Minuto 75. Chicharito Hernández toma ubicación. El mexicano es el encargado de ejecutar el tiro libre del que dispone el West Ham United para intentar acortar la ventaja por 4-1 que el Manchester City le sacaba en el amistoso que disputaban en el Nanjing Olympic Sports Center Gymasium, en China. El resultado no cambió y el responsable fue Claudio Bravo.

El arquero chileno estaba jugando un buen partido. Nada pudo hacer en el penal que le anotó Mark Noble, por más que eligiera correctamente la dirección del lanzamiento, pero sus intervenciones habían sido correctas hasta entonces. Solventes.

La tapada frente al disparo del azteca tuvo, eso sí, un valor distinto. Fue el reforzamiento de la idea de que el ex capitán de la Selección estaba de vuelta. Bravo voló hacia su derecha y sacó esa mano para desviar el balón, que buscaba el ángulo inferior, con seguridad. Sus compañeros y los rivales se habían girado para observar el desenlace de la jugada. Los primeros, temerosos. Los segundos, esperanzados. Y terminaron reconociendo la tapada del vilucano. Vistosa y efectiva.

Habían pasado exactamente 346 días desde el último partido oficial que había disputado Bravo. Fue la final de la Community Shield de 2018, en la que el City había vencido al Chelsea, el 5 de agosto del año pasado. Dos semana después, comenzó el calvario. En un entrenamiento, Bravo sufrió una de las lesiones más temidas por los futbolistas: la rotura del tendón de Aquiles. En su caso, el de la pierna izquierda.

La dolencia obliga a seguir la larga ruta que tuvo que tomar Bravo antes de volver a la cancha. La cirugía es obligatoria, tal como el extenso período de recuperación que tuvo que soportar el guardameta, quien además, a sus 36 años, tampoco quería correr riesgos que comprometieran la que asume como la parte final de su carrera.

El proceso incluyó una estadía post operatoria en Barcelona, donde aprovechó el tiempo para cursar el máster en Coaching Deportivo y Directivo y Sicología de Alto Rendimiento, en la Unisport. El portero siempre albergó la esperanza de disputar la Copa América por la Roja. Eso sí, más allá de la indiferencia que le mostraron sus compañeros en el momento más duro de su carrera, una conducta que la ANFP institucionalizó al no enviarle siquiera un médico que certificara su evolución. En Quilín argumentaron que el protocolo no lo exigía.

Antes del retorno a la Roja, también debían darse dos condiciones fundamentales. La primera estuvo cerca de producirse, después del compromiso que, a fines de abril, Reinaldo Rueda, según el meta, adquirió con el golero cuando se reunieron en Manchester: el colombiano se comprometió a incluirlo en el listado preliminar para la Copa América y Bravo, a sacrificar las vacaciones para ponerse a tono para el torneo. El llamado no se produjo.

Acercamiento pendiente

La segunda se preveía más compleja. El ex capitán de la Roja tenía que recomponer la relaciones con sus compañeros, dañadas después de las críticas públicas de su mujer a la indisciplina en la Selección, enfocadas en Arturo Vidal. No hubo acercamientos, aunque la recuperación del golero obliga a iniciarlos si la intención es que Bravo retorne al arco de Chile en el amistoso de septiembre, frente a Argentina, en Los Ángeles.