Jugando con mis perritas en la plaza, una mujer entre los treinta y los cuarenta se acerca y me dice que todavía está triste por la eliminación de Chile del Mundial de Rusia. Que no lo ha podido superar del todo, aunque haya pasado casi un año. Le contesto que no tiene sentido, el Mundial ya se jugó, es agua pasada. Además, y aquí creo que está la clave, le explico que no vale la pena lamentarse tanto, ya que a los jugadores tampoco les importó demasiado. No hay que ser muy agudo para saber que les dolió mucho menos que a los hinchas.
Es interesante detectar en qué momento el proceso de la selección se comenzó a descomponer y cómo, un grupo que parecía sólido, terminó explotando para cualquier lado.
Pongo sobre la mesa esto, la conversación con la mujer en la plaza y la última reflexión, a partir de las reacciones, las no reacciones en verdad, que ha tenido la severa lesión de Claudio Bravo al tendón de Aquiles de la pierna izquierda. En una época de sentimientos calculadamente explícitos, de solidaridades medidas en milímetros y fraternidad con calculadora, el infortunio de Bravo, que puede afectar sin retorno a su carrera, el tiempo dirá, ha sido recibido con estruendoso silencio, disculpen el oxímoron, por sus antiguos compañeros (salvo Cristopher Toselli y Marcelo Díaz).
Antes era tema privado. Una llamada telefónica, un recado con amigos, y nadie se enteraba y tampoco era relevante. Todo se movía puertas adentro. Pero hoy se cuelga la solidaridad y el apoyo en la web, que los vea todo el mundo. Y como en una competencia de amor, dicen los científicos que los likes generan dopamina inmediata, hasta la prensa más seria sale a escudriñar las redes sociales para determinar quién es querido y quién no.
Debido a lo fácil que es poner una frase en Twitter o en Instagram, y que los jugadores ni siquiera lo hacen porque tienen encargados para eso, incluso agencias especializadas, es muy evidente la distancia que los jugadores de la selección han puesto sobre su antiguo capitán y compañero durante más una década en el arco. Resulta asombroso que el jugador que ha vestido más veces la camiseta de Chile esté tan aislado.
¿Qué pasó con Bravo? ¿Rompió los códigos por lo de su mujer? Tal vez lo de Julio Rodríguez, en los insondables vericuetos de Pinto Durán, sea un pecado imperdonable. La verdad es que ya hemos tenido suficiente ofensa fácil, divismo, tozudez. Esto ya parece una teleserie de las tres de la tarde, esas malas que se ponen para rellenar programación (podría llamarse "Demasiado herida", como la canción de Paloma San Basilio). Y me parece que lo de Claudio Bravo, al que he criticado y del que no soy ningún fan incondicional, ya no se puede exprimir más. Basta de amurrados. Es hora de que los grandes de la selección hagan honor a su trayectoria y a su edad, pero también reconozcan los méritos de una figura clave, como tantos de ellos mismos, en la obtención de tantos logros.
En un momento tan difícil de su carrera, tal vez el más complicado de todos, ingenuamente esperé una señal de madurez, acaso de decencia. Por último, como ejercicio de buenas costumbres y educación, aunque fuera para la tribuna. Parece que esto es pedir demasiado. Ya no se trata del supremo esfuerzo de tomar el teléfono y llamar. Tampoco el mandar un correo electrónico, no se vayan a gastar diez minutos. Pero alguno de los diligentes empleados de la agencia de relaciones públicas pudo subir un texto breve, hasta un dedito para arriba con el nombre de Bravo. No costaba nada.
En fin, vuelvo a la mujer de la plaza y su larga desolación. Al final, para qué lamentarse, si quienes deberían ser los primeros afectados no parecen conmoverse por nada. Nunca.