle a Estados Unidos seis oros. Fue una plata en la competencia por equipos, seguida de cuatro abandonos, y un bronce en la barra de equilibrio con el que le dijo al mundo que la superestrella que no consiguió títulos olímpicos, sí le ganó a sus demonios.
Y aunque no hubiera conseguido la medalla, ya verla ahí dando la cara en la última de las finales femeninas, se sentía como una proeza que quedará en la memoria. Tras sus abandonos y declaraciones sobre su estado mental, Biles evidenció sus problemas con videos que la mostraban en los entrenamientos, cuando no hallaba la conexión entre su cabeza y su cuerpo que la hacía caer en seco de la barra a la colchoneta blanda, acompañada de quejidos de frustración. Lo que los anglosajones llaman twisties, y que en la gimnasia pueden ser incluso mortales.
Antes de participar se le vio tensa. Sonreía nerviosamente. Su rostro evidenciaba dudas. Sólo impresiones, porque al subirse a la viga disipó cualquier vacilación. Su rutina de 14.000 fue celebrada como nunca se escuchó en un recinto de esta cita olímpica, de estadios sin fans. A ella le cambió la cara: sonrió, se tomó el pecho y soltó un respiro de muchísimo alivio. No era para menos.
Fue la favorita de la audiencia. Por lejos, la reina de los aplausos. Cuando fue presentada por los altoparlantes, recibió los gritos de aliento de una tribuna llena, algo poco usual en estos Juegos Olímpicos. Los asistentes, miembros de la delegación de Estados Unidos y personas de la familia olímpica, llegaron a mostrarle su apoyo, todos alojados al lado de la barra de equilibrio. Ella luego de su actuación, repartió abrazos con sus compañeras de equipo, rivales y su entrenadora Cecile Landi.
Biles no fue por una medalla. “Solamente quería estar aquí por mí, y eso es lo que hice”, afirmó luego de compartir el podio con China, que dominó gracias al oro de Chenchen Guan (14.633) y la plata de Xijing Tan (14.233). Tokio 2020 le sirvió a Simone para darse cuenta que el cariño del mundo hacia ella, no es fruto del metal que acumula por sus éxitos deportivos: “Pensé que se me admiraba por las medallas, pero he comprobado que se me quiere por ser la persona que soy”.
Con eso se anota su mejor título olímpico, con uno de los momentos más esperados de estos Juegos, que a la vez parecía no llegar. Con arrojo y mucho amor propio, Simone anotó su verdadero puntaje perfecto.